Si al Ministro de Defensa no le había dado todavía un infarto, era evidente que faltaba muy poco. Y sus asistentes acataron todas aquellas órdenes que casi eran gritos, a punto de ensuciar sus distinguidos pantalones.Quince minutos después Marianne tenía asignada su camioneta, su guardaespaldas y en la tarde le entregarían las llaves de su nuevo departamento. Gabriel se subió al volante cuando salieron de la casa, y lo único que le produjo satisfacción fue escuchar cómo el Ministro se quedaba amenazando a los Grey con quitarles hasta el último contrato.—No pelees con ella —murmuró Stela antes de separarse de ellos en el estacionamiento de su edificio—. Parece que está loca, pero al menos en este caso, sabe lo que hace.Sin embargo, esa advertencia servía muy poco para alguien que tenía las emociones tan comprometidas como el capitán Cross. Entró detrás del Marianne al departamento y cerró de un portazo.—¿Qué mierda es eso de que te vas a casar, mocosa…? —preguntó exacerbado y ell
Marianne la había visto. La había visto mientras levantaba los ojos entre una oración que no significaba nada y otra, y había visto cómo aquella mujer sacaba un arma. Su conciencia se lo gritó, Gabriel Cross no era de los que esquivaban una bala, incluso si el infeliz de Benjamín no lo merecía. Y supo que si no hacía algo iba a perderlo a la misma velocidad con que lo había recuperado.Escuchó el estampido de la bala mientras lo empujaba y se quedó allí, mirándose las manos, porque por primera vez después de ocho años, había tocado a alguien voluntariamente y no estaba gritando…¿Por qué no estaba gritando?Pero cuando sus ojos se encontraron con la expresión horrorizada de Gabriel lo entendió: no estaba gritando porque le dolía. Había un dolor, sordo y feroz, extendiéndose desde su abdomen. Lo escuchó gritar su nombre en cámara lenta.—¡Maaaariaaaaanneeeee...!¿Cómo podía gritar en cámara lenta…?Marianne sintió que las rodillas le fallaban, pero antes de que llegara al suelo, sintió
¿Descontrolarse? Eso era poco para lo que Gabriel Cross sentía en aquel momento. Quería gritar, quería maldecir, quería subirse a la camioneta para ir y vaciarle un cargador entero en el pecho a Benjamín Moore y otro al Ministro, porque los primeros culpables de todo aquello eran ellos.—No sabemos hasta dónde fue exitosa la operación —dijo el cirujano haciéndolo reaccionar—. Hicimos todo lo que pudimos, pero su situación es demasiado delicada. Lo único que puedo asegurarle es que si no hubiera sido por usted, ni siquiera hubiera llegado a la mesa de operaciones.—Pues no servirá de nada si no se levanta de ella, ¿verdad? —siseó Gabriel con desesperación y cerró los ojos porque de repente le costaba mucho respirar—. ¿Qué tan mal está? —murmuró.EL cirujano miró a Morgan Reed y este asintió, poniendo una mano en el hombro de Gabriel.—Las primeras doce horas son cruciales… —dijo—. Pero no puedo darte falsas esperanza… no se ve bien…Las dos manos del doctor Reed se cerraron con fuerza
Era un león en una jaula de cristal.Entrar a aquella unidad de Cuidados Intensivos a la que habían pasado a Marianne, había sido como un balazo imaginario para Gabriel, uno doloroso y lacerante que lo destrozaba de verla allí. Se acercó a ella despacio, había tantos tubos, mangueras, sueros y aparatos a su alrededor que casi le daba miedo tocarla. Pero por más irónico que pareciera, eso era lo único que podía hacer.—Esto aquí, mocosa… —murmuró mientras sus ojos se llenaban de lágrimas—. Estoy aquí…Reed entró y lo vio arrimar una silla y sentarse a su lado mientras tomaba una de sus manos y se la llevaba a los labios.—Estoy aquí… te estoy abrazando mucho… ¿está bien, mocosa? Te estoy besando. Ahora sí te estoy besando… —susurró dejando un beso suave en el dorso de su mano—. Así que no te me puedes ir… ¿me oíste? Me quedan muchos besos por darte. ¡Dios, me queda una infinidad de besos por darte!Hizo una mueca mientras sus dientes se apretaban pero al final no pudo evitar que aquel
Si alguien le hubiera preguntado a Asli Grey por qué odiaba tanto a su hermanastra, habría dado una larga lista de motivos de los que el único responsable real era su padre. Sin embargo, como no era capaz de culpar a su propio padre, prefería culparla a ella, a la bastarda, a la hija que se lo habría quitado de haber podido.Sin importar la lógica o la verdad, para Asli la única culpable de que Hamilt Grey un día hubiera hecho sus maletas… era Marianne.Su madre podía seguir creyendo esa estupidez de que Hamilt la había elegido a ella, pero Asli sabía la verdad: si Astor no hubiera metido las manos en ese asunto, su padre se habría largado con su put@ y su bastarda.Lo único que quería, lo único que deseaba, era que acabara de salir de su camino de una buena vez. Y como por el momento no podía hacerle nada a ella, se conformó con destrozar su habitación… hasta que encontró aquello. Entonces todo tuvo sentido para ella, y esa certeza de que otra vez tenía cómo hacerla sufrir se apoderó
Algo había cambiado. Gabriel no sabía qué, pero en las últimas tres horas Marianne no había levantado la mirada de las sábanas ni una sola vez. Era normal que estuviera nerviosa, después de todo iba a mandar a volar al Ministro de Defensa de los Estados Unidos, pero para lo que pudiera valer, él iba a respaldarla.El Ministro Moore aceptó ir al hospital apenas él llamó a sus asistentes, pero por más que Gabriel trató de contactar al resto de los guardias que debían estar en aquella puerta, no lo consiguió. ¿Qué demonios estaba pasando?Sin embargo apenas el Ministro atravesó aquella puerta, el guardaespaldas supo que Max había logrado exactamente lo que había pedido.—Señorita Grey… —la saludó el Ministro—. Disculpe que no haya venido antes… pero las cosas se salieron de control.—No se preocupe señor Ministro, no me molesta no estar entre sus prioridades —sentenció Marianne con voz fría, sin embargo la expresión del hombre era demasiado atormentada como para no causarle curiosidad—.
Gabriel miró el cuaderno que Asli le ponía en las manos, se notaba que era muy viejo y que lo habían usado mucho.—¿Qué diablos es esto? —dijo sin abrirlo.—La prueba de que estás en peligro —replicó ella encogiéndose de hombros—. Sé que crees que Marianne es una chica linda a la que le gustas. Y te entiendo, tantos años en el ejército… Un hombre como tú debe tener necesidades muy… ¡grandes!—¿Quieres ir al grano de una puñetera vez? —le gruño Gabriel con impaciencia, porque aquel intento barato de coqueteo de Asli estaba lejos de provocarle alguna buena reacción.—Ese es el primero de muchos cuadernos —dijo ella dándole la vuelta a un escritorio y sacando otros que lanzó sobre él—. Te conoció cuando estuvo con nuestro padre en uno de sus viajes y desde ese día se obsesionó contigo. ¿Tú no la recuerdas? —Gabriel negó—. ¡Es obvio, no había de ella mucho para recordar, es tan… básica, tan simple!—¡Abrevia! —volvió a gruñir Gabriel y eso puso a Asli de mal humor.—Solo es una loca, no e
Era un asunto de sobrecompensación, todos lo sabían. Morgan Reed era un hombre con una inteligencia brillante, médico excepcional, atractivo y encima era el psicólogo de la Fuerza Delta de Operaciones Especiales; y eso hacía que el director del hospital se muriera de envidia y lo tratara peor que a los jardineros. Así que Morgan había sobrecompensado, gastándose todo el presupuesto de un año en aquel escritorio lujoso y demasiado grande.Tan grande que cuando se sentó con toda la actitud, esperando a su próxima paciente, no fue capaz de notar que había una persona debajo de él, hasta que alguien lo tocó en la rodilla.—¡La put@ madre! —gritó asustado y echó la silla atrás para mirar bajo el escritorio—. ¡Me cago en todo, Gabriel, ¿qué haces ahí?!—Me dijiste que ibas a tener una consulta con Marianne… —respondió él—. Ya pasaron dos días y no he podido verla. Voy a tener que golpear a un guardia para entrar a verla y entonces la voy a ver menos porque voy a estar preso por agresión…—¡