Sus rodillas se aflojaron y el mundo comenzó a darle vueltas, pero en cuanto él hizo un ademán de sostenerla, el instinto de Marianne la llevó a pegar la espalda a la pared y cerrar los ojos con un gesto brusco.
—¡Por favor no me toques…! ¡No me toques…! —suplicó porque no quería tener con él esa reacción horrible que ocurría cada vez que alguien la tocaba.
—¡Oye, oye! ¡¿Sí sabes que el malo es ese, verdad?! —gruñó Gabriel señalando al hombre desmayado en el suelo—. ¿No se nota que acabo de salvar tu ilustre trasero de princesa consentida?
Marianne abrió los ojos y se quedó mirándolo estupefacta. Parecía molesto y frustrado, y ella solo bajó las manos, llevándolas a su pecho.
Marianne sentía que no podía respirar, como si su pecho se hubiera llenado demasiado de aire y no pudiera sacarlo. ¡Era él! ¡El hombre que la había salvado estaba frente a ella! ¡Era él!
Pero cuando lo vio inclinarse y decirle aquellas palabras que parecían tan simples: «Tranquila, chiquilla, ya estás a salvo…», todo su mundo pareció colapsar.
—¿Tú…? ¿Tú sabes quién soy…? —murmuró con los labios temblorosos y la expresión de Gabriel se relajó, porque no podía identificar si estaba perdida o desesperada, pero algo por el estilo estaba.
—¡Por supuesto que te conozco! Eres Marianne Grey, hija de Hamilt Grey, magnate de la industria armamentista, contratista militar, amigo del Ministro de Defensa —recitó Gabriel y todo el brillo en los ojos de Marianne desapareció en ese instante.—¿Solo… solo eso? —balbuceó y él arrugó el ceño cruzándose de brazos.—¿Hay algo más que debería saber? —gruñó y Marianne bajó los ojos, decepcionada, comprendiendo que él no se acordaba de ella, solo repetía su nombre como el de cualquier otra persona que hubiera estudiado en un archivo. Sintió que su corazón se encogía de dolor, ella había pensado en él cada día de cada semana, de cada mes, de cada año durante los últimos ocho años… y él no debía haber pensado en ella ni una sola vez cuando no la reconocía. Levantó los ojos y los clavó en los suyos y aquel hombre de uno noventa retrocedió un paso.—Tú… ¿qué haces aquí…? ¿Cómo te llamas? —preguntó Marianne limpiándose las lágrimas.—Mi nombre es Gabriel Cross, soy Delt… —se interrumpió por un segundo, porque a veces le costaba recordar que ya no era un agente Delta de las Fuerzas Especiales—. Soy guardaespaldas. Me pidieron que te encontrara y te llevara de regreso a la casa de tu padre.Marianne pasó saliva y achicó los ojos, mientras la emoción de conocer a su ídolo desaparecía.—¿A la casa de mi padre? ¿Como para qué? —gruñó precavida.—Pues eso debe saberlo tú mejor que yo, ¿no? —dijo Gabriel mientras le indicaba hacia la camioneta con un gesto de autoridad—. ¡Vámonos!—¡Vete solo! ¡Yo en eso no me subo! ¡Y no pienso regresar! —le espetó haciendo acopio de valor y lo vio ponerse rojo de la frustración—¡Oye, niña! ¡Tu hermano me dijo que te llevara…!—¡Me importa un cuerno! —En aquel justo momento Marianne no sabía si le molestaba más que él la hubiera olvidado, o que trabajara para su hermano. —¡Mira chiquilla! ¡Fui Comandante de las Fuerzas Especiales cinco años y todavía no ha nacido el hombre que me desobedezca, menos una culisucia como tú! ¡Así que te subes a la camioneta, o te juro que te amarro al parachoques y vas a ir corriendo detrás de mí desde aquí hasta tu casa! ¡Súbete! ¡Ahora! Marianne lanzó tres maldiciones peores de las que él decía, pero subió al asiento del copiloto de aquella camioneta. «Maldito estúpido idiota creído. ¡Obedéceme, obedéceme!», pensaba y su cara reflejaba todo aquello. Pero de repente algo más le cruzó la mente. «¡Maldición, es él!»¿Qué importaba si trabajaba para su hermano? Odiaba eso, pero también significaba que lo tendría cerca… ¡Lo tendría cerca! Su corazón se disparó. ¡Lo tendría cerca! ¡A él! ¡Su sueño de ocho años hecho realidad!—¡Oye! ¿estás bien? —preguntó Gabriel cuando la vio sentarse de lado e inclinarse hacia él con los ojos brillantesDe repente ella había perdido todo el espíritu de batalla y lo miraba con cara de cachorrito perdido… ¡Pero muy perdido! ¿¡Eh!?—Me salvaste —murmuró Marianne.«¡Joder, lo que me faltaba! ¡Es bipolar!» pensó Gabriel mientras aceleraba y volvía a mirarla casi con miedo.—¡No, no, no! ¡Yo no hice nada! —aseguró tratando de restarle toda la importancia—. Solo le di un cabezazo a un tipo. ¡Eso definitivamente no cuenta como salvar!—¡Pero él tenía una navaja! —insistió Marianne. —¡No, no, no! ¡Eso tampoco cuenta como arma! ¡Yo no hice nada! ¡Estoy seguro que tú habrías podido con él! —recalcó porque ella lo estaba mirando con cara de loca… ¡Pero muy loca! ¿¡Eh!?El sonido su celular lo sobresaltó y Gabriel oprimió el botón sin siquiera mirar, solo por salir de aquella situación tan incómoda.«¡Gabo! ¡Buenas noticias!» Se escuchó la voz de Max en la grabación. «Hablé con uno de mis contactos y me dijo que tiene un trabajo para ti en un equipo especial de recuperación de rehenes. Necesitan un jefe de equipo, es trabajo para un experto como tú. Sé que te va a ir fenomenal, o por lo menos vas a ser más feliz que como guardaespaldas».La grabación se terminó y Gabriel hizo un gesto de victoria que murió en el mismo segundo en que escuchó aquellas palabras:—¿No eres feliz? ¿Te vas a ir? ¿Irte a donde…?—¡Oye, oye, chiquilla! Eso es asunto mío, no tiene nada que ver contigo —rezongó.—Es que yo… de verdad creo que te mereces ser feliz… —murmuró Marianne y él pasó saliva. ¡Estaba loca!—Yo también lo creo…. ¿Gracias? —murmuró elevando los ojos: «¡Diosito, no ayudas, cuando no me llueves me lloviznas, cabrón!»—Me gustas mucho —sentenció Marianne y aquel gigante de uno noventa estuvo a punto de ponerse a toser y la miró con ojos muy abiertos: ¡era una cachorrita perdida loca de remate!—OK, OK… supongo que… es lindo agradarte… ¿Sí? Muy lindo… pero no te me vas a restregar contra una pierna ¿verdad?Marianne sonrió. Él no podía entenderlo porque no la recordaba, pero para ella, que había pasado tanto tiempo pensando en él, era imposible no estar feliz solo por el simple hecho de tenerlo delante.—Sé sincera conmigo… ¿qué tan loca estás? —preguntó Gabriel mirándola por encima de los lentes oscuros y ella solo sonrió con picardía.Era exactamente como lo recordaba, aunque con la barba más tupida y pequeñas arrugas de preocupación en la frente. Estaba a punto de bajar la vista y observar el resto de aquella mole que era su cuerpo, cuando él frenó de golpe.Marianne miró alrededor, ni siquiera se había dado cuenta de que ya estaban en la casa, y su cuerpo volvió a tensarse.Gabriel le abrió la puerta y tuvo buen cuidado de escoltarla por la parte trasera de la casa, porque estaba casi seguro de que iba a terminar haciendo un escándalo.—¡Te dije que no quería venir! —le gruño ella.«Cuatripolar», pensó él antes de señalarle violentamente a la puerta.—¡Entra o te cargo adentro! ¡Tú e
El asunto era muy simple: todos querían algo. Su padre y sus hermanos querían un contrato. El Ministro quería una tapadera para su hijito. Benjamín… ni sabía lo que quería Benjamín, ¡pero lo que era seguro era que no lo obtendría de ella! ¿Y al final la única que iba a sufrir sin conseguir lo que quería era ella? ¡De eso nada! Así que cuando el Ministro aceptó tan rápidamente cualquier condición suya, solo levantó ese dedito y lo apuntó hacia Gabriel Cross. —Lo quiero a él. —¿Quéeeee? —Gabriel dio dos pasos adelante, espantado—. ¿Cómo que a mí…? —Él me acaba de salvar la vida —dijo Marianne sin mirarlo, pero con mucho dramatismo. —No fue para tanto… —espetó el guardaespaldas negando con vehemencia. ¡No podía creer que fuera a joderle el trabajo nuevo que le había conseguido Max! La mirada de Marianne se cruzó durante un segundo con la suya y Gabriel pudo ver aquella furiosa resolución reflejarse en sus ojos. —Si quiere que me comprometa con su hijo, lo quiero a él —confirmó
Gabriel Cross parecía poseído, lo único que le faltaba era girar la cabeza ciento ochenta grados como la niña de El Exorcista… y morder. Dejó al Ministro en su mansión, a Benjamín en su departamento de soltero y condujo hasta el Puente Arlington, a ver si por lo menos viendo pasar agua bajo sus pies se le refrescaban los pensamientos. Sin embargo, una llamada de Max acabó de descontrolarlo. —¿Gabo? ¿Todo bien? No me respondiste —murmuró Max preocupado. —Es que no tenía nada bueno que decir —gruñó él en respuesta—. No sé qué le hice a la loca prometida de Benjamín, pero le puso como condición al Ministro que yo no puedo dejar este trabajo, ¡o si no, no se casa con el tarado! ¡Y el Ministro ni corto ni perezoso me recordó que no ha firmado mi puñetera Baja de las Fuerzas Especiales, así que o hago lo que él quiere, o mejor dicho, lo que quiere la mocosa, o me voy a pasar una buena temporadita en la cárcel por desertor! —¡Oye, oye! ¡Pero eso es una locura! ¿Y esa chica por qué hizo e
Gabriel golpeó el volante y suspiró mirando hacia la puerta del hotel por donde ella había desaparecido. Solo era una chiquilla, malcriada, sí, pero seguía siendo una chiquilla y él era un hombre adulto, hecho y derecho, que le sacaba al menos doce años y que al parecer había aprendido a lidiar con cualquier frustración menos con aquella.Se bajó del auto y subió hasta el décimo piso, donde estaban las habitaciones. Ya sabía que la loca estaría en el cuarto 1005, pero antes de que pudiera tocar a la puerta y hacer cualquier intento por disculparse, la oyó increpar furiosamente a Benjamín.—¡Pues si esta es mi habitación y no la tuya, entonces no entiendo qué haces aquí!—Solo vine a traerte los vestidos de esta noche —decía Benjamín con un tono que ya Gabriel le conocía muy bien, el que usaba cuando quería empezar por las buenas con alguna mujer para luego acabar siendo el mismo hijo de put@ de siempre—. Me encantaría saber cuál vas a elegir, y si pudiera vértelo puesto pues… mejor.G
Marianne pasó saliva y al guardaespaldas no le pasó desapercibido que estaba casi sudando frío.—No te voy a tocar —advirtió él apoyando la rodilla izquierda en el suelo a la altura de una pantorrilla de la chica y el pie derecho al otro lado de su cuerpo—. Solo voy a tocar el vestido, ¿de acuerdo? —Agarró los vuelos, hizo un doblez en el borde del tubito de tela y metió la navaja. El primer tirón cortó veinte centímetros, Gabriel agarró cada una de las puntas y bajó la otra rodilla para apoyarse mejor—. Tú me dices hasta dónde, mocosa…Tiró con fuerza y el sonido de tela rasgándose hizo que Marianne ahogara un grito. No sirvió de mucho, solo para sobresaltarle la concentración al guardaespaldas y hacerlo tirar con más fuerza de la que había planeado.—¡Mierd@! —gruñó cuando vio que el desgarrón se le había ido un poco por encima de la rodilla y en un segundo el uno noventa de Gabriel Cross se convirtió en un uno noventa pálido como la muerte.Estaba en el suelo, con las rodillas a ca
Gabriel Cross respiró profundamente. Estaba acostumbrado a la guerra, pero al menos ahí sabía quién era el enemigo y qué hacer cuando lo tenía en frente.Aquellas puñaladas familiares eran algo nuevo y desagradable para él, pero el único modo de evitarlas era saber de dónde vendrían.La familia Grey le había causado una desagradable impresión desde el inicio, tanto o más que Benjamín y el Ministro Moore. Los matrimonios por conveniencia no eran problema suyo pero era obvio que Marianne era el elemento descartable de los Grey, incluso para su propio padre.Se alejó de aquel corredor y volvió al salón, al menos ahora sabía dos cosas: la primera, era que Marianne definitivamente tenía un problema serio con el hecho de que la tocaran. Y al segunda, era que por más que le molestara la mocosa, prefería su neurótica sinceridad a la falsedad de toda aquella gente que la rodeaba, al menos la loca disparaba de frente.Quizás por eso esa noche, cuando les tocó retirarse, estacionó la camioneta j
A él no le importaba la loca, podíamos empezar por ahí, sin embargo la velocidad que de repente había adquirido aquella camioneta al dirigirse hacia la mansión Grey, desmentía eso completamente.La única satisfacción que le quedaba era que los Grey debían estarse tirando de los pelos con el Ministro por haber dejado a Marianne.Estacionó en la entrada y solo tuvo que mostrarle su identificación al guardia de seguridad para que lo dejara pasar. Entró en aquella casa como si fuera un huracán.—¿Dónde está la loc…? —respiró profundo y negó—. Marianne, ¿dónde está Marianne? —le preguntó a la mujer que le abrió la puerta, pero ella solo negó con indiferencia.—No tengo idea…—Su habitación —gruñó el guardaespaldas y subió la escalera de dos en dos después de escuchar las instrucciones de la mujer.Al parecer el personal había aprendido bien de los dueños de la casa, porque no les importaba la chica en lo más mínimo. Gabriel empujó la puerta sin miramientos y a buscó por toda la habitación,
«¿Y tú no estas muy mocosa para conocer Cincuenta sombras de Grey?», pensó Gabriel, pero ciertamente no iba a ponerse a conversar con ella sobre algo como eso.Aseguró las puertas del departamento, compro comida y respondió como mucho a cinco de las trescientas preguntas que Marianne intentó hacerle.—Eres una criatura muy hostil. ¿Qué te costará decirme cuál es tu comida favorita? —siseó Marianne sacándole la lengua y lanzándole una almohada cuando se aburrió de intentar mantener una conversación—. Solo estoy tratando de que seamos amigos.—Es que yo no quiero ser tu amigo. Soy el guardaespaldas de tu prometido, y si ni así me respetas, no quiero ni imaginarme lo que harías si me agradaras siquiera —rezongó él y solo para molestarlo ella apagó el televisor y la luz de la sala.—Entonces lárgate a dormir, guardaespaldas, que mañana tengo clases y no pienso faltar.Gabriel protestó diez veces antes de abrir la puerta de la habitación. Era tan común como otra cualquiera. Revisó alrededo