Capítulo 3

De un momento a otro, todo fue más calmado y el bullicio cesó un poco. Gabriella se detuvo, soltando suavemente la mano de Fabrizio y sonriendo.

—Ya estás a salvo —dijo, mirando a Fabrizio a los ojos.

Fabrizio relajó los hombros y soltó un suspiro de alivio.

—Gracias, realmente aprecio tu ayuda —respondió con una ligera sonrisa, aunque todavía un poco tenso por la experiencia.

—Eso parece, gracias por ayudarme. Podrías recomendarme un lugar tranquilo donde pueda comer, sin fanáticos locos por todos lados.

—Escogiste un mal día para querer estar tranquilo, pero te puedo recomendar un par de sitios.

Fabrizio solo miraba absorto a Gabriella y unas ganas inmensas de no separarse de ella lo invadieron. Era una mujer muy bella, pero no era su belleza lo que lo tenía atraído; era algo que no podía descifrar, algo que lo llevó a hacerle una proposición inusual en él, que no intimaba con desconocidos.

—Estaba pensando que quizás me podrías acompañar —fue la repentina petición de Fabrizio.

Gabriella se sorprendió, arqueando una ceja.

—Hm, te puedo llevar y dejarte cerca, ya que me queda de paso por donde voy.

—¿Entonces no aceptas comer conmigo? Solo quiero ser amable y agradecerte lo que acabas de hacer por mí.

La mente de Gabriella comienza a fabricar toda una película: “¿Cómo te vas a ir con un perfecto extraño? ¿Qué tal que sea un asesino serial, que vino de Italia a matar mujeres?”

Al lugar comienzan a llegar más hinchas alegres y bullosos. Rápidamente, Fabrizio comienza a incomodarse, demostrando disgusto en su expresión. Gabriella lo nota y piensa que es un hombre bastante raro; definitivamente, ella no podría estar con alguien al que no le gusta divertirse o no le gustara el fútbol.

—Será mejor que salgamos antes que no podamos ni movernos —dice Gabriella, señalando hacia una dirección—. Mi auto está por allá.

Fabrizio va tras ella y puede admirar el contoneo de sus caderas, su figura en esos jeans rotos y manchados de azul se ve fenomenal, por un momento su mente comienza a divagar, imaginándola desnuda bajo su cuerpo.

“Creo que el calor del verano me está cocinando el cerebro” fue la única explicación que se pudo dar para estar pensando en desnudarla.

—Ya llegamos —la voz de Gabriella interrumpe sus pensamientos.

Subieron al auto y demoraron un poco más en llegar a su destino. Había demasiada conmoción en las calles; por donde volteara a ver, había banderas y bocinas sonando.

—¿Siempre es así? —pregunta Fabrizio, con el entrecejo arrugado.

—Qué te puedo decir, hoy ganó el mejor equipo del mundo. Es inevitable celebrar.

—¿El mejor equipo del mundo? Creo que te dejas llevar por las emociones —respondió serio, pero en el fondo le pareció estar teniendo una conversación con su hermano, que usa las mismas palabras cuando habla de su equipo de fútbol.

—¿A vos te gusta el fútbol?

—No.

—Entonces esa es una conversación que no vamos a tener.

—Solo te digo que es un poco pretencioso —insiste Fabrizio.

Gabriella le lanza una mirada divertida antes de contestar:

—Si sabes lo que te conviene, no digas más.

Al verle la cara de confundido, Gabriella no puede evitar reírse.

—Es una broma, y ya llegamos.

El auto de Gabriella se detiene el auto a un lado de la calle. Y para la tranquilidad de Fabrizio, la zona está bastante tranquila.

—¿Entonces no vas a aceptar mi invitación? Te prometo que no volveré a decir nada sobre fútbol.

Los ojos pardos de Fabrizio la miran con intensidad; parecen un par de soles, ideales para arder en ellos.

Gabriella tardó un momento en responder. Su razón le daba mil motivos para decir que no, que era mala idea aceptar la invitación de un desconocido, pero, por otro lado, su curiosidad fue más poderosa.

—Está bien, pero me cambiaré la ropa por algo más apropiado para estos lugares. Si voy así contigo, seremos como la bella y la bestia, y la bella no seré yo, te lo puedo asegurar —dijo Gabriella con humor.

Fabrizio la miraba sin entender cómo iba a hacer eso.

—Salgamos del auto, y tú me esperas aquí tapando la ventana.

Gabriella lo sitúa junto a la ventana de atrás mientras ella va hasta el baúl y saca un pequeño maletín, para entrar nuevamente a los asientos traseros del auto.

Fabrizio no quería imaginarse lo que en estos momentos estaba pasando dentro del auto. Ella no podía estar quitándose la ropa allí en plena calle, ¿o sí? Ninguna de las mujeres que conoce haría un acto tan osado como ese. Esto era demasiado para un hombre como él.

Unos golpes en el vidrio dan aviso para que se aparte de la puerta.

—Listo, ahora ya estoy más presentable.

Si lo había hecho; se cambió totalmente de ropa, ahora tenía un vestido suelto con unos zapatos bajos.

—¿Acaso tú andas con la maleta de “Mary Poppins”? —dice Fabrizio viéndola de arriba abajo, con una mezcla de asombro y diversión en el rostro.

Gabriella ríe, una carcajada sincera que ilumina su rostro.

—Hoy salí preparada porque mi ropa iba a terminar arruinada y también me quedaré donde una amiga.

Fabrizio asiente, aún sorprendido por la rapidez del cambio de ropa.

—Entonces, ¿qué sugieres para comer?

Gabriella sonríe, pensando por un momento.

“Tú a mí y yo a ti, sería una excelente sugerencia” ¡Gabriella!, se reprende por esos pensamientos súbitos y descarriados.

—Bueno, hay un lugar cerca que tiene una terraza tranquila y sirven una comida increíble. Podríamos ir allí.

—Suena perfecto —responde Fabrizio, sintiendo que su día está mejorando gracias a la compañía inesperada.

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