Marianne sonrió. Él no podía entenderlo porque no la recordaba, pero para ella, que había pasado tanto tiempo pensando en él, era imposible no estar feliz solo por el simple hecho de tenerlo delante.
—Sé sincera conmigo… ¿qué tan loca estás? —preguntó Gabriel mirándola por encima de los lentes oscuros y ella solo sonrió con picardía.
Era exactamente como lo recordaba, aunque con la barba más tupida y pequeñas arrugas de preocupación en la frente. Estaba a punto de bajar la vista y observar el resto de aquella mole que era su cuerpo, cuando él frenó de golpe.
Marianne miró alrededor, ni siquiera se había dado cuenta de que ya estaban en la casa, y su cuerpo volvió a tensarse.
Gabriel le abrió la puerta y tuvo buen cuidado de escoltarla por la parte trasera de la casa, porque estaba casi seguro de que iba a terminar haciendo un escándalo.
—¡Te dije que no quería venir! —le gruño ella.
«Cuatripolar», pensó él antes de señalarle violentamente a la puerta.
—¡Entra o te cargo adentro! ¡Tú eliges!
Marianne se recogió el vestido con rabia y taconeó con fuerza dentro de la casa.
Astor hizo un gesto de rabia cuando la vio llegar, pero apenas se acercó a Marianne cuando la figura imponente del guardaespaldas se situó tras ella. La mirada del hombre era tan hosca que Astor retrocedió.
—A la biblioteca —siseó y Marianne caminó frente a él.
Gabriel Cross arrugó el ceño por un segundo. La muchacha estaba loca, pero el brillo en los ojos de Astor Grey no le gustaba. Había leído informes sobre él. El primogénito, el hijo perfecto, la figura social impecable y bueno… él no se tragaba nada de eso.
Así que caminó con determinación detrás de ellos y cuando vio a Benjamín y al señor Ministro dentro de la biblioteca, se sintió plenamente justificado para entrar.
Mientras, Marianne se tranquilizó un poco al ver que su padre la esperaba.
—¡Papá! Dime que no vas a consentir esto… —dijo acercándose con un gesto de impotencia—. ¡Astor me quiere casar con un idiota…!
—Ese sería yo… —siseó Benjamín, evidentemente disgustado al ver la resistencia de su supuesta prometida.
—¿Y a ti quién te metió en esto? —le espetó Marianne.
—Pues tu padre y el mío cuando acordaron que nos casáramos para salir de nosotros.
El Ministro se puso rojo de la vergüenza y Marianne negó.
—Pues el tuyo a lo mejor, pero mi padre no me haría eso —aseguró girándose hacia Hamilt—. ¿Verdad que no, papá? ¿Verdad…?
Pero el corazón de Marianne terminó de destrozarse cuando su padre esquivó su mirada y respondió:
—La familia necesita esto. Tienes que casarte con Benjamín…
Marianne retrocedió y Gabriel la vio apretar los puños.
—¿¡Por qué!? ¡Que este imbécil busque cómo tapar su porquería con otra! ¡No me voy a casar con él!
—¡Basta, Marianne! —rugió su padre con un tono que a ella la dejó petrificada—. ¡Basta de faltas de respeto! ¡El señor Ministro necesita un favor y nosotros necesitamos otro! ¡Tu hermano tiene razón, todos tenemos que aportar a esta familia, tú más que nadie…!
La muchacha contuvo la respiración y sus ojos se humedecieron. Así que después de todo el bondadoso Hamilt Grey también creía lo mismo, tenía que pagarles el techo y la comida, porque ya habían tenido la bondad de acoger a la bastarda.
—Cásate con Benjamín, ayúdalo… no tiene que ser para siempre… —murmuró su padre, pero lo que no decía era que aquel contrato del Ministro iba a durar tanto como su matrimonio.
—Pensé que de verdad eras diferente —siseó Marianne con desprecio—. Pensé que lo habías mandado a buscarme porque estabas de mi parte —gruñó señalando a Gabriel—, pensé que lo habías mandado a él porque querías ayudarme…
—¿Mandarlo? Yo no lo mandé —dijo su padre—. Ni siquiera lo conozco.
Marianne hizo un gesto de sorpresa y se giró hacia Gabriel, pero fue Benjamín quien se adelantó.
—Yo fui quien lo mandó. Es mi guardaespaldas —le dijo y la muchacha sintió que se le hacía un nudo en la garganta.
—¿Cómo…? ¿Eres guardaespaldas de este? —gruñó con rabia mirando a Gabriel, porque si había algo peor a que aquel hombre no estuviera de su lado, era precisamente que estuviera del lado del imbécil con quien querían casarla—. ¿¡Cómo puedes estar de acuerdo con estas cosas!?
—Mi trabajo no es estar de acuerdo, es proteger al hijo del Ministro —replicó Gabriel, incómodo porque ella lo increpara delante de todos.
—¡Pues menuda basura estás protegiendo!
—¡Marianne! —rugió Astor, pero el guardaespaldas solo levantó una ceja satisfecha.
—No por mucho tiempo —respondió Gabriel, y Marianne recordó aquella llamada donde alguien acababa de prometerle otro trabajo.
Iba a perderlo otra vez. Su vida ya estaba hecha un infierno y encima iba a perder de nuevo al hombre que había estado buscando por años. Sentía tanta rabia que apenas podía controlarla, sus hermanos eran unos sinvergüenzas, su padre un oportunista y su héroe se le estaba desmoronando.
«¡Pues a la mierd@ con todos!»
Miró a Benjamín, que tenía una cara de depravado que no podía con ella, y luego se giró hacia el Ministro de Defensa porque se notaba que el único que tenía poder para decidir era él.
—No voy a casarme con su hijo ni aunque me amarren, me maten de hambre, o me encarcelen. Usted me conoce, sabe que he pasado cosas peores y que eso ya no me da miedo —siseó—. Si me obligan a casarme lo haré quedar mal en cada evento al que vaya, me escaparé de la boda, sacaré a internet fotos de su hijo haciendo cochinadas, declararé que me golpea y para acabar mi amiga Stela hará un escándalo mayúsculo en las redes, hasta que todo el mundo sepa que el señor Ministro de Defensa vende los contratos armamentistas del gobierno a cambio de la buena imagen de su hijo. Debe haber algún delito de corrupción con ese nombre… ¿no es cierto?
El Ministro se puso pálido y a Gabriel casi se le cayó la quijada. Jamás había esperado que una cachorrita perdida loca como ella tuviera ovarios para hablarle así nada menos que al ministro de defensa de los Estados Unidos.
—Sin embargo, ya que se ha tomado tantas molestias para traerme, y necesita tanta ayuda, se la voy a dar. Me voy a comprometer con su hijo.
La sorpresa inundó los rostros de todos.
—¿Y si yo no estoy de acuerdo…? —gruñó Benjamín con el ego herido.
—Pues hubieras follado menos y con menos público. Así que cállate que esta es una negociación entre tu padre y yo —le escupió Marianne antes de girarse de nuevo—. Me voy a comprometer con su hijo… con una condición.
Y al parecer el Ministro estaba desesperado porque asintió sin dudarlo.
—La que sea.
Marianne levantó una mano y apuntó a un lado, señalando al guardaespaldas.
—Lo quiero a él.
El asunto era muy simple: todos querían algo. Su padre y sus hermanos querían un contrato. El Ministro quería una tapadera para su hijito. Benjamín… ni sabía lo que quería Benjamín, ¡pero lo que era seguro era que no lo obtendría de ella! ¿Y al final la única que iba a sufrir sin conseguir lo que quería era ella? ¡De eso nada! Así que cuando el Ministro aceptó tan rápidamente cualquier condición suya, solo levantó ese dedito y lo apuntó hacia Gabriel Cross. —Lo quiero a él. —¿Quéeeee? —Gabriel dio dos pasos adelante, espantado—. ¿Cómo que a mí…? —Él me acaba de salvar la vida —dijo Marianne sin mirarlo, pero con mucho dramatismo. —No fue para tanto… —espetó el guardaespaldas negando con vehemencia. ¡No podía creer que fuera a joderle el trabajo nuevo que le había conseguido Max! La mirada de Marianne se cruzó durante un segundo con la suya y Gabriel pudo ver aquella furiosa resolución reflejarse en sus ojos. —Si quiere que me comprometa con su hijo, lo quiero a él —confirmó
Gabriel Cross parecía poseído, lo único que le faltaba era girar la cabeza ciento ochenta grados como la niña de El Exorcista… y morder. Dejó al Ministro en su mansión, a Benjamín en su departamento de soltero y condujo hasta el Puente Arlington, a ver si por lo menos viendo pasar agua bajo sus pies se le refrescaban los pensamientos. Sin embargo, una llamada de Max acabó de descontrolarlo. —¿Gabo? ¿Todo bien? No me respondiste —murmuró Max preocupado. —Es que no tenía nada bueno que decir —gruñó él en respuesta—. No sé qué le hice a la loca prometida de Benjamín, pero le puso como condición al Ministro que yo no puedo dejar este trabajo, ¡o si no, no se casa con el tarado! ¡Y el Ministro ni corto ni perezoso me recordó que no ha firmado mi puñetera Baja de las Fuerzas Especiales, así que o hago lo que él quiere, o mejor dicho, lo que quiere la mocosa, o me voy a pasar una buena temporadita en la cárcel por desertor! —¡Oye, oye! ¡Pero eso es una locura! ¿Y esa chica por qué hizo e
Gabriel golpeó el volante y suspiró mirando hacia la puerta del hotel por donde ella había desaparecido. Solo era una chiquilla, malcriada, sí, pero seguía siendo una chiquilla y él era un hombre adulto, hecho y derecho, que le sacaba al menos doce años y que al parecer había aprendido a lidiar con cualquier frustración menos con aquella.Se bajó del auto y subió hasta el décimo piso, donde estaban las habitaciones. Ya sabía que la loca estaría en el cuarto 1005, pero antes de que pudiera tocar a la puerta y hacer cualquier intento por disculparse, la oyó increpar furiosamente a Benjamín.—¡Pues si esta es mi habitación y no la tuya, entonces no entiendo qué haces aquí!—Solo vine a traerte los vestidos de esta noche —decía Benjamín con un tono que ya Gabriel le conocía muy bien, el que usaba cuando quería empezar por las buenas con alguna mujer para luego acabar siendo el mismo hijo de put@ de siempre—. Me encantaría saber cuál vas a elegir, y si pudiera vértelo puesto pues… mejor.G
Marianne pasó saliva y al guardaespaldas no le pasó desapercibido que estaba casi sudando frío.—No te voy a tocar —advirtió él apoyando la rodilla izquierda en el suelo a la altura de una pantorrilla de la chica y el pie derecho al otro lado de su cuerpo—. Solo voy a tocar el vestido, ¿de acuerdo? —Agarró los vuelos, hizo un doblez en el borde del tubito de tela y metió la navaja. El primer tirón cortó veinte centímetros, Gabriel agarró cada una de las puntas y bajó la otra rodilla para apoyarse mejor—. Tú me dices hasta dónde, mocosa…Tiró con fuerza y el sonido de tela rasgándose hizo que Marianne ahogara un grito. No sirvió de mucho, solo para sobresaltarle la concentración al guardaespaldas y hacerlo tirar con más fuerza de la que había planeado.—¡Mierd@! —gruñó cuando vio que el desgarrón se le había ido un poco por encima de la rodilla y en un segundo el uno noventa de Gabriel Cross se convirtió en un uno noventa pálido como la muerte.Estaba en el suelo, con las rodillas a ca
Gabriel Cross respiró profundamente. Estaba acostumbrado a la guerra, pero al menos ahí sabía quién era el enemigo y qué hacer cuando lo tenía en frente.Aquellas puñaladas familiares eran algo nuevo y desagradable para él, pero el único modo de evitarlas era saber de dónde vendrían.La familia Grey le había causado una desagradable impresión desde el inicio, tanto o más que Benjamín y el Ministro Moore. Los matrimonios por conveniencia no eran problema suyo pero era obvio que Marianne era el elemento descartable de los Grey, incluso para su propio padre.Se alejó de aquel corredor y volvió al salón, al menos ahora sabía dos cosas: la primera, era que Marianne definitivamente tenía un problema serio con el hecho de que la tocaran. Y al segunda, era que por más que le molestara la mocosa, prefería su neurótica sinceridad a la falsedad de toda aquella gente que la rodeaba, al menos la loca disparaba de frente.Quizás por eso esa noche, cuando les tocó retirarse, estacionó la camioneta j
A él no le importaba la loca, podíamos empezar por ahí, sin embargo la velocidad que de repente había adquirido aquella camioneta al dirigirse hacia la mansión Grey, desmentía eso completamente.La única satisfacción que le quedaba era que los Grey debían estarse tirando de los pelos con el Ministro por haber dejado a Marianne.Estacionó en la entrada y solo tuvo que mostrarle su identificación al guardia de seguridad para que lo dejara pasar. Entró en aquella casa como si fuera un huracán.—¿Dónde está la loc…? —respiró profundo y negó—. Marianne, ¿dónde está Marianne? —le preguntó a la mujer que le abrió la puerta, pero ella solo negó con indiferencia.—No tengo idea…—Su habitación —gruñó el guardaespaldas y subió la escalera de dos en dos después de escuchar las instrucciones de la mujer.Al parecer el personal había aprendido bien de los dueños de la casa, porque no les importaba la chica en lo más mínimo. Gabriel empujó la puerta sin miramientos y a buscó por toda la habitación,
«¿Y tú no estas muy mocosa para conocer Cincuenta sombras de Grey?», pensó Gabriel, pero ciertamente no iba a ponerse a conversar con ella sobre algo como eso.Aseguró las puertas del departamento, compro comida y respondió como mucho a cinco de las trescientas preguntas que Marianne intentó hacerle.—Eres una criatura muy hostil. ¿Qué te costará decirme cuál es tu comida favorita? —siseó Marianne sacándole la lengua y lanzándole una almohada cuando se aburrió de intentar mantener una conversación—. Solo estoy tratando de que seamos amigos.—Es que yo no quiero ser tu amigo. Soy el guardaespaldas de tu prometido, y si ni así me respetas, no quiero ni imaginarme lo que harías si me agradaras siquiera —rezongó él y solo para molestarlo ella apagó el televisor y la luz de la sala.—Entonces lárgate a dormir, guardaespaldas, que mañana tengo clases y no pienso faltar.Gabriel protestó diez veces antes de abrir la puerta de la habitación. Era tan común como otra cualquiera. Revisó alrededo
Si a Gabriel alguien lo hubiera golpeado en pleno rostro, probablemente le hubiera dolido menos que aquellas palabras.—¡Yo no le hice nada! —gruñó molesto, mientras salía del salón y apuraba el paso detrás de Marianne hasta que los dos llegaron a la camioneta.Le abrió la puerta del copiloto y la muchacha no dijo otra palabra mientras se metían en el tráfico de vuelta al departamento. Sin embargo aquella sensación de inquietud no dejaba tranquilo al guardaespaldas, así que cuando entró al estacionamiento del edificio, pasó el seguro a las puertas para que ella no saliera.—¿Por qué no te gusta que te toquen? —la interrogó directamente y ella arrugó el ceño—. Si tú puedes preguntar lo que quieras, yo también. ¿Por qué no te gusta que te toquen?Marianne apretó los labios.—Es una decisión personal —respondió.—¡Una decisión personal es golpear a alguien si te toca! —replicó él—. Pero desmayarte si alguien te toca no es una decisión, es una reacción involuntaria y puede afectar… —Gabri