Florencia…De camino a una reunión, Fabrizio estaba muy concentrado leyendo unos documentos en su auto cuando la voz de su chofer le avisó:—Señor Falco, hay demasiado tráfico y no podré tomar otra ruta hasta la próxima cuadra.—Está bien, Enrico. Llamaré a Zia para que inicie ella la reunión.Mientras hablaba con su hermana, en la esquina vio pasar a una mujer que se parecía tanto a Gabriella. Pero eso no podía ser, porque ella estaba al otro lado del mundo.“Estás loco, Fabrizio. Ahora su imagen se escapó de tus sueños para andar por las calles de Florencia. Anda con cuidado, no sea que termines donde el loquero,” se recriminaba por enésima vez.Desde que llegó de su viaje, pensaba en Gabriella. Incontables las veces que ha tratado de borrar de su mente y de su piel las huellas de esa noche. ¡Claro que lo intentó!, pero fracasó. Esa mujer lo había marcado. Lleva meses tratando de olvidar esa noche. Ahora ella solo está en sus sueños, cuando llega como una visión: su cara, su cuerpo,
Sin más remedio se puso en marcha, pero antes dio una última mirada por el espejo retrovisor y sus ojos vieron a la mujer que ocupaba sus pensamientos últimamente.¡Gabriella! ¡Es Gabriella! Pero, ¿cómo podía ser eso? ¿Ella estaba en Italia?Fabrizio quedó atrapado entre el tráfico, ya no era posible retroceder y Nicola y sus amigos se habían ido. Pero de algo estaba seguro: esa era Gabriella. No podía estar equivocado. Sus ganas de verla no podían estar jugándole una broma. La mujer que estaba con su hermano y sus amigos era ella. ¿Pero cómo era eso posible? Parecía una locura, porque supuestamente Gabriella estaba en Argentina.El único que podía sacarlo de esa incertidumbre era su hermano, y eso tendría que ser mañana; hoy, gracias al fútbol, eso no era posible.Cada vez que jugaba “la Fiore,” el grupo de WhatsApp de los hermanos Falco era inundado por fotos y comentarios enviados por Nicola. La única que hacía comentarios era Zia, porque a Fabrizio le molestaba sobremanera. Pero h
La pregunta hizo que Zia tuviera un ataque de risa, llevándose una mano a la boca para intentar contenerse. No cabía duda de que solo a Nicola se le ocurría hacerle esa pregunta a Fabrizio sin miedo a morir.Fabrizio le lanzó una mirada penetrante a su hermano, sus labios apretados en una línea delgada.—Voy a hacer de cuenta que no preguntaste eso —dijo, manteniendo la calma, aunque su voz tenía un tono helado.—¿Y eso qué tiene? Igual te amaremos —insistió Nicola, con una sonrisa traviesa y encogiéndose de hombros.Fabrizio solo lo miró con una mezcla de exasperación y diversión, alzando una ceja.—Está bien, cerraré mi boca.—Me voy, tengo mucho que hacer en mi oficina —dijo Fabrizio, levantándose de su silla y estirando los hombros.—Pero no me dijiste qué viste para el cumpleaños de mamá —insistió Zia, frunciendo el ceño.—Yo te dije que de eso no sabía. Nos vemos —respondió Fabrizio, saliendo de la oficina.Zia rodó los ojos, con una expresión de resignación.—¿Tú sí me ayudarás
Veinte minutos después llegaron al local de Gabriella, que estaba bastante concurrido.—Hola, Nicola, qué gusto verte —saludó Gabriella, acercándose a Nicola y sus acompañantes con una sonrisa radiante.—Hola, Gabriella. Te presento a mi hermana Zia y Ambra... una amiga —respondió Nicola, señalando a las dos mujeres con un gesto de la mano.—Encantada de conocerlas. Pero sigan por aquí, tengo una mesa libre —dijo Gabriella, guiándolos hacia un costado del local donde había una terraza al aire libre, parte de las remodelaciones que ella había hecho.Zia miraba alrededor con admiración, sus ojos recorriendo cada detalle del lugar.—Este lugar es precioso. Creo que alguna vez entré aquí, pero no lucía así —dijo Zia, con una sonrisa de aprobación.—Digamos que sufrió algunos cambios —respondió Gabriella, orgullosa—. Ya les traigo el menú y algo para que se antojen.Al poco rato, uno de los dependientes trajo el menú y las degustaciones prometidas por Gabriella. Hicieron sus respectivos pe
Fabrizio se dejó llevar, resignado. Su madre siempre iba a buscarle una mujer para presentarle, con la esperanza de que se involucrara de alguna manera. Pero eso estaba lejos de suceder. La única mujer que le interesaba no estaba allí, y cada vez le urgía más saber su paradero. Durante su estancia en Génova pensó muchas veces en la manera de encontrarla, hasta se imaginó preguntándole a Nicola sin tapujos, aunque eso significaba acabar con su privacidad respondiendo las preguntas fuera de lugar de su hermano.Fabrizio y su madre se acercaron al grupo de mujeres. Él intentaba mantener una expresión neutral, aunque su mente estaba llena de preguntas y su corazón latía con fuerza.Uno de los meseros se acercó al grupo con algunos de los últimos ágapes enviados desde la cocina. Fabrizio hizo un ademán rechazando el ofrecimiento, pero su madre lo detuvo.—Deberías probarlos, te aseguro que no te arrepentirás —sugirió Elisa, con una sonrisa persuasiva.Solo por darle gusto, Fabrizio tomó la
Fabrizio la miró con intriga, con sus cejas levantadas.—Es que cuando conocí a Nicola, se pareció mucho a ti. Lo mismo tu padre, además de que creo haberte visto en la calle alguna vez. Entonces pensé que me estaba enloqueciendo por verte en cada hombre —explicó Gabriella, con una sonrisa tímida.—Me alegra tanto verte de nuevo, Gabriella. ¿Desde cuándo estás en Florencia? —preguntó Fabrizio, con su voz llena de curiosidad y alivio.—Ya llevo más de un mes —respondió ella, encogiéndose de hombros.—Entonces si eras la mujer que vi una vez cruzando la calle. Al igual que tú, pensé que era una locura —dijo Fabrizio, con una leve sonrisa, recordando ese momento.Después de mucho querer verse, soñar en lo que harían, estaban allí incómodos, ansiosos y con las ganas que brotaban de sus ojos.—¿Entonces qué te trae a Italia? —fue la mágica pregunta de Fabrizio, como si no tuviera cosas más interesantes que preguntar.—Asuntos familiares —respondió Gabriella, tratando de mantener la compost
Fabrizio no contestó. En cambio, soltó otra pregunta.—¿Te gusta Nicola?Gabriella dejó caer la mandíbula del asombro.—¿Qué? ¡Claro que no! Solo somos amigos. ¿Por qué preguntas eso? —respondió, con una risa nerviosa.—¿Y él tiene eso tan claro como tú? —insistió Fabrizio, con una mirada intensa.—Sí, eso creo —respondió Gabriella, achicando la mirada, tratando de entender el motivo de las preguntas.—Un “creo” no me sirve, tienes que estar segura —dijo Fabrizio, en un tono serio.Gabriella no se percató de que el auto ya se había detenido frente a su casa. En su cabeza, trataba de entender las preguntas que para ella carecían de sentido.—No entiendo el punto. ¿Por qué te preocupa que tu familia sepa que nos conocemos? —preguntó, frunciendo el ceño.—No quiero malentendidos. Él es mi hermano y eso, está por encima de cualquier cosa —respondió Fabrizio, con una voz firme.—¿Eso quiere decir que tu familia no puede saber que nos conocimos en Argentina? —preguntó Gabriella, con una mez
Las risas provenientes de la cocina llegaban hasta el exterior. No era usual que su padre riera a carcajadas. Fabrizio pensó que la pequeña Sara, la hija de Zia, estaba en casa, pero a medida que se acercaba escuchó que la conversación era en español y un acento argentino sobresalía de entre las voces. De repente, sintió cómo su estómago se encogía y sus pulsaciones aumentaban de manera frenética al saber quién era la mujer que con toda seguridad estaba en la cocina. Fabrizio no podía creer su suerte. “¿Es realmente Gabriella la que está en la cocina con mi madre?”, pensaba, mientras sus pasos se volvían más rápidos y decididos.Gabriella tan temprano en su casa ¡Santo Dios! Fabrizio se preparó mentalmente para lo que sería su día, hoy tener a Gabriela cerca iba a ser todo un reto, todas sus barreras desaparecen cuando la tiene frente a él. Su figura, su cara, su boca, esa boca que quiere morder y que lo vuelve loco; no sabía cómo, pero tenía que aguantarse las ganas de saltar sobre e