Los celos que le provocaban sus compañeras de clase eran una cosa, porque esas calenturientas no lo conocían. Sin embargo el hecho de que hubiera otra mujer en la vida de Gabriel Cross era, lamentablemente, algo que a Marianne no le había pasado por la cabeza.Stela le había dicho más de una vez y con amabilidad que su obsesión por él era insana. Y quizás sí, quizás estuviera obsesionada, pero no estaba lo suficientemente loca como para no entender que no tenía derecho a sentir celos de una relación seria que aquel hombre tuviera.Dio el primer paso atrás cuando vio a la mujer colgarse de su cuello, y eso solo fue un doloroso recordatorio de algo que ella jamás podría hacer: tocarlo, abrazarlo…Dio el segundo cuando la escuchó reclamarle por no visitarla. No era una chica cualquiera a la que le gustara, era una chica con la que convivía, una chica de su vida, una en la que él se negaba a dejarla entrar.Pero cuando vio que aquella mujer y Gabriel se besaban, esas esperanzas que estúpi
Gabriel entró al departamento como si fuera un huracán, y arrinconó a Marianne en la pequeña cocina, mirándola de arriba abajo.—¿Dónde te lastimaste? —preguntó dando la vuelta a su alrededor, pero ella negó.—En ningún lado…Gabriel arrugó el ceño, lleno de preocupación.—No te voy a tocar, mocosa, solo dime… solo dime dónde te lastimaste.Ella negó de nuevo, pero él pudo ver que se lo estaba ocultando. Le mostró el rastro de sangre que tenía en los dedos todavía y la increpó con impaciencia.—Había sangre en el asiento del coche, sé que es tuya. No vuelvas a mentirme. ¡Enséñame dónde te lastimaste! —La vio agachar la cabeza y retroceder con algo que parecía vergüenza, pero antes de que pudiera escaparse, Gabriel se acercó a ella bruscamente y Marianne pegó la espalda a la pared mientras dejaba de respirar.Lo tenía a menos de diez centímetros, así que no podía moverse sin tocarlo. Podía sentir su respiración pesada y ver la forma en que cada músculo de su pecho se tensaba, y por pri
Marianne respiró profundamente, antes de salir de la habitación al día siguiente, pero en cuanto lo hizo, se arrepintió de no haber salido antes. Había escuchado a Gabriel andar por el departamento hasta bien entrada la madrugada, y ahora estaba a allí, con medio cuerpo fuera del sofá y la otra mitad intentando no caerse. Tenía puesto un pantalón largo de algodón, un antebrazo cubriéndose los ojos y… ¡nada para arriba. Sin camisa… ¡Jesús!Marianne pasó saliva, fijándose en los tatuajes que iban desde su pecho hasta su abdomen. Parecía que los habían hecho expresamente para seguir las líneas de sus músculos y resaltarlos. Era hermoso, más de lo que se había imaginado, más sexy de lo que había imaginado, él era más… ¡todo!Alargó la mano inconscientemente. Quería tocarlo. Sabía que no debía. Pero poder y querer por desgracia no iban de la mano. Sus dedos se detuvieron a un par de centímetros de su piel y terminó cerrando la mano con tristeza. No podía hacerlo, no después de lo que recié
Un nudo en la garganta era poco, para un hombre que imaginaba todo lo que significaban aquellas marcas.—¡No es nada, te dije! —insistió Marianne alejándose y usando la misma tela para presionarla contra el corte—. Tuve un accidente cuando era niña, solo son viejas cicatrices.Gabriel arrugo el ceño, pero la verdad era que ya no le creía ni una sola palabra sobre eso.—Marianne…—¡Quiero irme! —dijo ella nerviosa—. La gente está viniendo… Por favor vámonos.El guardaespaldas apretó los puños y gruñó con frustración, pero finalmente se acercó a la primera patrulla de policía que llegó y le mostró su identificación. Cinco minutos después subían a otra patrulla y esta los dejaba en su mismo edificio.—Envíame la foto de la matrícula —le pidió Gabriel apenas entraron al departamento—. Y súbete en la encimera. —Y eso sí no era una petición. La vio dudar y abrir la boca para protestar, así que la atajó—. Te subes o te subo, tú eliges.Marianne pasó saliva, nerviosa, pero terminó apoyando la
«¿Por qué no te golpeas con algún objeto contundente, de preferencia metálico y pesado para que te duela??» le gruñó su subconsciente.Ella le estaba ofreciendo una salida, una que quería… ¿entonces por que simplemente no la tomaba? Se echó más agua fría en la cara, como si con la ducha que se acababa de dar no le hubiera alcanzado, y salió del baño para encontrársela pintando furiosamente sobre un lienzo.El silencio era tan perfecto que solo se escuchaba el sonido húmedo de la brocha llenando de un negro intenso el lienzo blanco. Gabriel apoyó la espalda en la pared y se quedó mirándola.Ahora que podía dejarla… ¿cómo?Ahora entendía que la cara de cachorrita perdida de la que se había burlado era una triste realidad. Recordó su rebeldía y su locura, si solo hubiera conocido eso, Gabriel no habría dudado en irse. Pero también recordaba lo demás: sus miedos, sus gritos, sus lágrimas… y para acabar aquellos cortes…Cerró los ojos con rabia y apretó los dientes. Sabía que algo había pa
Definitivamente se había vuelto loco. Pero ¿cuál era la alternativa? En aquel momento no sabía si tenía emociones, sentimientos o terrores, pero lo que sí era seguro era de que la conversación cuando aquella chiquilla abriera los ojos sería delicada.La cubrió con una de las mantas que había sobre el sofá y dio gracias porque la alfombra estuviera agradable, porque ya era de madrugada cuando por fin se le cerraron los ojos y ella todavía no despertaba.Sin embargo al día siguiente cuando el sonido de la ducha lo despertó, se sobresaltó dándose cuenta de que ella no estaba. Pasó saliva mientras su mano se quedaba a dos centímetros de la manija del baño, pero no llegó a abrir la puerta. En cambio se lavó la cara en el fregadero de la cocina, protestando cada cinco segundos.—¿Cómo puedes levantarte rezongando? —preguntó Marianne con acento risueño y Gabriel se giró hacia ella, conteniendo el aliento.Iba completamente vestida, descalza y secándose el cabello húmedo con una toalla… y men
—¿¡Hasta cuándo, Benjamín!? —rugía el Ministro—. ¡Tú no tienes vergüenza! ¡En las narices de tus suegros! ¡En la misma propiedad donde nos quedamos todos…! ¿¡Tenías que llevar a una put@!?Gabriel escuchó el sonido de algo de cristal estrellándose contra el suelo.—¡¿Y qué esperas que haga?! —gritaba Benjamín en el mismo tono exasperado—. ¡No me puedo coger a la mujer que me diste! Entonces ¿no me puedo coger a nadie? ¿¡Me ves cara de sacerdote!?—¡Al menos te hubieras largado a un hotel! —espetó el Ministro—. Los Grey no tenían por qué escuchar gritos de tu golfa…—¿¡Y a quién carajo le importan los Grey!? —bufó su hijo—. ¡Ya firmaron los contratos, no pueden echarse atrás! Además espero que no hayas sido tan estúpido como para no poner condiciones.—¡Pues claro que no soy estúpido! ¡Esos contratos durarán tanto como dure tu matrimonio con la chica! En el mismo momento en que el acuerdo se cancele, esos contratos se irán al diablo.Gabriel arrugó el ceño. Descubrir que el ministro d
La condecoración al Ministro de defensa era solo un evento de los que no servían para otra cosa que no fuera gastar los recursos del gobierno. Quinientas personas, discursos, fotos, champaña y una medalla en el pecho del tipo que menos se lo merecía.La seguridad era extrema, así que no había posibilidad de que los atacara quien estaba tras de Benjamín. Precisamente por eso, lo que más le preocupaba a Gabriel Cross, era lo que pudiera ocurrir dentro de aquellas paredes.Sus ojos estaban sobre Marianne todo el tiempo, que procuraba moverse siempre, como por instinto, hacia los sitios más despejados del salón. Pero también vigilaba a los Grey. Hamilt y su mujer parecían fríos y distantes. Astor bebía todo lo que le pasaba por delante y Asli era la única que taconeaba en su sitio mientras le dirigía una mirada de odio tras otra a Marianne.—¿Es que no viste lo que le mandaron? ¡Ni que fuera una maldit@ princesa! —la escuchó sisear apenas se acercó un poco, disimuladamente.—Asli, solo es