Ambra saludó a todos con una sonrisa cálida, y Nicola no pudo evitar sentir una punzada de nerviosismo al estar tan cerca de ella. La reunión familiar estaba completa, y la tarde prometía estar llena de risas, conversaciones y, quién sabe, tal vez algunos momentos inesperados.Todos en el comedor disfrutaban de una amena conversación y el almuerzo. Los presentes alabaron el risotto preparado por Gabriella. Ella agradeció los comentarios, pero además agregó:—Pueden creer que una vez en Buenos Aires, en el restaurante donde trabajaba, un cliente me devolvió este plato porque según él estaba mal hecho.Fabrizio se puso rígido ante el comentario y le lanzó una mirada amenazante.—Te puedo asegurar que esa persona no sabe nada de cocina —comentó Dante, con una sonrisa.—Eso mismo, pensé yo, pero igual tocó enviarle otro risotto. Ya saben lo que dicen, el cliente siempre tiene la razón —dijo Gabriella, con la mirada fija en Fabrizio.Después del almuerzo, todos se fueron al jardín junto a
Imposible guardar la compostura cuando ella lleva su mano hasta su pelvis para tocar la dureza de su miembro que palpita dentro del pantalón. Gabriella se sentía arder, como si estuviera dentro de un horno a mil grados centígrados. El bañador fue bajado quedando atascado en la cintura solo para que la anhelante boca de Fabrizio se posara en los pechos descubiertos de Gabriella que moría por sentir su cuerpo desnudo pegado al suyo.Cuando Fabrizio quiere retirar el bañador que se está convirtiendo en un verdadero estorbo, Gabriella es presa de un súbito ataque de orgullo y habló en el idioma que mejor se defendía cuando estaba molesta.— ¡NO! ¡Ni en pedos, pará! — Gabriella recompone la prenda para seguir hablando —. No vamos a repetir lo sucedido en Buenos Aires. Y me tenés reloca con tus comentarios fuera de lugar acerca de mi relación con Nicola, ¿y ahora me quieres coger? ¡Vos si sos descarado!¡Estoy hasta el horno con vos! ¡ándate que no te quiero ver!Fabrizio se quedó atónito,
Nicola regresó con Gabriella, quien sonreía ampliamente. Al verla, el corazón de Fabrizio dio un vuelco y sintió una punzada de dolor y deseo.Zia se apresuró a saludar a la recién llegada.—¡Gabriella, me alegra mucho verte! ¿Cómo va todo? Aún me debes una visita —dijo Zia, con una sonrisa amplia.—¡Oh, Zia! Lo siento, sé que te prometí una visita, pero he tenido tanto trabajo que ni te imaginas. Pero no lo he olvidado —respondió Gabriella, con una sonrisa apenada.Fabrizio tragó saliva y se obligó a sonreír. La batalla interna de Fabrizio continuaba. Sabía que no podía seguir así, tenía que tomar una decisión.“¿Luchar por ella? ¿Pero cómo, cuando el rival es su hermano?”, pensaba Fabrizio, sintiendo una mezcla de frustración y desesperanza.Fabrizio permaneció en silencio, con la mirada inmersa en los documentos que tenía en su mano, aunque no les prestaba atención. Pero si algo tenía Gabriella, era buena educación, y saludó al hombre sin sentimientos que tenía enfrente.—Hola, Fab
El sonido del celular distrajo a Gabriella por un instante. Un número desconocido llamaba. Dudó en contestar, pero pensó que podía ser algún nuevo cliente.—Aló —dijo Gabriella, con cautela.—Gabriella, necesitamos hablar. ¿Estás en casa? —Esa voz paralizó su corazón. ¿Fabrizio?—Sí, pero...—Estoy afuera. Abre la puerta. —La petición sonó como una orden para ser cumplida de inmediato.¡Oh por Dios! ¿Por qué está aquí? ¿Cómo diablos consiguió mi número? Este pibe está loco y yo más por dejarlo entrar. La emoción invadió su cuerpo y el tiempo que duró en llegar hasta la puerta le pareció una eternidad. En su mente repetía, una y otra vez, “Calmada, que su cara de dios griego no te afecte,” como si fuera fácil, cuando lo único que ha querido desde que lo volvió a ver es tenerlo como dios lo trajo al mundo. Y era completamente consciente de que, si él le ponía una mano encima, sería su perdición.Sin más escapatoria, fue a abrir la puerta.—Hola, ¿puedo pasar? —preguntó Fabrizio, con una
Mientras batía unas claras para un postre, la mente de Gabriella volaba lejos de allí. No podía entender a Fabrizio y su extraña actitud. Desde su último encuentro hace una semana, no había sabido de él; era como si la tierra se lo hubiera tragado.“¿Pero por qué tenía que preocuparse por este pibe? Que haga lo que quiera, no me importa,” pensaba, buscando compostura.El negocio de Gabriella cada vez tomaba más renombre y las solicitudes para ser chef en eventos privados de la alta élite florentina aumentaban considerablemente. Tanto así que Vito, su empleado en el café, se convirtió en su ayudante en los eventos. Pero a este paso, necesitaría otro ayudante, ya que cada vez eran más grandes los pedidos que atender.—Hola, ¿hay alguien por aquí? —Una voz conocida se escuchó en la cocina, y Gabriella salió del cuarto de suministros.—¡Nicola! Hola, ¿cómo estás? Me gusta verte —dijo Gabriella, saliendo al encuentro de su amigo, al que no veía hace muchos días. Su sonrisa iluminaba su ros
Los tres siguieron trabajando, olvidando el asunto, hasta que Nicola se dirigió a su escritorio en busca de unos documentos. Su atención se centró en las flores que hacía rato había traído Marcia. Se acercó a ver con detalle y sus ojos se fueron agrandando poco a poco al reconocer de qué se trataba. Ahora entendía la reacción de Marcia.—¡Demonios! Ahora sí, se pasaron tus admiradoras. A esto le llamo yo creatividad —dijo Nicola, riendo.—¿Nicola, de qué rayos estás hablando? —preguntó Zia, acercándose.—¡Zia, ven acá y mira esto!—¿Qué pasa con las flores? —dijo Zia, que no veía nada fuera de lugar—. ¿Son de plástico?—¡Mira bien! —la risa de Nicola se hizo más sonora.—¡Oh por Dios! —la risa de Zia fue incontenible —. Esto es fenomenal — Zia, continúo riendo a carcajadas, acompañando a Nicola que sostenía su estómago al reír.—¿Qué les pasa a ustedes dos con las benditas flores? —exclamó Fabrizio, frunciendo el ceño.Nicola tomó las flores y fue hasta donde estaba Fabrizio, poniéndo
Gabriella salió de la cocina y se dirigió a la mesa siete. Aun de espaldas, podía reconocer quién era el hombre de la mesa siete. Cuando vio a Fabrizio sentado allí, su corazón dio un vuelco.“Así que viniste a verme,” pensó Gabriella, sintiendo una mezcla de alivio y nerviosismo.—Esta vez no cambiaré tu comida tan fácilmente —dijo Gabriella, cuando llegó frente a Fabrizio, cruzando los brazos.Fabrizio levantó la vista y sus ojos se encontraron con los de ella. Una chispa de reconocimiento y emoción pasó entre ambos.—No quiero cambiar la comida, solo hablar con el chef, y la mejor manera es decir que la comida está mal. ¿Podemos hablar? —respondió Fabrizio, con una leve sonrisa, levantando una ceja.El tambor en su pecho retumbaba mucho más. Si decía que no, se arrepentiría más tarde, y si decía que sí, también. No importaba cuál fuera la respuesta, el resultado sería igual.—Sí, pero me tienes que esperar, estoy ocupada en la cocina —dijo Gabriella, suspirando profundamente.—No m
Gabriella es una chica alta y subida en el escalón de la entrada, quedaba a la misma altura que Fabrizio, lo que facilitó que sus miradas quedaran atrapadas, ninguno de los dos se movió, la cara de Fabrizio se inclinó para besar la mejilla de ella en un beso que quemó. Gabriella quiso hablar, pero sus labios solo se abrieron un poco, gesto que fue suficiente para que Fabrizio clavara su mirada en ellos, la frente de Fabrizio descansó sobre la de ella, en este momento estaba haciendo uso de todo su control, sentía que podía morir, daría todo por besarla una vez más, porque se repitiera esa noche en Buenos Aires.— Fabrizio...tu... quieres entrar — las palabras de Gabriella fueron un tímido susurro.— Gabriella, si entro a tu casa no te aseguro que pueda seguir controlándome.Gabriella se apartó para mirarlo con decisión, sus ojos tenían ese brillo especial y enigmático que lo arrastraban hasta perder la razón.— Yo no te estoy invitando para que te controles, además que hay de malo