50: Vaivenes

—Lo he pensado en más de lo que te imaginas —admitió Alessa, bebiendo su martini con una sonrisa de lado—. Pero si te lo digo ahora, no será nada divertido.

—Ah, sí. —Leonardo se encogió de hombros, y Alessa no ignoró la forma en que evitó la sonrisa coqueta de la chica del bar—. Eso significa que puedo estar tranquilo porque vas a estar bien, y no tengo ningún problema.

Alessa atrapó un destello de nerviosismo en sus ojos negros, pero se fue tan rápido que se le olvidó cuando él ronroneó su nombre con dulzura desenfadada y se explayó como el amo y señor de todo lo que le rodeó.

—Se puede saber dónde quedó tu querido jefazo, Le Roux. Ya que casi nunca se te despega. Diría que está obsesionado contigo.

—Uh, suenas disgustado.

—¿Disgustado?

—Ajá.

Leonardo se burló entre dientes. Un exhalación pesada que hizo vibrar su pecho ancho.

—Me estoy preocupando por ti, preciosa. Eso es lo que hago, porque me importas.

La presencia de Leonardo despertó el interés en más de una persona a su alrede
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