Era un león en una jaula de cristal.Entrar a aquella unidad de Cuidados Intensivos a la que habían pasado a Marianne, había sido como un balazo imaginario para Gabriel, uno doloroso y lacerante que lo destrozaba de verla allí. Se acercó a ella despacio, había tantos tubos, mangueras, sueros y aparatos a su alrededor que casi le daba miedo tocarla. Pero por más irónico que pareciera, eso era lo único que podía hacer.—Esto aquí, mocosa… —murmuró mientras sus ojos se llenaban de lágrimas—. Estoy aquí…Reed entró y lo vio arrimar una silla y sentarse a su lado mientras tomaba una de sus manos y se la llevaba a los labios.—Estoy aquí… te estoy abrazando mucho… ¿está bien, mocosa? Te estoy besando. Ahora sí te estoy besando… —susurró dejando un beso suave en el dorso de su mano—. Así que no te me puedes ir… ¿me oíste? Me quedan muchos besos por darte. ¡Dios, me queda una infinidad de besos por darte!Hizo una mueca mientras sus dientes se apretaban pero al final no pudo evitar que aquel
Si alguien le hubiera preguntado a Asli Grey por qué odiaba tanto a su hermanastra, habría dado una larga lista de motivos de los que el único responsable real era su padre. Sin embargo, como no era capaz de culpar a su propio padre, prefería culparla a ella, a la bastarda, a la hija que se lo habría quitado de haber podido.Sin importar la lógica o la verdad, para Asli la única culpable de que Hamilt Grey un día hubiera hecho sus maletas… era Marianne.Su madre podía seguir creyendo esa estupidez de que Hamilt la había elegido a ella, pero Asli sabía la verdad: si Astor no hubiera metido las manos en ese asunto, su padre se habría largado con su put@ y su bastarda.Lo único que quería, lo único que deseaba, era que acabara de salir de su camino de una buena vez. Y como por el momento no podía hacerle nada a ella, se conformó con destrozar su habitación… hasta que encontró aquello. Entonces todo tuvo sentido para ella, y esa certeza de que otra vez tenía cómo hacerla sufrir se apoderó
Algo había cambiado. Gabriel no sabía qué, pero en las últimas tres horas Marianne no había levantado la mirada de las sábanas ni una sola vez. Era normal que estuviera nerviosa, después de todo iba a mandar a volar al Ministro de Defensa de los Estados Unidos, pero para lo que pudiera valer, él iba a respaldarla.El Ministro Moore aceptó ir al hospital apenas él llamó a sus asistentes, pero por más que Gabriel trató de contactar al resto de los guardias que debían estar en aquella puerta, no lo consiguió. ¿Qué demonios estaba pasando?Sin embargo apenas el Ministro atravesó aquella puerta, el guardaespaldas supo que Max había logrado exactamente lo que había pedido.—Señorita Grey… —la saludó el Ministro—. Disculpe que no haya venido antes… pero las cosas se salieron de control.—No se preocupe señor Ministro, no me molesta no estar entre sus prioridades —sentenció Marianne con voz fría, sin embargo la expresión del hombre era demasiado atormentada como para no causarle curiosidad—.
Gabriel miró el cuaderno que Asli le ponía en las manos, se notaba que era muy viejo y que lo habían usado mucho.—¿Qué diablos es esto? —dijo sin abrirlo.—La prueba de que estás en peligro —replicó ella encogiéndose de hombros—. Sé que crees que Marianne es una chica linda a la que le gustas. Y te entiendo, tantos años en el ejército… Un hombre como tú debe tener necesidades muy… ¡grandes!—¿Quieres ir al grano de una puñetera vez? —le gruño Gabriel con impaciencia, porque aquel intento barato de coqueteo de Asli estaba lejos de provocarle alguna buena reacción.—Ese es el primero de muchos cuadernos —dijo ella dándole la vuelta a un escritorio y sacando otros que lanzó sobre él—. Te conoció cuando estuvo con nuestro padre en uno de sus viajes y desde ese día se obsesionó contigo. ¿Tú no la recuerdas? —Gabriel negó—. ¡Es obvio, no había de ella mucho para recordar, es tan… básica, tan simple!—¡Abrevia! —volvió a gruñir Gabriel y eso puso a Asli de mal humor.—Solo es una loca, no e
Era un asunto de sobrecompensación, todos lo sabían. Morgan Reed era un hombre con una inteligencia brillante, médico excepcional, atractivo y encima era el psicólogo de la Fuerza Delta de Operaciones Especiales; y eso hacía que el director del hospital se muriera de envidia y lo tratara peor que a los jardineros. Así que Morgan había sobrecompensado, gastándose todo el presupuesto de un año en aquel escritorio lujoso y demasiado grande.Tan grande que cuando se sentó con toda la actitud, esperando a su próxima paciente, no fue capaz de notar que había una persona debajo de él, hasta que alguien lo tocó en la rodilla.—¡La put@ madre! —gritó asustado y echó la silla atrás para mirar bajo el escritorio—. ¡Me cago en todo, Gabriel, ¿qué haces ahí?!—Me dijiste que ibas a tener una consulta con Marianne… —respondió él—. Ya pasaron dos días y no he podido verla. Voy a tener que golpear a un guardia para entrar a verla y entonces la voy a ver menos porque voy a estar preso por agresión…—¡
Había calor, un calor de ese que es agradable únicamente porque hay frío alrededor. Marianne abrió los ojos despacio, pero verse en un lugar extraño la hizo levantarse sobresaltada, con el corazón latiéndole a mil. Trató de desembarazarse de las mantas y solo consiguió caerse de la cama, haciendo un ruido que de inmediato hizo eco en la cabaña.—¡Hey, hey, mocosa! Estás conmigo… estás conmigo —murmuró Gabriel llegando frente a ella y Marianne se quedó un largo segundo observándolo.—¿Dónde estamos? —preguntó ella calmándose y poniéndose de pie, pero apenas se acercó a la ventaba abrió mucho los ojos, porque había nieve afuera—. ¿Y yo cuánto dormí que tú me trajiste hasta Siberia? Espera… ¡Me sedaste!La muchacha se giró con la ira retratada en el rostro y Gabriel sonrió.—Fue un último recurso, tenía que traerte.—¿¡Con permiso de quién!?—¿Sabes que te ves muy linda enojada? —preguntó él como si ella no estuviera echando chispas y Marianne apretó los labios.—No me cambies el tema, c
«Dos pueden controlar a Marianne: su trauma o tú. Su trauma te lleva dos grandes ventajas, la primera es que ha estado con ella por mucho más tiempo, la segunda es que no tiene conciencia. Si esto fuera una campaña militar, estarías peleando por la conservación de territorio y ese territorio es el cuerpo de Marianne.»Primero va a resistirse con todas sus fuerzas. Así que no importa cuánto grite, cuánto llore o cuánto suplique, no la escuches porque esa no es ella, es su trauma tratando de deshacerse de ti. Ahora, el verdadero problema no será cuando grite, sino cuando se calle, porque significa que le habrá llegado la aceptación de que no puede deshacerse de ti; y entonces su trauma tratará de convencerla de que tú la estresas, de que tú eres malo, y de que solo él puede hacerla sentir mejor… Y tú no puedes dejar que eso pase. »Esta no es una simple batalla, esta es la guerra, y si la pierdes, te garantizo que será la última vez que puedas tocar a esa mujer. Morgan Reed había sido
Quedaba poco. Quedaba tan poco entre ellos que quitarse lo que todavía los separaba fue cuestión de segundos. Y para cuando ya no había tela, el cuerpo de Marianne se pegó al suyo con un estremecimiento lleno de suspiros.La besó. La besó como si de verdad fuera la última mujer sobre la Tierra, porque a pesar de las otras cuatro mil millones, sentía que al menos era la última para él. Su boca devoró cada centímetro de piel que se ponía en su camino, sus manos apretaban, dejando marcas suaves por donde quiera que pasaban, y Marianne se aferraba a su cuerpo como si estuviera a punto de desmayarse.Gabriel era demasiado grande para ella, eso era evidente, y lo fue todavía más cuando Marianne sintió su palma sobre uno de sus senos, acariciándolo lentamente para atrapar el pequeño pezón entre sus nudillos, apretándolo hasta arrancarle un jadeo de placer.Marianne era como un enorme campo minado. Acariciarla era hacerla estremecerse. Pero Gabriel no solo era el primero en tocarla, también e