Aquella palabra, aquel acento, aquella voz retumbó en su cerebro como un trueno, haciendo que Marianne se detuviera en su sitio, inmóvil, aterrada, aturdida. El mundo empezó a girar demasiado rápido y Gabriel la vio soltar la playera con un gesto ausente mientras se sostenía la cabeza.Su mano se dirigió a la pared más cercana para apoyarse, pero simplemente no llegó. Su cuerpo se fue hacia un lado y el capitán sintió que perdía todo el aire mientras corría para sostenerla antes de que chocara contra el suelo.—¡Mocosa! —jadeó espantado mientras se sentaba en el suelo y la abrazaba con fuerza contra su pecho—. Vamos, Marianne, mírame… todo está bien, mírame…Le palmeó el rostro con suavidad y le besó la frente mientras sentía cómo su corazón se aceleraba y ella empezaba a respirar pesadamente. Sabía que allá en algún lugar dentro de ella sus recuerdos estaban peleando, y no iba a dejar que lo hiciera sola.—Tranquila, mocosa, te estoy abrazando… te estoy abrazando mucho, ¿ves?Mariann
Lucio Hamilton no le había mentido: era un trabajo sin movimiento. Él estaba en la empresa la mayor parte del día y no quería tenerlo de florero en una esquina. Marianne se pasaba el día encerrada pintando y él deambulaba por la casa, sin saber cómo acercarse a ella después de lo que había pasado. Apenas salían, y cuando eso pasaba Gabriel veía a Marianne cada vez más ensimismada.—¿Quieres que salgamos a comer? —le preguntó Lucio varios días después y la vio negar.—No… tengo mucho que hacer, me atrasé con los cuadros que debo entregarle a la tienda —murmuró ella sin mirarlo—. Lo siento ¿podemos hacerlo otro día?Lucio arrugó el ceño.—Marianne, si esto es por el compromiso, no… ¡maldición, no lo hice para que te sintieras mal! —replicó.—No, Lucio, no es por el compromiso, de verdad —lo tranquilizó ella mirándolo a los ojos—. Es que tengo trabajo y no… no me he sentido bien estos días. Me ha estado doliendo la cabeza.—¿En serio? ¿Eso no es después de la boda? —preguntó Lucio sacánd
Debía ser quizás mediodía cuando Marianne despertó de nuevo. Sentía el cuerpo relajado y suave, y agradeció estar sola y poder fingir durante un momento que todo aquello no había sido más que un sueño.Miró al techo y sus ojos se humedecieron.¿Cómo era posible? No recordaba que nadie la hubiera tocado nunca, que nadie hubiera estado siquiera tan cerca.No tenerle rechazo a su tacto era una cosa, pero que la besara, que la dominara de aquella manera, era casi terrible. Sabía que había olvidado mucho, pero se le encogía el corazón pensando que algo tan maravilloso también se había perdido para ella.Ni siquiera fue capaz de seguir pintando ese día. Se encerró en su habitación y solo salió a comer, para que Lucio no la atormentara con tantas preguntas.—¿Estás bien? —preguntó él al verla revolver la comida.—Sí… te hice caso y descansé la tarde… así que es probable que esta noche me desvele y me la pase pintando.Para Lucio Marianne estaba distraída, pero la realidad era que aquella mar
Una bomba hubiera causado menos efecto. La mano de Marianne se separó de la manija y cayó a su lado. No quería irse. Su cuerpo no quería irse…Lanzó una maldición muy poco digna de una dama mientras los ojos se le llenaban de lágrimas.—¡Me voy a ir al infierno por esto! —sollozó en el único instante en que pensó en Lucio.—Yo ya llevo un año en él —dijo Gabriel y Marianne levantó los ojos.Un segundo después corría de regreso a sus brazos. Gabriel la recibió, levantándola por la cintura mientras las manos de Marianne se prendían de su cuello y sus labios lo buscaban con desesperación.El capitán exhaló como si acabaran de quitarle una horca de la garganta, y hundió la lengua en su boca, mientras la de Marianne salía a jugar. No sabía explicarlo, pero eran como dos personas perdidas en el desierto. La deseaba más que a su vida y Marianne parecía llena de la misma urgencia.No se molestó en preguntarle si estaba segura, ninguno de los dos estaba seguro de nada, solo que no podían segu
Cada una de las personas en aquella sala estaba experimentando una emoción diferente en aquel momento.A Stela le había durado el shock solo un par de segundos y luego había corrido a abrazarlo.Gabriel la había abrazado con fuerza porque aquella reacción era un alivio enorme para él. Fuera lo que fuera que hubiera pasado, Stela estaba feliz de verlo.—¡Por Dios! ¡No lo puedo creer! ¡Estás…! —le dio un beso en cada mejilla y Gabriel pudo ver una felicidad sincera en su mirada—. ¿Cómo…? ¿Cuándo…? ¡Marianne! —Pero cuando Stela se giró hacia su mejor amiga, solo pudo ver una incomprensión profunda en su rostro.Se volvió para mirar a Gabriel con el ceño fruncido y él negó suavemente con la cabeza. Stela pasó saliva. ¿Ella no lo había recordado todavía? Con lo que había pasado entre ellos Stela había pensado que apenas verlo lo recordaría.Pero Marianne los miraba como si no entendiera la forma tan cercana en que se trataban y la mirada de Lucio vagaba entre Gabriel y ella. Marianne casi
Gabriel sentía como si alguien estuviera abriéndole el pecho y cortando su corazón con una sierra, ¡de muchos dientitos! Mientras Stela y Gabriel le contaban todo lo que había pasado con Marianne.La única razón por la que no estaba destrozando aquel lugar era porque no era su casa y ni Stela ni su hermano se merecían verlo en su peor momento.—No miramos atrás —terminó de decir Stela—. Lucio tenía negocios aquí, pensábamos que tú estabas muerto, así que no miramos atrás. El mismo día que la sacamos, la subimos a un avión y la trajimos aquí. Yo estuve con ella en una clínica por varios meses, hasta que mejoró… relativamente.—¿Qué quieres decir? —preguntó Gabriel.—El problema de la pérdida de memoria, el médico dijo que puede ir pasando, pero al parecer contigo es diferente —le explicó Stela—, dice que su cerebro se está protegiendo del dolor de perderte y la única forma que tuvo de hacer eso fue…—Olvidándome… —entendió Gabriel y respiró profundamente. Era insoportable, era doloroso
—Sí, ¿cuándo sale el siguiente vuelo? ¿Cuatro horas…? Sí, cuatro está bien. Sí, no hay problema, primera clase está bien, solo resérveme un asiento, por favor, ya tiene mi tarjeta.La chica de asistencia a los pasajeros de la aerolínea le dio todos los datos pertinentes de su vuelo y Gabriel los anotó apurado, pero cuando se dio la vuelta, se encontró con el rostro lleno de frustración de Marianne en la puerta.—Gabriel Cross… —murmuró Marianne con los ojos húmedos—. Stela dice que te llamas Gabriel Cross.Él contuvo el aliento, pero asintió.—¿Lucio te echó? ¿Fue por mí… por mi culpa? —preguntó Marianne y Gabriel se acercó a ella de prisa, tirano de su mano para meterla al departamento y cerrando tras ella.—¡No! ¡No, claro que no! Lucio es un buen hombre, simplemente no esperaba que estuviera vivo —dijo Gabriel abrazándola y se inclinó para dejar un beso en sus labios.—No entiendo… ¡por Dios, no entiendo nada! ¡Dime algo, explícame algo, porque siento que me voy a volver loca! —exc
Marianne abrió los ojos despacio, tratando de soportar aquel dolor de cabeza. Todos los recuerdos volvían a ella en imágenes vívidas y agresivas. El ataque de Benjamín... al final era cierto que lo había matado. El tiempo en el psiquiátrico, la rabia, el miedo, la angustia... y por sobre todo aquellas palabras de su hermanastro, Astor. Todo lo que le había contado, todo lo que había destruido de su vida... volvía a ella. ¿Sería cierto? ¿Astor habría matado a la primera señora Grey y luego a su madre?Marianne se sentó en la cama, sosteniéndose la cabeza. A su lado vio a Stela, dormida. Su mejor amiga había sacrificado mucho por ella en el último año, y sabía que ni ella ni Lucio querrían dejarla marcharse. Pero tenía que hacerlo, tenía que irse a América, porque Gabriel estaba allá, su Capitán estaba allá, y ella podía recordarlo ahora.La puerta se abrió de pronto y Lucio entró.La chica y el hombre que la amaba se miraron unos segundos, no hablaron, y luego él se acercó a ella y la