—¿Alguna vez le dijiste a una chica que te enamoraste de ella, pero resulta que no te pudo oír?—¿Leo?—¿Quién más va a ser? ¿Tu ex esposa con el modelo veinteañero?Adrian Ross sonrió desde el otro lado de la línea. Típico.—Eres un idiota, Leo.—A veces, sí. Ahora contesta la pregunta, Rossie. Antes que mi descanso se acabe y venga el segundo round —exigió, viendo de reojo la entrada del baño, de donde provino el sonido de la ducha y el suave canto femenino.—Espera un segundo, ¿eso quiere decir que estás en una relación, una real?—A ver, técnicamente, podría decirse que compartimos una cama, un baño. —Leonardo se rascó los ojos—. Vale, no lo sé, es complicado.—¿Qué es complicado? —cuestionó Adrian suspicaz—. ¿La situación o ella?Explicarlo tampoco fue sencillo, porque la situación era un punto y Alessa era otro bastante importante. Sin embargo, ninguna de las dos era la causa de esta confusión.—Oh, mierda. No me digas que "ella" es esa niña Sinclair. Hijo de puta, ¿los chismes
—Qué me interesa el dinero, quiero que pagues lo que tengas que pagar si ese reportero se pone terco.Junto a la puerta de la habitación principal, Alessa escuchó a Leonardo allí dentro discutir acaloradamente por celular con alguien. Su asistente, probablemente. Él estaba despeinado, recién duchado y en proceso de vestirse para salir a resolver un asunto en su empresa, ya que había recibido un correo electrónico a las dos de la madrugada de un cliente potencial en Singapur. Leonardo no llevaba puestos ni la camisa ni los zapatos, solo tenía los pantalones desbrochados colgando de sus caderas, y la corbata envuelta duramente en su mano libre, apretándola en un puño enojado, tan enojado como él se veía.—Haz lo que sabes hacer, Sophia. Lo que sea. Quiero esas fotos quemadas, destruidas, ¡hechas mierda! —exigió Leonardo con voz áspera y dura. Alessa tragó saliva observándolo recorrer el dormitorio como un león enjaulado a punto de abalanzarse a su presa con los colmillos expuestos—. Ese
—Te estoy llamando porque necesitaba hablar directamente contigo.—Yo...—Sabes que debemos hablar.—Este no es el momento. Es demasiado tarde.—Si escogiera otro momento, jamás tendría la oportunidad.—Eso es una mentira.—¿Mentira? Sabes que tenemos una conversación pendiente, tú y yo. Lo sabes.El acento francés fue severo, austero y casi frío. Eso fue lo que Alessa escuchó al otro lado de la línea cuando contestó el teléfono a esas horas de la madrugada. Según el reloj digital en la pared de la sala, eran las dos de la mañana. Leonardo estaba durmiendo, profundamente, en la cama donde ambos habían compartido una noche larga y cálida, pero la paz de la pelirroja fue interrumpida por el zumbido de su celular en la mesita junto a la cama. Ella se había despertado de milagro, porque estaba viajando por el País de la Maravilla, en el quinto sueño. Y resultó que tenía ganas de ir al baño, y se inquietó, entonces salió de aquel lugar inconsciente y vio la pantalla iluminada.Alessa casi
—¿Qué es lo que vas a hacer, Alessa? ¿O es que escuché mal? —insistió Leonardo austero, cruzando lentamente la sala con sus pies descalzos. Solo llevó unos pantalones de algodón azul celeste que colgaron de sus caderas desnudas. Las sombras jugaron un papel clave sobre su figura fuerte. Se vio mucho más alto, ancho e imponente. Un depredador al acecho.Alessa descubrió que tenía la garganta seca cuando tragó saliva. ¿Fue por el susto? ¿Por la llamada telefónica de Le Roux que se prometió ignorar? ¿O por el pulso de deseo que sintió cada vez que vio a Leonardo?—Esa voz... ¿Quién carajos está ahí? —Ella escuchó la pregunta insistente de Le Roux contra su oreja, por eso se sobresaltó y casi tiró el celular. —Tsk, no es tu problema —ella masculló a la defensiva. —¿Qué? —¿Qué? —Leonardo frunció el ceño, lanzando la misma pregunta brusca que Le Roux. Eso la hizo gruñir exasperada y sacudir el brazo. —¡Qué se callen pues! ¡Los dos! Es mejor así —exigió ella y, esta vez, fue muy clara h
—Carla...—Tienes que hacerlo de una buena vez, Alessa —exigió su mejor amiga al otro lado de la línea. Fue una tarde lluviosa. Alessa estaba sola y ansiosa en la mansión—. Esos son detalles importantes que debes tener en cuenta cuando ya tienes una pareja.—Que no estoy viviendo con Leonardo —replicó la pelirroja, comiéndose unas deliciosas papitas fritas que Reynolds muy gentilmente le trajo de una tienda cerca del apartamento que compartió con Carla.—¿Y dónde duermes? ¿Dónde comes, eh? En un albergue lo dudo mucho. Jamás te soportarían por más de tres días.Alessa rodó los ojos, masticando despacio una papita crujiente. Saboreó la sal de sus dedos y pensó en los últimos días... La incertidumbre que azotó sus pensamientos después de aquella madrugada donde fueron realmente descuidados e impulsivos, especialmente descuidados.—Si te hubieras quedado calladita, Carlora, yo no estaría en este dilema —recriminó Alessa resentida. —Ah, mírate pues, ahora la culpa es mía. Sí. Qué pague l
Fue un ligero descuido esa madrugada hace ya un tiempo, cuando Leonardo la reclamó en ese lujoso sofá rococó, cegado por los celos que despertó Le Roux con esa llamada telefónica inesperada. En efecto, Alessa recurrió a Carla con sus sospechas posteriores, porque su cerebro acelerado continuó calculando fechas, ciclos, probabilidades... Alessa cayó en la manía. Carla le recordó que era demasiado pronto para sacar conclusiones.—¡Tampoco exageres, loca! Tómalo con calma —le había dicho Carla, sacudiendo las manos, esa tarde.—Solo se necesita una vez, Carla. —Alessa resopló—. Una vez, y el error es irreparable. Ni siquiera entiendo cómo fue que me descuidé.Carla se burló diciendo: —Eso pasa cuando tienes la cabeza, el corazón y el coño caliente, amiga. Todo se te olvida.Después de aquel breve ataque de pánico, Alessa optó por la negación absoluta y, con el transcurso del tiempo, Carla aumentó la presión sobre el asunto inconcluso. Alessa volvió a caer en las redes de su cerebro cuand
—No tenías que venir.—Vine porque quise.—¿Ah, sí? Porque hace un rato no te veías nada contento.Leonardo suspiró y se quitó las gafas mientras conducía el Lamborghini, en dirección a una farmacia. Hubiese podido conseguir el bendito test de otra forma, sin tener que salir de la mansión; pero las cosas con Alessa estaban bastante tensas.Con más tiempo que pasaba pensándolo y asimilándolo, se le hacía menos difícil manejar la situación.—Lo siento, princesa. No todos los días me lanzan sin anestesia la insinuación de un posible embarazo.Alessa se cruzó de brazos, sin argumentos para refutar. Vale, metió la pata en la forma en que se lo dijo.Le faltaba mejorar el punto de comunicación.—Además, te llevaré con alguien de confianza. ¿O quieres seguir dándole de qué hablar a los faranduleros? —Enarcó una ceja y ella se quedó callada.Sí, tenía otro buen punto.Cuando llegaron a la farmacia, ella se fue adelante y él refunfuñó persiguiéndola. La agarró de la cintura y la frenó. Se llev
—No estoy embarazada —fue lo primero que dijo Alessa cuando Carla la recibió en el apartamento.—Wau, gracias por esa forma tan sutil de avisarme —exclamó Carla, viéndola caminar hacia el viejo sofá de la sala—. Espera, ¿por qué estás aquí?—Porque este es mi apartamento también.Carla se detuvo junto al sofá y la miró fijamente.—Oh por Dios, estás huyendo del señor Gold.Alessa resopló.—¿Qué? —Volteó a darle una mirada escéptica a la morena, pues la idea le sonó de lo más ridícula—. Yo no estoy huyendo de nadie. Este también es mi lugar y si quiero venir...—¿A las seis de la mañana? —Carla se cruzó de brazos, enfatizando el hecho de que todavía estaba en su pequeño pijama de camiseta y mini shorts—. Oye, tampoco abuses.—Tengo un Benz, lo puedo presumir a la hora que me quiera.—Ah, entonces viniste en tu Benz a las putas seis de la mañana a desayunar tostadas porque te gusta presumir. Alessa, vas de mal en peor.La pelirroja no respondió, sino que fue a la cocina y saqueó la neve