Capítulo 2

Cuando llegó a la cocina, el remordimiento se apoderó de Gabriella. "No debí decirle eso al cliente, aunque se lo mereciera," pensó. "Yo no pierdo los estribos tan fácilmente, pero este hombre realmente me sacó de mi centro; su cara de piedra era desesperante."

Quince minutos después, el mesero trajo su risotto acompañado de una pequeña tartaleta y una nota.

—Señor, su comida y esto se lo manda el chef como disculpa por las molestias. Esperamos que vuelva a visitarnos.

Fabrizio se quedó mirando el trozo de papel y lo abrió para leer: "Se hai la diarrea, non è cibo. Buon Appetito" (si te da diarrea no es por la comida. Buen apetito).

—¡Vaya! No esperaba una disculpa —murmuró, tomó la nota, la guardó y se dispuso a disfrutar su comida.

Ella es Gabriella Monti, chef de profesión. Llevaba pocos años en este competitivo mundo dominado por los hombres. Qué ironía, el noventa por ciento no sabe ni hervir agua y los poquitos que cocinan lo hacen de maravilla, mientras las mujeres llevan siglos cocinando. Pero ella, a pulso, se ha ganado el lugar y respeto de sus colegas que la ven como una de las mejores.

Gabriella estudió en Francia en el afamado “Le Cordon Bleu”, siendo una de las mejores estudiantes. Se quedó trabajando, tomando experiencia después de terminar sus estudios, pero tuvo que regresar a Argentina debido a la repentina enfermedad de su mamá, un cáncer que terminó arrebatándole la vida hacía un año. Sus padres se divorciaron cuando ella tenía cinco años, pero eso no fue un impedimento para llevar una buena relación con su padre, que se volvió a casar y tuvo otra hija, su adorada hermana Alicia.

Fabrizio, llevaba tres días en Buenos Aires. La ciudad era muy linda y le gustaba el ambiente que tenía y la amabilidad de la gente. Después de mucho rogar, había aceptado la invitación de su hermana Zia y su esposo Dante para conocer los viñedos que la Casa Basile tenía en Chile y Argentina. Esta era la parada final del viaje.

Las primeras “vacaciones” en todos los años que llevaba frente a la empresa, aunque la verdad eran vacaciones a medias, ya que todos los días se conectaba con la oficina en Italia para estar al tanto de lo que pasaba, su temperamento controlador no era capaz de desconectarse del todo y había salido muy poco a conocer la ciudad, así que decidió dar un paseo hoy.

Su familia le insistió mucho para que hiciera este viaje, según ellos necesitaba tomarse un aire. Él no veía la necesidad de cruzar el océano para hacer eso, pero allí estaba, paseando por las calles del centro de Buenos Aires. Había mucha gente; parecía que hoy hubo fútbol y eso aquí es como una religión. Todos gritaban y celebraban. Tenía que alejarse de esa zona, el único feliz aquí sería su hermano Nicola, por ser amante del fútbol e hincha furibundo de la Fiorentina. Pero a él no le gustaba el fútbol y mucho menos los tumultos. Por eso hacía todo lo posible por salir, abriéndose paso entre la gente, cuando de repente unos jóvenes bastante animados se lo llevan por delante, haciéndolo perder el equilibrio hasta caer al piso junto a un grupo de personas.

—¿¡Hey pibe, estás bien!? —preguntó la voz de una mujer, que lo mira con detenimiento.

A ese hombre ella lo había visto antes. Pensó al ver su cara seria que no le quitaba los ojos de encima, “claro, el tipo del restaurante”, recordó.

—Sí, todo está bien.

Fabrizio ansiaba salir del lugar. "Esa chica... se le pareció a alguien," pensó, pero desechó la idea. "Estoy en un país donde no conozco a nadie."

Sin saber por qué motivo, Gabriella salió detrás del tipo que acababa de ver. "¿Qué tiene ese hombre que me impulsa a comportarme de esta manera?", pensó.

Fabrizio siente que una mano lo toma del brazo.

—¡Espera! ¿No te acuerdas de mí? Soy la chef del restaurante donde estabas ayer.

Esa era la chica, pero se veía muy diferente ahora con el cabello suelto y de jeans.

—¡Ah! Hola. Si quieres saber si me dio diarrea, la respuesta es no.

Gabriella hizo una mueca.

—Está claro que, si te enfermas, no será por mi comida

—Te ves un poco fuera de lugar. ¿Estás perdido? ¿No eres de aquí, cierto? —dijo ella, alzando una ceja al ver su facha de hombre bien vestido y pulcro, que desentonaba un poco con todo el ambiente del lugar.

Las confianzas de buenas a primeras tampoco eran del agrado de Fabrizio, pero igual tampoco era maleducado. Después de un largo suspiro, respondió mientras se pasaba una mano por el cabello.

—No, y solo estoy buscando la forma de salir de aquí. No me gustan las multitudes.

Gabriella notó la tensión en su mandíbula y el ceño fruncido en su rostro.

—Pero si sigues por ese camino, más adelante será peor, créeme. Hoy ganó Boca y todo es un festejo.

—¡Dannazione! —exclamó Fabrizio, frunciendo aún más el ceño y apretando los puños.

A Gabriella le causó gracia el mal genio de "pitufo gruñón" y sonrió.

—Dejá de maldecir. No seas amargo, ven y te ayudo a salir de aquí —dijo, extendiendo la mano hacia él.

Fabrizio dudó por un momento, mirando la mano extendida antes de aceptarla con una leve inclinación de cabeza. Tomó la mano de Gabriella y fue una sensación muy agradable. Ella lo llevaba por las calles atiborradas de gente, entre nubes de harina, esquivando a las personas con agilidad. De vez en cuando, sus dedos se apretaban un poco más cuando el tumulto se hacía más denso.

Sigue leyendo en Buenovela
Escanea el código para descargar la APP

Capítulos relacionados

Último capítulo

Escanea el código para leer en la APP