Buscaron una mesa un poco apartada. Gabriella aún no podía creer que había aceptado la propuesta de un perfecto desconocido. Aunque fuera una mujer alegre a la que le gustaba interactuar con las personas, siempre actuaba de manera precavida; no era de las que se iban con el primer aparecido. Pero con él le pasaba algo que no podía explicar. Para Fabrizio, las cosas no eran diferentes; esta noche había saltado todas las cercas de su pragmática personalidad.
—Me comeré una ensalada —dijo Gabriella al ver el menú, mientras acariciaba el borde de la carta con sus dedos.
—Yo quiero carne —opina Fabrizio, cruzando los brazos y esbozando una ligera sonrisa.
—Excelente elección. Aquí es deliciosa —responde Gabriella, asintiendo con la cabeza.
Gabriella comenzó a hablar del lugar, dándole una descripción de la zona y los sitios que todo turista debería visitar en Buenos Aires, gesticulando con las manos y con los ojos brillando de entusiasmo. Fabrizio escuchaba, pero su mente se fue por un momento del lugar, idiotizado, viéndola. Se sentía extraño; por lo general, las mujeres con las que salía no hablaban tanto y algunas solo decían sí a todo lo que él decía. Pero Gabriella se expresaba con todo el cuerpo: sus manos se movían mientras hablaba, y ahora él podía detallar mejor sus facciones.
Las largas pestañas enmarcan esos ojos color miel, la nariz aguileña y esa boca... esa linda boca, pensó Fabrizio. Esto era nuevo para mí, encontrarme sentado admirando a una perfecta desconocida. Si mi hermana me viera, pensaría que estaba perdiendo el juicio.
Gabriella hace una pausa y, acomodándose en la silla, continúa hablando.
—¿Te has fijado que llevamos más de una hora juntos y no sé tu nombre?
Era cierto que no se habían presentado, pensó él.
—Mucho gusto, Gabriella Monti —se presenta al tiempo que ofrece su mano.
—Perdona mi mala educación, Fabrizio Falco —responde al gesto de Gabriella tomando su mano, y sus ojos hacen un extraño contacto, como si de repente la piel ardiera. Ella retira la mano dejándolo con una sensación de vacío.
—¿Y qué te trae a mi país, Fabrizio? —pregunta mientras come su ensalada.
—Vacaciones, pero mañana ya terminan.
"Qué lástima que ya te vas, me hubiera encantado ser tu guía personal" pensaba mientras comía, con los ojos clavados en la figura enigmática y atractiva que tenía enfrente.
—La verdad es la primera vez que salgo a conocer los alrededores por mi cuenta. Los otros días estuve trabajando, por así decirlo.
—¿Trabajando? Che, ¿y dónde quedaron las vacaciones? Estás mal. Vacaciones es igual a descanso, diversión, no trabajo. Creo que te falta esparcimiento, tanto trabajo te va a volver loco.
Él hace un gesto subiendo sus hombros.
—No sé qué decirte, no puedo evitarlo. No me gusta perder el tiempo.
Gabriella lo mira con una sonrisa traviesa.
—¿Tu agenda está libre para las próximas horas?
Fabrizio temía que ella le propusiera alguna loca aventura, su definición de diversión no era igual al resto del mundo. Es más, la palabra diversión no es una que use muy a menudo; siempre fue “yo con yo” y sus amigos se contaban con una mano y sobraban dedos. ¿Pero qué tenía esta mujer que su boca respondía sin pensar?
—Sí, ¿por qué? —respondió, sintiendo una mezcla de curiosidad y nerviosismo.
Gabriella se acomodó en la silla y continuó hablando.
—¿Aceptarías un paseo por la ciudad, con esta guía turística? Es un crimen que te vayas de aquí y no hayas visto nada.
"Gabriella, has perdido la razón," se acusaba, pero ya era un poco tarde para recoger sus palabras.
Algo en el interior de Fabrizio le hacía ver que, entre más tiempo pasara con ella, más riesgo corría de perderse en la luz de su mirada y esa rara atracción que le producía Gabriella.
—De acuerdo, Gabriella, muéstrame lo que tiene Buenos Aires —dijo, dispuesto a correr el riesgo.
En realidad, tenían poco tiempo para todo lo que había que hacer en Buenos Aires, pero de noche la cosa era otra. Caminaron un poco por la Recoleta; era imposible no ir a San Telmo. Este hombre necesitaba una dosis de tango, por eso llegaron a Caminito, con sus calles empedradas y casas de brillantes colores. Por todo el vecindario se podían ver obras de arte y bailes de tango en vivo, un espectáculo poco común en otros sitios.
Los bailarines de tango comenzaron a involucrar al público, y una de ellas tomó de la mano a Fabrizio, desprevenido y asustado. Por un momento pensó en no moverse y no aceptar, pero no quiso pasar por grosero y ser el único descortés. Además, pronto se darían cuenta de que él no bailaba, y mucho menos tango. "Esto no me puede estar pasando," pensó. "Gracias a Dios nadie me conoce, o se hubieran dado un festín."
Gabriella solo sonreía, viendo su manera torpe de moverse.
Gabriella se compadeció del "pitufo gruñón" y pensó: “Rescátalo, pobrecito.”
A Fabrizio no le hizo gracia su intento de baile; odiaba hacer el ridículo.
—Pibe, relájate. Dejá esa cara de limón. Ven conmigo.
Gabriella toma sus manos y pone una en su cintura.
—Ahora mueve los pies.
Fabrizio se negaba a moverse; ella no podía obligarlo nuevamente a hacer el ridículo.
—Gabriella, yo no bailo.
—Cerrá los ojos y déjate llevar por mí. Te prometo que será bueno.
Más que el intento de baile que tendría a continuación, la sensación de estar abrazado a Gabriella fue reconfortante. Entonces, su apatía por el baile pasó a segundo plano.
—Terca.
—Amargo —respondió Gabriella con una sonrisa.
Después de un largo suspiro, Fabrizio dijo por fin:
—Ok, comencemos.
¿Cómo se había dejado convencer? Ese estilo de baile no era apto para mantener lejos la tentación de tener su cuerpo tan cerca y dominar todos los pensamientos que en ese momento pasaban por su cabeza.
—Creo que ya fue suficiente por hoy —le dice Fabrizio, dejando de moverse.
Accidentalmente, una pareja empuja a Gabriella, haciendo que se pegue a Fabrizio. Se escuchan unas disculpas, pero ahí están ellos, mirándose hasta que el hielo se rompió en un beso tímido, que estaba escondido en las ganas de cada uno. Entonces, como una lanza, los atravesó para quitarles la razón.
El beso acabó, pero ahora estaban en un dilema sin escapatoria.— Mejor nos vamos— Gabriella se adelanta, su mente es un libro lleno de preguntas sin respuesta.“¿Qué te está pasando Gabriella, por qué lo besaste? No busques problemas donde no los hay” “Tanto problema un beso, es solo eso, un beso, además mañana no lo volverás a ver en tu vida” “quizás debería aprovechar y permitirte otras cosas” esos no eran los consejos que espero escuchar por parte de su concienciaFabrizio la sigue, él también quedó perturbado por ese repentino beso.— ¡Gabriella espera por favor! — ella se frena y lo espera.— Si te sientes incómoda por lo que pasó, entiendo eso no debió pasar, me iré al hotel desde aquí yo solo, muchas gracias por el paseo me gustó mucho.“Gabriella no lo dejes ir” su traicionera conciencia volvió a tomar la iniciativa.— Olvidemos eso, no tiene importancia, sigamos conociendo la ciudad. “¿por qué le hacía caso a su lado oscuro?”Fabrizio no sabía qué decir, quería seguir
Siempre había escuchado que las mujeres de esta parte del mundo eran ardientes, pero ella es un infierno que quemaba hasta los huesos.Tuvieron tiempo para otras demostraciones cada una mejor que la anteriores, no quedó un lugar en el cuerpo de cada uno que no fuera explorado hasta la saciedad y como dos descontrolados que solo tenían una noche donde no podían parar el tiempo, se gastaron todas las municiones en un exceso de pasión desenfrenada.— Eres magnífica — le dice Fabrizio dándole un cálido beso en la frente.— Me tengo que ir — Fue la rápida respuesta de Gabriella, que sale de la cama en busca de su ropa, él también busca que ponerse y sale tras ella. Una vez estuvo lista, solo se despidió.— Adiós, Fabrizio, buen viaje.Esas palabras, aunque era lo esperado, le dejaron un mal sabor de boca, algo dentro de él no quería separarse de la mujer que acababa de conocer, no sabía nada de ella, pero en las últimas horas había logrado más que todas las mujeres con las que ha salido.
Florencia…De camino a una reunión, Fabrizio estaba muy concentrado leyendo unos documentos en su auto cuando la voz de su chofer le avisó:—Señor Falco, hay demasiado tráfico y no podré tomar otra ruta hasta la próxima cuadra.—Está bien, Enrico. Llamaré a Zia para que inicie ella la reunión.Mientras hablaba con su hermana, en la esquina vio pasar a una mujer que se parecía tanto a Gabriella. Pero eso no podía ser, porque ella estaba al otro lado del mundo.“Estás loco, Fabrizio. Ahora su imagen se escapó de tus sueños para andar por las calles de Florencia. Anda con cuidado, no sea que termines donde el loquero,” se recriminaba por enésima vez.Desde que llegó de su viaje, pensaba en Gabriella. Incontables las veces que ha tratado de borrar de su mente y de su piel las huellas de esa noche. ¡Claro que lo intentó!, pero fracasó. Esa mujer lo había marcado. Lleva meses tratando de olvidar esa noche. Ahora ella solo está en sus sueños, cuando llega como una visión: su cara, su cuerpo,
Sin más remedio se puso en marcha, pero antes dio una última mirada por el espejo retrovisor y sus ojos vieron a la mujer que ocupaba sus pensamientos últimamente.¡Gabriella! ¡Es Gabriella! Pero, ¿cómo podía ser eso? ¿Ella estaba en Italia?Fabrizio quedó atrapado entre el tráfico, ya no era posible retroceder y Nicola y sus amigos se habían ido. Pero de algo estaba seguro: esa era Gabriella. No podía estar equivocado. Sus ganas de verla no podían estar jugándole una broma. La mujer que estaba con su hermano y sus amigos era ella. ¿Pero cómo era eso posible? Parecía una locura, porque supuestamente Gabriella estaba en Argentina.El único que podía sacarlo de esa incertidumbre era su hermano, y eso tendría que ser mañana; hoy, gracias al fútbol, eso no era posible.Cada vez que jugaba “la Fiore,” el grupo de WhatsApp de los hermanos Falco era inundado por fotos y comentarios enviados por Nicola. La única que hacía comentarios era Zia, porque a Fabrizio le molestaba sobremanera. Pero h
La pregunta hizo que Zia tuviera un ataque de risa, llevándose una mano a la boca para intentar contenerse. No cabía duda de que solo a Nicola se le ocurría hacerle esa pregunta a Fabrizio sin miedo a morir.Fabrizio le lanzó una mirada penetrante a su hermano, sus labios apretados en una línea delgada.—Voy a hacer de cuenta que no preguntaste eso —dijo, manteniendo la calma, aunque su voz tenía un tono helado.—¿Y eso qué tiene? Igual te amaremos —insistió Nicola, con una sonrisa traviesa y encogiéndose de hombros.Fabrizio solo lo miró con una mezcla de exasperación y diversión, alzando una ceja.—Está bien, cerraré mi boca.—Me voy, tengo mucho que hacer en mi oficina —dijo Fabrizio, levantándose de su silla y estirando los hombros.—Pero no me dijiste qué viste para el cumpleaños de mamá —insistió Zia, frunciendo el ceño.—Yo te dije que de eso no sabía. Nos vemos —respondió Fabrizio, saliendo de la oficina.Zia rodó los ojos, con una expresión de resignación.—¿Tú sí me ayudarás
Veinte minutos después llegaron al local de Gabriella, que estaba bastante concurrido.—Hola, Nicola, qué gusto verte —saludó Gabriella, acercándose a Nicola y sus acompañantes con una sonrisa radiante.—Hola, Gabriella. Te presento a mi hermana Zia y Ambra... una amiga —respondió Nicola, señalando a las dos mujeres con un gesto de la mano.—Encantada de conocerlas. Pero sigan por aquí, tengo una mesa libre —dijo Gabriella, guiándolos hacia un costado del local donde había una terraza al aire libre, parte de las remodelaciones que ella había hecho.Zia miraba alrededor con admiración, sus ojos recorriendo cada detalle del lugar.—Este lugar es precioso. Creo que alguna vez entré aquí, pero no lucía así —dijo Zia, con una sonrisa de aprobación.—Digamos que sufrió algunos cambios —respondió Gabriella, orgullosa—. Ya les traigo el menú y algo para que se antojen.Al poco rato, uno de los dependientes trajo el menú y las degustaciones prometidas por Gabriella. Hicieron sus respectivos pe
Fabrizio se dejó llevar, resignado. Su madre siempre iba a buscarle una mujer para presentarle, con la esperanza de que se involucrara de alguna manera. Pero eso estaba lejos de suceder. La única mujer que le interesaba no estaba allí, y cada vez le urgía más saber su paradero. Durante su estancia en Génova pensó muchas veces en la manera de encontrarla, hasta se imaginó preguntándole a Nicola sin tapujos, aunque eso significaba acabar con su privacidad respondiendo las preguntas fuera de lugar de su hermano.Fabrizio y su madre se acercaron al grupo de mujeres. Él intentaba mantener una expresión neutral, aunque su mente estaba llena de preguntas y su corazón latía con fuerza.Uno de los meseros se acercó al grupo con algunos de los últimos ágapes enviados desde la cocina. Fabrizio hizo un ademán rechazando el ofrecimiento, pero su madre lo detuvo.—Deberías probarlos, te aseguro que no te arrepentirás —sugirió Elisa, con una sonrisa persuasiva.Solo por darle gusto, Fabrizio tomó la
Fabrizio la miró con intriga, con sus cejas levantadas.—Es que cuando conocí a Nicola, se pareció mucho a ti. Lo mismo tu padre, además de que creo haberte visto en la calle alguna vez. Entonces pensé que me estaba enloqueciendo por verte en cada hombre —explicó Gabriella, con una sonrisa tímida.—Me alegra tanto verte de nuevo, Gabriella. ¿Desde cuándo estás en Florencia? —preguntó Fabrizio, con su voz llena de curiosidad y alivio.—Ya llevo más de un mes —respondió ella, encogiéndose de hombros.—Entonces si eras la mujer que vi una vez cruzando la calle. Al igual que tú, pensé que era una locura —dijo Fabrizio, con una leve sonrisa, recordando ese momento.Después de mucho querer verse, soñar en lo que harían, estaban allí incómodos, ansiosos y con las ganas que brotaban de sus ojos.—¿Entonces qué te trae a Italia? —fue la mágica pregunta de Fabrizio, como si no tuviera cosas más interesantes que preguntar.—Asuntos familiares —respondió Gabriella, tratando de mantener la compost