Marianne apretó los dientes cuando el Ministro Moore llegó junto a ella. Se veía furioso y demacrado. La miró como si fuera un insecto y miró a Gabriel con desprecio concentrado.—Espero que haya disfrutado la despedida de soltera, señorita Grey… porque ya se acabó —gruñó por lo bajo antes de girarse hacia el guardaespaldas—. ¡Y tú…! ¿No te pagué lo suficientemente bien? ¿Tenías que traicionarme?—Uno solo traiciona a quien se le ha tenido cierta lealtad —escupió Gabriel con una calma que Marianne no sabía de dónde sacaba—. Y usted sabe muy bien que mi lealtad jamás será para hombres de su escaso calibre.El Ministro se puso rojo hasta la raíz del cabello.—Tu lealtad ya me tiene sin cuidado, después de todo no eres más que un secuestrador. ¡Arréstenlo! —ordenó.—¡No! —gritó Marianne poniéndose frente a él para que no lo tocaran—. ¡Él no e secuestró! —dijo alzando la voz para que todos la oyeran—. ¡Yo vine porque quise, él no me secuestró…!—¡Cállate! —le ladró el Ministro.—¡No quier
—Lucio, te presento a la teniente O´Hara de la policía de Washintong; viene encubierta con nosotros. Teniente, le presento a mi hermano.La teniente miró al hermano de Stela de arriba abajo. Era un monumento de hombre. Uno ochenta, ojos claros, corte sofisticado y un aura de seductor moja bragas que no podía con ella. Y todo eso estaba metido en un traje fuscia brillante y una chalina alrededor del cuello al mejor estilo Ricky Martin.—Te voy a matar, Stela. ¿Cómo me haces esto? —gruñó Lucio con voz ronca mientras caminaba hacia la puerta de la mansión del Ministro Moore, con una maleta de maquillaje en la mano.—Eres mi hermano, ¿a quién más se lo pediría? —murmuró Stela.—¡No me debes una, esta vale por quince! —le advirtió mientras los tres llegaban frente al guardia de seguridad.—Somos parte del staff de la boda, vinimos a ensayar peinado y maquillaje —anunció Stela y el guardia miró a las chicas lindas, pero en cuanto sus ojos se posaron en Lucio, negó categóricamente.—Lo sient
Decir que el Jefe del precinto de policía se había sobresaltado cuando había visto entrar doce hombres y una psicópata, era poco.—Capitán, mi nombre es Lucio Hamilton, para servirle. Soy abogado, en este caso el abogado del capitán Gabriel Cross —se presentó y once hombres entraron tras él a la oficina—. Permítame presentarle: Teniente Lennox, Sargento Scott, sargento Douglas, Cabo Ferguson… podría seguir pero se lo abrevio, todos compañeros del Capitán Cross en las Fuerzas Especiales…—Pues me puede traer al ejército completo, señor Hamilton, pero las órdenes del Ministro de Defensa fueron claras, no podemos liberar al capitán Cross —lo interrumpió el Jefe del precinto con actitud severa—. Y yo no me tomo los casos de secuestro a la ligera.Lucio Hamilton sonrió y se sentó sin que lo mandaran, cruzando las piernas con actitud displicente.—Comprendo, pero verá: Yo tengo una declaración jurada, tomada a la supuesta víctima de ese secuestro, que exonera al capitán Cross —declaró—. La
Los ojos de Marianne se cruzaron con los de Gabriel durante un instante perfecto, y ella pudo ver toda la seguridad y la calma que había visto en él la primera vez que la había salvado. Había estado salvándola cada día después de eso, pero lo cierto era que ya para ella no había nada que el Capitán Gabriel Cross no pudiera hacer.—¿Entonces? ¿Le respondes? —preguntó Gabriel y ella se giró hacia Benjamín.—Claro —dijo Marianne, aclarándose la garganta como si fuera a decir algo muy importante, pero en lugar de eso, su puño fue a estrellarse directamente contra la nariz de Benjamín, haciéndolo tambalearse—. ¡Eso fue un «no», animal! —sentenció altes de lanzarle el ramo a la cara y darse la vuelta con una sonrisa iluminándole el rostro—. ¡Diablos, estoy en racha! —se rio sacudiéndose los nudillos y en la cara de Gabriel solo vio una sorpresa llena de emoción.Marianne corrió hacia él mientras detrás de ella los periodistas y los fotógrafos arrinconaban al Ministro y a su hijo sin que uno
—Hey, mocosa… despierta.Marianne sintió una caricia suave en su mejilla y abrió los ojos, por primera vez en mucho tiempo, con una sensación de seguridad bailándole en la mirada.—¿Dónde estamos?—¡En el cielo, pero bájate de la nubecita, que te quiero ver! —resonó una voz animada junto a ella y Marianne se levantó de inmediato para ver a Stela asomarse por la ventanilla de la camioneta.Los dos salieron frente a un pequeño motel de carretera de Winchester y entraron en la habitación donde Stela los esperaba.—¡No puedo creerlo! ¡Al final el plan loco del super doc salió bien! —suspiró Stela viendo a Marianne sentarse en la pequeña cama envuelta en toda su muselina.—Eso es porque era mi plan, no el suyo —se rio Gabriel—. Los únicos planes del doc que salen bien son los del coco —dijo tocándose la cabeza.Stela sonrió de medio lado y el guardaespaldas supo que ese gato estaba caminando por una tela de araña sobre un lago. ¡Lo que le faltaba para mojarse no era nada!—Bueno… ¿y a dónd
Lo bueno de que Morgan Reed hubiera estado tantos años vinculado a las Fuerzas Especiales, era que había adquirido la costumbre de mantener armas en sus propiedades, así que a Gabriel no le fue difícil encontrar un closet en el sótano bastante bien equipado. Dudaba que en medio del escándalo el Ministro se ensuciara más enviando gente a lastimarlos, pero era mejor precaver.No dejaba de estar feliz y atento a Marianne, pero ahora también escuchaba las noticias cada vez que estaba solo y la muchacha no tardó en darse cuenta.—No me voy a romper —murmuró ella apoyándose en la puerta de la terraza uno de esos días en que lo sintió particularmente tenso.—Ven acá. —Gabriel estiró su mano y Marianne se prendió de ella antes de darle un abrazo apretado.—Tienes que decirme las cosas, Capitán. No me voy a romper.Gabriel suspiró, besando su cabeza, y luego tiró de ella hacia la sala de la casa. Encendió el televisor y sintonizó uno de los canales.Marianne se acurrucó contra él en el sofá y
Marianne suspiró cuando la sonrisa pícara de Stela asomó por aquella puerta en el mismo avión en el que habían mandado a buscar a Gabriel. No le sorprendía porque después de todo era una organización privada y arreglar un viaje adicional con ellos no era difícil.—Te voy a extrañar mucho, mocosa. Diviértete con Stela —dijo él dándole un beso antes de subir al avión.Se suponía que no durara más de cuatro días aquella misión, pero aunque Marianne tenía a Stela tratando de mantenerla tranquila, pasó aquellos días como si caminara sobre brasas ardientes.Por más que se dijera que Gabriel hacía lo mismo desde hacía catorce años, no era tan simple.—De verdad estabas enamorada… —murmuró Stela viendo aquellos cuadros, de los que una gran parte tenían que ver con el capitán—. ¿Me regalas uno? ¡Digo… no de Gabriel! Este me gusta —murmuró señalando a un paisaje del lago que Marianne había pintado.—Claro que sí, todos los que quieras —le sonrió su amiga.—Oye tienes que calmarte, va a regresar
Todavía debían faltar tres o cuatro días para que Gabriel regresara, y Stela debía estar a punto de atravesar aquella puerta en cualquier momento. Siempre aprovechaba las misiones de Gabriel para visitarla, así que cuando Marianne abrió aquella puerta y la vio del otro lado no se asombró.Lo que sí le causó cierto asombro fue verla llegar con Reed, y antes de que Marianne pudiera siquiera saludarlos, la expresión vacía en los ojos del médico la hizo retroceder.No tuvo que hablar, ni siquiera necesitaba hacerlo. Stela tenía los ojos llenos de lágrimas en un segundo y Reed miraba al suelo mientras apretaba los dientes con fuerza.—Marianne…Su nombre en la boca de Stela le sonó lejano mientras retrocedía. Sentía que el mundo se estaba deteniendo de una forma terrible, como si solo pudiera parpadear en cámara lenta mientras negaba y trataba de alejarse.—¡Marianne!—No… —susurró porque no le salía nada más—. No, no es verdad…—Marianne lo siento —murmuró Reed tratando de alcanzarla, per