Decir que el Jefe del precinto de policía se había sobresaltado cuando había visto entrar doce hombres y una psicópata, era poco.—Capitán, mi nombre es Lucio Hamilton, para servirle. Soy abogado, en este caso el abogado del capitán Gabriel Cross —se presentó y once hombres entraron tras él a la oficina—. Permítame presentarle: Teniente Lennox, Sargento Scott, sargento Douglas, Cabo Ferguson… podría seguir pero se lo abrevio, todos compañeros del Capitán Cross en las Fuerzas Especiales…—Pues me puede traer al ejército completo, señor Hamilton, pero las órdenes del Ministro de Defensa fueron claras, no podemos liberar al capitán Cross —lo interrumpió el Jefe del precinto con actitud severa—. Y yo no me tomo los casos de secuestro a la ligera.Lucio Hamilton sonrió y se sentó sin que lo mandaran, cruzando las piernas con actitud displicente.—Comprendo, pero verá: Yo tengo una declaración jurada, tomada a la supuesta víctima de ese secuestro, que exonera al capitán Cross —declaró—. La
Los ojos de Marianne se cruzaron con los de Gabriel durante un instante perfecto, y ella pudo ver toda la seguridad y la calma que había visto en él la primera vez que la había salvado. Había estado salvándola cada día después de eso, pero lo cierto era que ya para ella no había nada que el Capitán Gabriel Cross no pudiera hacer.—¿Entonces? ¿Le respondes? —preguntó Gabriel y ella se giró hacia Benjamín.—Claro —dijo Marianne, aclarándose la garganta como si fuera a decir algo muy importante, pero en lugar de eso, su puño fue a estrellarse directamente contra la nariz de Benjamín, haciéndolo tambalearse—. ¡Eso fue un «no», animal! —sentenció altes de lanzarle el ramo a la cara y darse la vuelta con una sonrisa iluminándole el rostro—. ¡Diablos, estoy en racha! —se rio sacudiéndose los nudillos y en la cara de Gabriel solo vio una sorpresa llena de emoción.Marianne corrió hacia él mientras detrás de ella los periodistas y los fotógrafos arrinconaban al Ministro y a su hijo sin que uno
—Hey, mocosa… despierta.Marianne sintió una caricia suave en su mejilla y abrió los ojos, por primera vez en mucho tiempo, con una sensación de seguridad bailándole en la mirada.—¿Dónde estamos?—¡En el cielo, pero bájate de la nubecita, que te quiero ver! —resonó una voz animada junto a ella y Marianne se levantó de inmediato para ver a Stela asomarse por la ventanilla de la camioneta.Los dos salieron frente a un pequeño motel de carretera de Winchester y entraron en la habitación donde Stela los esperaba.—¡No puedo creerlo! ¡Al final el plan loco del super doc salió bien! —suspiró Stela viendo a Marianne sentarse en la pequeña cama envuelta en toda su muselina.—Eso es porque era mi plan, no el suyo —se rio Gabriel—. Los únicos planes del doc que salen bien son los del coco —dijo tocándose la cabeza.Stela sonrió de medio lado y el guardaespaldas supo que ese gato estaba caminando por una tela de araña sobre un lago. ¡Lo que le faltaba para mojarse no era nada!—Bueno… ¿y a dónd
Lo bueno de que Morgan Reed hubiera estado tantos años vinculado a las Fuerzas Especiales, era que había adquirido la costumbre de mantener armas en sus propiedades, así que a Gabriel no le fue difícil encontrar un closet en el sótano bastante bien equipado. Dudaba que en medio del escándalo el Ministro se ensuciara más enviando gente a lastimarlos, pero era mejor precaver.No dejaba de estar feliz y atento a Marianne, pero ahora también escuchaba las noticias cada vez que estaba solo y la muchacha no tardó en darse cuenta.—No me voy a romper —murmuró ella apoyándose en la puerta de la terraza uno de esos días en que lo sintió particularmente tenso.—Ven acá. —Gabriel estiró su mano y Marianne se prendió de ella antes de darle un abrazo apretado.—Tienes que decirme las cosas, Capitán. No me voy a romper.Gabriel suspiró, besando su cabeza, y luego tiró de ella hacia la sala de la casa. Encendió el televisor y sintonizó uno de los canales.Marianne se acurrucó contra él en el sofá y
Marianne suspiró cuando la sonrisa pícara de Stela asomó por aquella puerta en el mismo avión en el que habían mandado a buscar a Gabriel. No le sorprendía porque después de todo era una organización privada y arreglar un viaje adicional con ellos no era difícil.—Te voy a extrañar mucho, mocosa. Diviértete con Stela —dijo él dándole un beso antes de subir al avión.Se suponía que no durara más de cuatro días aquella misión, pero aunque Marianne tenía a Stela tratando de mantenerla tranquila, pasó aquellos días como si caminara sobre brasas ardientes.Por más que se dijera que Gabriel hacía lo mismo desde hacía catorce años, no era tan simple.—De verdad estabas enamorada… —murmuró Stela viendo aquellos cuadros, de los que una gran parte tenían que ver con el capitán—. ¿Me regalas uno? ¡Digo… no de Gabriel! Este me gusta —murmuró señalando a un paisaje del lago que Marianne había pintado.—Claro que sí, todos los que quieras —le sonrió su amiga.—Oye tienes que calmarte, va a regresar
Todavía debían faltar tres o cuatro días para que Gabriel regresara, y Stela debía estar a punto de atravesar aquella puerta en cualquier momento. Siempre aprovechaba las misiones de Gabriel para visitarla, así que cuando Marianne abrió aquella puerta y la vio del otro lado no se asombró.Lo que sí le causó cierto asombro fue verla llegar con Reed, y antes de que Marianne pudiera siquiera saludarlos, la expresión vacía en los ojos del médico la hizo retroceder.No tuvo que hablar, ni siquiera necesitaba hacerlo. Stela tenía los ojos llenos de lágrimas en un segundo y Reed miraba al suelo mientras apretaba los dientes con fuerza.—Marianne…Su nombre en la boca de Stela le sonó lejano mientras retrocedía. Sentía que el mundo se estaba deteniendo de una forma terrible, como si solo pudiera parpadear en cámara lenta mientras negaba y trataba de alejarse.—¡Marianne!—No… —susurró porque no le salía nada más—. No, no es verdad…—Marianne lo siento —murmuró Reed tratando de alcanzarla, per
Marianne sabía que alguien estaba tirando de la manga de su blusa, pero no podía ver quién. Solo avanzaba mientras todo el mundo iba dejando atrás el cementerio para subirse a las oscuras camionetas. Tenía el cerebro embotado, sombrío, confuso. Se subió a un auto, donde la sentaron, y Stela cerró suavemente la puerta.Ella también estaba aturdida y dolida, así que no se dio cuenta de que la ventanilla había quedado un poco abierta y que Marianne todavía podía escucharla cuando se acercó a Reed.—¿Qué vamos a hacer? —le preguntó Stela al médico.—Es mejor si se quedan conmigo… —murmuró Reed—. Tenemos muchos trámites que poner en orden.—¿Trámites? —preguntó Stela confundida y Reed se cruzó de brazos con tristeza.—Gabriel no tenía más familia —le explicó—. En caso de que algo pasara, me designó como el albacea de sus bienes. No era una cosa espectacular pero tampoco era poco, según escuché el gobierno le pagaba millones por la tierra de Mount Rainier, pero su familia jamás quiso vender
Reed sacudió a Stela por los hombros para llamar su atención y luego tiró de ella para sacarla del auto.—¡Oye, tienes que calmarte! ¡Así no vas a lograr nada! —dijo abriendo su departamento y haciéndola entrar.—¡Es que no aparece Reed! ¿Dónde diablos se metió? —se desesperó Stela—. ¡En un momento estaba en la camioneta y en el otro ya no estaba! ¿A dónde se fue?Reed se llevó una mano al puente de la nariz y negó con cansancio. Llevaban toda la noche buscándola y no habían logrado encontrarla por ningún lado.—Quizás… no sé, vamos de nuevo a mi departamento, a la cabaña de Mount Rainier… ¡A algún lado! —exclamó Stela y el médico asintió.—Claro… vamos a donde quieras, pero déjame hacernos un par de cafés porque estoy desorientado, ¿sí?Stela asintió y se sentó por un instante en una de las banquetas del departamento de Reed. Estaba más que preocupada por Marianne, porque sabía lo mucho que estaba sufriendo y no quería que hiciera ninguna locura.Reed estaba apenas poniendo la cafete