Un nudo en la garganta era poco, para un hombre que imaginaba todo lo que significaban aquellas marcas.—¡No es nada, te dije! —insistió Marianne alejándose y usando la misma tela para presionarla contra el corte—. Tuve un accidente cuando era niña, solo son viejas cicatrices.Gabriel arrugo el ceño, pero la verdad era que ya no le creía ni una sola palabra sobre eso.—Marianne…—¡Quiero irme! —dijo ella nerviosa—. La gente está viniendo… Por favor vámonos.El guardaespaldas apretó los puños y gruñó con frustración, pero finalmente se acercó a la primera patrulla de policía que llegó y le mostró su identificación. Cinco minutos después subían a otra patrulla y esta los dejaba en su mismo edificio.—Envíame la foto de la matrícula —le pidió Gabriel apenas entraron al departamento—. Y súbete en la encimera. —Y eso sí no era una petición. La vio dudar y abrir la boca para protestar, así que la atajó—. Te subes o te subo, tú eliges.Marianne pasó saliva, nerviosa, pero terminó apoyando la
«¿Por qué no te golpeas con algún objeto contundente, de preferencia metálico y pesado para que te duela??» le gruñó su subconsciente.Ella le estaba ofreciendo una salida, una que quería… ¿entonces por que simplemente no la tomaba? Se echó más agua fría en la cara, como si con la ducha que se acababa de dar no le hubiera alcanzado, y salió del baño para encontrársela pintando furiosamente sobre un lienzo.El silencio era tan perfecto que solo se escuchaba el sonido húmedo de la brocha llenando de un negro intenso el lienzo blanco. Gabriel apoyó la espalda en la pared y se quedó mirándola.Ahora que podía dejarla… ¿cómo?Ahora entendía que la cara de cachorrita perdida de la que se había burlado era una triste realidad. Recordó su rebeldía y su locura, si solo hubiera conocido eso, Gabriel no habría dudado en irse. Pero también recordaba lo demás: sus miedos, sus gritos, sus lágrimas… y para acabar aquellos cortes…Cerró los ojos con rabia y apretó los dientes. Sabía que algo había pa
Definitivamente se había vuelto loco. Pero ¿cuál era la alternativa? En aquel momento no sabía si tenía emociones, sentimientos o terrores, pero lo que sí era seguro era de que la conversación cuando aquella chiquilla abriera los ojos sería delicada.La cubrió con una de las mantas que había sobre el sofá y dio gracias porque la alfombra estuviera agradable, porque ya era de madrugada cuando por fin se le cerraron los ojos y ella todavía no despertaba.Sin embargo al día siguiente cuando el sonido de la ducha lo despertó, se sobresaltó dándose cuenta de que ella no estaba. Pasó saliva mientras su mano se quedaba a dos centímetros de la manija del baño, pero no llegó a abrir la puerta. En cambio se lavó la cara en el fregadero de la cocina, protestando cada cinco segundos.—¿Cómo puedes levantarte rezongando? —preguntó Marianne con acento risueño y Gabriel se giró hacia ella, conteniendo el aliento.Iba completamente vestida, descalza y secándose el cabello húmedo con una toalla… y men
—¿¡Hasta cuándo, Benjamín!? —rugía el Ministro—. ¡Tú no tienes vergüenza! ¡En las narices de tus suegros! ¡En la misma propiedad donde nos quedamos todos…! ¿¡Tenías que llevar a una put@!?Gabriel escuchó el sonido de algo de cristal estrellándose contra el suelo.—¡¿Y qué esperas que haga?! —gritaba Benjamín en el mismo tono exasperado—. ¡No me puedo coger a la mujer que me diste! Entonces ¿no me puedo coger a nadie? ¿¡Me ves cara de sacerdote!?—¡Al menos te hubieras largado a un hotel! —espetó el Ministro—. Los Grey no tenían por qué escuchar gritos de tu golfa…—¿¡Y a quién carajo le importan los Grey!? —bufó su hijo—. ¡Ya firmaron los contratos, no pueden echarse atrás! Además espero que no hayas sido tan estúpido como para no poner condiciones.—¡Pues claro que no soy estúpido! ¡Esos contratos durarán tanto como dure tu matrimonio con la chica! En el mismo momento en que el acuerdo se cancele, esos contratos se irán al diablo.Gabriel arrugó el ceño. Descubrir que el ministro d
La condecoración al Ministro de defensa era solo un evento de los que no servían para otra cosa que no fuera gastar los recursos del gobierno. Quinientas personas, discursos, fotos, champaña y una medalla en el pecho del tipo que menos se lo merecía.La seguridad era extrema, así que no había posibilidad de que los atacara quien estaba tras de Benjamín. Precisamente por eso, lo que más le preocupaba a Gabriel Cross, era lo que pudiera ocurrir dentro de aquellas paredes.Sus ojos estaban sobre Marianne todo el tiempo, que procuraba moverse siempre, como por instinto, hacia los sitios más despejados del salón. Pero también vigilaba a los Grey. Hamilt y su mujer parecían fríos y distantes. Astor bebía todo lo que le pasaba por delante y Asli era la única que taconeaba en su sitio mientras le dirigía una mirada de odio tras otra a Marianne.—¿Es que no viste lo que le mandaron? ¡Ni que fuera una maldit@ princesa! —la escuchó sisear apenas se acercó un poco, disimuladamente.—Asli, solo es
—¡Gabriel! ¡Qué gusto verte! —Morgan Reed debía rondar los cuarenta años, y por más que lo regañaran en el hospital, no había querido perder la barba a la que se había acostumbrado mientras trabajaba en conjunto con las Fuerzas Especiales—. ¿Vienes a que te apriete los tornillos o ya los acabaste de perder todos?Gabriel le dio un abrazo lleno de cariño y se sentó en una de las butacas de su oficina.—Todavía me queda alguno por ahí, pero te llamé por otra cosa. Necesito tu ayuda —dijo el guardaespaldas.—Bien, tú dirás.Durante cinco años el doctor Reed había sido el psicólogo a cargo de las Fuerzas Especiales, así que Gabriel tenía con él la confianza suficiente como para explicarle lo que estaba pasando con Marianne.—Lo bueno de esto es que has convivido demasiado con los síntomas como para reconocerlos —murmuró el doctor Reed cuando terminó de escucharlo—. Sudoración, escalofríos, dificultad para respirar, mareos y dolor en el pecho, los gritos… sabes que son ataques de pánico de
Marianne se había despertado solo porque su celular parecía las bocinas de una disco que no paraban de sonar. Diez minutos después Stela la sacaba de la cama y se la llevaba al cine, a vegetar todo el día con comida y películas, sin tener que hablar y sin que nadie las molestara. Así que para la noche, cuando por fin la dejó en la mansión Grey, Marianne todavía se sentía medio atontada. —¿Dónde está la gente de esta casa? —gruñó a la sirvienta que le abrió la puerta, dándose cuenta de que los gritos normales de su hermanastra no estaban resonando en la casa. —Salieron todos, señorita… —dijo la mujer y Marianne suspiró con cierto alivio, uno que desaparecería media hora después, cuando los golpes hicieran saltar la cerradura de su puerta. La figura tambaleante y furiosa de Benjamín Moore se dibujó en ella, y levantó un dedo furioso para señalarla. —Tú… ¡Tú m*****a zorra… eres la que ayudó a mi padre a fastidiarme la existencia…! —¿¡Qué diablos haces aquí!? —gritó Marianne retrocedi
La cara del asistente del Ministro era digna de un poema cuando vio al guardaespaldas llegar con Benjamín en ese estado.—¡¿Qué le pasó al hijo del Ministro?! ¿¡Por qué lo traes así!?—Deja de hacer escándalo, hay más médicos que pacientes en esta casa. Que lo curen y ya —rezongó Gabriel avanzando hacia el salón.—¡¿Y esto qué significa…?! —exclamó el Ministro Moore, que se había levantado en contra de todas las indicaciones de los médicos—. ¿Quién…?Gabriel tiró a Benjamín sobre una silla con gesto de asco.—Eso se lo hice yo —gruñó sin cortarse—. Me pareció que era mejor una paliza preventiva que una demanda por abuso sexual… aunque tengo entendido que todavía pueden demandarlo por agresión.El Ministro se puso pálido, luego rojo, luego todos los aparatos que tenía conectados empezaron a sonar y los médicos comenzaron a correr.Alguien se llevó a Benjamín.Alguien apuntó que sería un escándalo.Y veinte minutos después el asistente del Ministro casi de desmayaba leyendo el primer ti