Buenos Aires, Argentina…
“¡Muevan sus manos!” Era el pedido que se escuchaba en la cocina de uno de los restaurantes más prestigiosos de Buenos Aires. El aroma de las hierbas frescas y los ingredientes cocinándose llenaba el aire, mezclándose con el sonido de las ollas y sartenes chocando y el murmullo constante de la clientela. Los tres chefs y sus ayudantes se movían de manera rápida y coordinada para cumplir con las órdenes de los comensales.
—Gabriella, devolvieron el risotto. El señor dice que está mal hecho, que el arroz está pasado de cocción.
Uno de los meseros llega con el plato de risotto que acababa de enviar a la mesa trece. Gabriella siente un nudo en el estómago al ver el plato regresar.
—¡¿Qué?! Eso no es cierto, a ese risotto no le pasa nada. Ve y lleva nuevamente el plato, no cambiaré nada de una comida que está bien hecha.
Gabriella se queda pensando en quién será el gracioso que se atreve a criticar su comida, mientras su corazón late con fuerza y una gota de sudor resbala por su frente.
Al rato, el mesero vuelve con el plato en la mano. Gabriella nota la tensión en el rostro del mesero y el leve temblor de sus manos.
—Lo siento, Gabriella, pero ese señor está muy enojado y exige hablar con el chef encargado.
Gabriella no lo podía creer. Con todo lo que tenía que hacer en la cocina, ahora tenía que ir a calmar el berrinche de un idiota que no sabía nada de cómo cocinar. Su mandíbula se tensa mientras respira profundamente, tratando de controlar su frustración.
—Vayamos a ver qué quiere su majestad.
Gabriella va hasta la mesa trece. Allí estaba el tipo solo, “¡ con semejante estampa y estaba solo! Enfócate, que no vienes a hacerle cumplidos”, pensó. Quizás ese mal genio no lo soportaban, sino él y su sombra.
—Señor, el mesero me comentó el inconveniente que usted tiene con su comida.
Gabriella trató de ser lo más amable posible, y que no se notara lo molesta que estaba por hacerle perder el tiempo. Ante ella estaba un hombre que no mostraba ninguna expresión que diera señales de vida; solo se limitó a levantar su cara para ver quién le hablaba. Pero esos ojos pardos se quedaron grabados en su retina. Por su columna vertebral subió un calor abrazador que fue interrumpido por la voz grave y magnética del hombre sentado frente a ella. Pero al escuchar la arrogancia en su voz, su mal humor volvió. Este hombre le estaba cocinando su paciencia. Precisamente hoy, que era el día de mayor concurrencia, ella estaba ahí, poniendo cara de amabilidad al hombre más atractivo e irritante que haya visto.
—Sí, y también pedí hablar con el chef encargado.
—Yo soy el chef encargado y también quien está a cargo de lo que usted está consumiendo, así que lo que tenga que decir acerca de su plato lo hace conmigo.
Si algo había aprendido en el agresivo mundo de la gastronomía era no dejarse intimidar; estaba acostumbrada a manejar a sus engreídos compañeros y a más de un comensal difícil.
La cara impávida de Fabrizio seguía sin reflejar nada, parecía de piedra. Solo se limitó a recorrerla con la mirada, un acto que produjo en Gabriella una rara sensación.
—El risotto está mal. Cualquier principiante de cocina se daría cuenta. Quiero que lo haga de nuevo.
Gabriella pasó las manos por su uniforme, intentando calmarse. Este hombre la estaba impacientando. Pero recordó haber dejado a cargo a uno de sus ayudantes mientras atendía a su jefe. ¡Maldición! Cómo no verificó la comida antes de salir de la cocina. Sin embargo, se mantendría en su punto.
—Señor, le aseguro que el risotto está perfecto. No es el primero que hago; además, hay varios clientes comiéndolo y solo usted se ha quejado.
“Claro, boluda, los otros los hiciste tú” se recordó.
—¿Entonces no lo va a cambiar? —respondió serio.
Gabriella estaba que lo mandaba a la porra y no cambiaría nada solo por no darle la razón, pero recordó que ese no era su negocio y tenía que mantener su empleo mientras llegaba la hora de tener el suyo.
—Es el lema del restaurante, complacer al cliente. En unos minutos tendrá un nuevo plato —contestó, muerta de la ira y con la sonrisa más falsa del mundo—. Con permiso.
Al dar la vuelta para irse, escuchó lo que el hombre dijo en italiano.
—Donna testarda.
"¿Qué le pasa a este hombre?", pensó Gabriella. "¿Cree que porque habla en italiano no le voy a entender? Qué dijo, ¿a esta le digo terca y no pasa nada?" Y como respuesta a sus pensamientos, habló en un tono lo suficientemente alto para ser escuchado por Fabrizio, respondió mientras se dirigía a la cocina:
—Si spera diarrea.
Fabrizio solo alcanzó a abrir la boca. “¿Quién se había creído esa mujer? ¿Y cómo le deseaba que le diera diarrea?”, pensó.
Por un momento, pensó en salir del restaurante, pero no quería buscar otro lugar para comer. No tenía tiempo; lo esperaba una reunión, y gracias a Dios vivía al otro lado del mundo para no tener que toparse nunca con ella.
Cuando llegó a la cocina, el remordimiento se apoderó de Gabriella. "No debí decirle eso al cliente, aunque se lo mereciera," pensó. "Yo no pierdo los estribos tan fácilmente, pero este hombre realmente me sacó de mi centro; su cara de piedra era desesperante."Quince minutos después, el mesero trajo su risotto acompañado de una pequeña tartaleta y una nota.—Señor, su comida y esto se lo manda el chef como disculpa por las molestias. Esperamos que vuelva a visitarnos.Fabrizio se quedó mirando el trozo de papel y lo abrió para leer: "Se hai la diarrea, non è cibo. Buon Appetito" (si te da diarrea no es por la comida. Buen apetito).—¡Vaya! No esperaba una disculpa —murmuró, tomó la nota, la guardó y se dispuso a disfrutar su comida.Ella es Gabriella Monti, chef de profesión. Llevaba pocos años en este competitivo mundo dominado por los hombres. Qué ironía, el noventa por ciento no sabe ni hervir agua y los poquitos que cocinan lo hacen de maravilla, mientras las mujeres llevan siglo
De un momento a otro, todo fue más calmado y el bullicio cesó un poco. Gabriella se detuvo, soltando suavemente la mano de Fabrizio y sonriendo.—Ya estás a salvo —dijo, mirando a Fabrizio a los ojos.Fabrizio relajó los hombros y soltó un suspiro de alivio.—Gracias, realmente aprecio tu ayuda —respondió con una ligera sonrisa, aunque todavía un poco tenso por la experiencia.—Eso parece, gracias por ayudarme. Podrías recomendarme un lugar tranquilo donde pueda comer, sin fanáticos locos por todos lados.—Escogiste un mal día para querer estar tranquilo, pero te puedo recomendar un par de sitios.Fabrizio solo miraba absorto a Gabriella y unas ganas inmensas de no separarse de ella lo invadieron. Era una mujer muy bella, pero no era su belleza lo que lo tenía atraído; era algo que no podía descifrar, algo que lo llevó a hacerle una proposición inusual en él, que no intimaba con desconocidos.—Estaba pensando que quizás me podrías acompañar —fue la repentina petición de Fabrizio.Gabr
Buscaron una mesa un poco apartada. Gabriella aún no podía creer que había aceptado la propuesta de un perfecto desconocido. Aunque fuera una mujer alegre a la que le gustaba interactuar con las personas, siempre actuaba de manera precavida; no era de las que se iban con el primer aparecido. Pero con él le pasaba algo que no podía explicar. Para Fabrizio, las cosas no eran diferentes; esta noche había saltado todas las cercas de su pragmática personalidad.—Me comeré una ensalada —dijo Gabriella al ver el menú, mientras acariciaba el borde de la carta con sus dedos.—Yo quiero carne —opina Fabrizio, cruzando los brazos y esbozando una ligera sonrisa.—Excelente elección. Aquí es deliciosa —responde Gabriella, asintiendo con la cabeza.Gabriella comenzó a hablar del lugar, dándole una descripción de la zona y los sitios que todo turista debería visitar en Buenos Aires, gesticulando con las manos y con los ojos brillando de entusiasmo. Fabrizio escuchaba, pero su mente se fue por un mom
El beso acabó, pero ahora estaban en un dilema sin escapatoria.— Mejor nos vamos— Gabriella se adelanta, su mente es un libro lleno de preguntas sin respuesta.“¿Qué te está pasando Gabriella, por qué lo besaste? No busques problemas donde no los hay” “Tanto problema un beso, es solo eso, un beso, además mañana no lo volverás a ver en tu vida” “quizás debería aprovechar y permitirte otras cosas” esos no eran los consejos que espero escuchar por parte de su concienciaFabrizio la sigue, él también quedó perturbado por ese repentino beso.— ¡Gabriella espera por favor! — ella se frena y lo espera.— Si te sientes incómoda por lo que pasó, entiendo eso no debió pasar, me iré al hotel desde aquí yo solo, muchas gracias por el paseo me gustó mucho.“Gabriella no lo dejes ir” su traicionera conciencia volvió a tomar la iniciativa.— Olvidemos eso, no tiene importancia, sigamos conociendo la ciudad. “¿por qué le hacía caso a su lado oscuro?”Fabrizio no sabía qué decir, quería seguir
Siempre había escuchado que las mujeres de esta parte del mundo eran ardientes, pero ella es un infierno que quemaba hasta los huesos.Tuvieron tiempo para otras demostraciones cada una mejor que la anteriores, no quedó un lugar en el cuerpo de cada uno que no fuera explorado hasta la saciedad y como dos descontrolados que solo tenían una noche donde no podían parar el tiempo, se gastaron todas las municiones en un exceso de pasión desenfrenada.— Eres magnífica — le dice Fabrizio dándole un cálido beso en la frente.— Me tengo que ir — Fue la rápida respuesta de Gabriella, que sale de la cama en busca de su ropa, él también busca que ponerse y sale tras ella. Una vez estuvo lista, solo se despidió.— Adiós, Fabrizio, buen viaje.Esas palabras, aunque era lo esperado, le dejaron un mal sabor de boca, algo dentro de él no quería separarse de la mujer que acababa de conocer, no sabía nada de ella, pero en las últimas horas había logrado más que todas las mujeres con las que ha salido.
Florencia…De camino a una reunión, Fabrizio estaba muy concentrado leyendo unos documentos en su auto cuando la voz de su chofer le avisó:—Señor Falco, hay demasiado tráfico y no podré tomar otra ruta hasta la próxima cuadra.—Está bien, Enrico. Llamaré a Zia para que inicie ella la reunión.Mientras hablaba con su hermana, en la esquina vio pasar a una mujer que se parecía tanto a Gabriella. Pero eso no podía ser, porque ella estaba al otro lado del mundo.“Estás loco, Fabrizio. Ahora su imagen se escapó de tus sueños para andar por las calles de Florencia. Anda con cuidado, no sea que termines donde el loquero,” se recriminaba por enésima vez.Desde que llegó de su viaje, pensaba en Gabriella. Incontables las veces que ha tratado de borrar de su mente y de su piel las huellas de esa noche. ¡Claro que lo intentó!, pero fracasó. Esa mujer lo había marcado. Lleva meses tratando de olvidar esa noche. Ahora ella solo está en sus sueños, cuando llega como una visión: su cara, su cuerpo,
Sin más remedio se puso en marcha, pero antes dio una última mirada por el espejo retrovisor y sus ojos vieron a la mujer que ocupaba sus pensamientos últimamente.¡Gabriella! ¡Es Gabriella! Pero, ¿cómo podía ser eso? ¿Ella estaba en Italia?Fabrizio quedó atrapado entre el tráfico, ya no era posible retroceder y Nicola y sus amigos se habían ido. Pero de algo estaba seguro: esa era Gabriella. No podía estar equivocado. Sus ganas de verla no podían estar jugándole una broma. La mujer que estaba con su hermano y sus amigos era ella. ¿Pero cómo era eso posible? Parecía una locura, porque supuestamente Gabriella estaba en Argentina.El único que podía sacarlo de esa incertidumbre era su hermano, y eso tendría que ser mañana; hoy, gracias al fútbol, eso no era posible.Cada vez que jugaba “la Fiore,” el grupo de WhatsApp de los hermanos Falco era inundado por fotos y comentarios enviados por Nicola. La única que hacía comentarios era Zia, porque a Fabrizio le molestaba sobremanera. Pero h
La pregunta hizo que Zia tuviera un ataque de risa, llevándose una mano a la boca para intentar contenerse. No cabía duda de que solo a Nicola se le ocurría hacerle esa pregunta a Fabrizio sin miedo a morir.Fabrizio le lanzó una mirada penetrante a su hermano, sus labios apretados en una línea delgada.—Voy a hacer de cuenta que no preguntaste eso —dijo, manteniendo la calma, aunque su voz tenía un tono helado.—¿Y eso qué tiene? Igual te amaremos —insistió Nicola, con una sonrisa traviesa y encogiéndose de hombros.Fabrizio solo lo miró con una mezcla de exasperación y diversión, alzando una ceja.—Está bien, cerraré mi boca.—Me voy, tengo mucho que hacer en mi oficina —dijo Fabrizio, levantándose de su silla y estirando los hombros.—Pero no me dijiste qué viste para el cumpleaños de mamá —insistió Zia, frunciendo el ceño.—Yo te dije que de eso no sabía. Nos vemos —respondió Fabrizio, saliendo de la oficina.Zia rodó los ojos, con una expresión de resignación.—¿Tú sí me ayudarás