—¿Qué es lo que vas a hacer, Alessa? ¿O es que escuché mal? —insistió Leonardo austero, cruzando lentamente la sala con sus pies descalzos. Solo llevó unos pantalones de algodón azul celeste que colgaron de sus caderas desnudas. Las sombras jugaron un papel clave sobre su figura fuerte. Se vio mucho más alto, ancho e imponente. Un depredador al acecho.Alessa descubrió que tenía la garganta seca cuando tragó saliva. ¿Fue por el susto? ¿Por la llamada telefónica de Le Roux que se prometió ignorar? ¿O por el pulso de deseo que sintió cada vez que vio a Leonardo?—Esa voz... ¿Quién carajos está ahí? —Ella escuchó la pregunta insistente de Le Roux contra su oreja, por eso se sobresaltó y casi tiró el celular. —Tsk, no es tu problema —ella masculló a la defensiva. —¿Qué? —¿Qué? —Leonardo frunció el ceño, lanzando la misma pregunta brusca que Le Roux. Eso la hizo gruñir exasperada y sacudir el brazo. —¡Qué se callen pues! ¡Los dos! Es mejor así —exigió ella y, esta vez, fue muy clara h
—Carla...—Tienes que hacerlo de una buena vez, Alessa —exigió su mejor amiga al otro lado de la línea. Fue una tarde lluviosa. Alessa estaba sola y ansiosa en la mansión—. Esos son detalles importantes que debes tener en cuenta cuando ya tienes una pareja.—Que no estoy viviendo con Leonardo —replicó la pelirroja, comiéndose unas deliciosas papitas fritas que Reynolds muy gentilmente le trajo de una tienda cerca del apartamento que compartió con Carla.—¿Y dónde duermes? ¿Dónde comes, eh? En un albergue lo dudo mucho. Jamás te soportarían por más de tres días.Alessa rodó los ojos, masticando despacio una papita crujiente. Saboreó la sal de sus dedos y pensó en los últimos días... La incertidumbre que azotó sus pensamientos después de aquella madrugada donde fueron realmente descuidados e impulsivos, especialmente descuidados.—Si te hubieras quedado calladita, Carlora, yo no estaría en este dilema —recriminó Alessa resentida. —Ah, mírate pues, ahora la culpa es mía. Sí. Qué pague l
Fue un ligero descuido esa madrugada hace ya un tiempo, cuando Leonardo la reclamó en ese lujoso sofá rococó, cegado por los celos que despertó Le Roux con esa llamada telefónica inesperada. En efecto, Alessa recurrió a Carla con sus sospechas posteriores, porque su cerebro acelerado continuó calculando fechas, ciclos, probabilidades... Alessa cayó en la manía. Carla le recordó que era demasiado pronto para sacar conclusiones.—¡Tampoco exageres, loca! Tómalo con calma —le había dicho Carla, sacudiendo las manos, esa tarde.—Solo se necesita una vez, Carla. —Alessa resopló—. Una vez, y el error es irreparable. Ni siquiera entiendo cómo fue que me descuidé.Carla se burló diciendo: —Eso pasa cuando tienes la cabeza, el corazón y el coño caliente, amiga. Todo se te olvida.Después de aquel breve ataque de pánico, Alessa optó por la negación absoluta y, con el transcurso del tiempo, Carla aumentó la presión sobre el asunto inconcluso. Alessa volvió a caer en las redes de su cerebro cuand
—No tenías que venir.—Vine porque quise.—¿Ah, sí? Porque hace un rato no te veías nada contento.Leonardo suspiró y se quitó las gafas mientras conducía el Lamborghini, en dirección a una farmacia. Hubiese podido conseguir el bendito test de otra forma, sin tener que salir de la mansión; pero las cosas con Alessa estaban bastante tensas.Con más tiempo que pasaba pensándolo y asimilándolo, se le hacía menos difícil manejar la situación.—Lo siento, princesa. No todos los días me lanzan sin anestesia la insinuación de un posible embarazo.Alessa se cruzó de brazos, sin argumentos para refutar. Vale, metió la pata en la forma en que se lo dijo.Le faltaba mejorar el punto de comunicación.—Además, te llevaré con alguien de confianza. ¿O quieres seguir dándole de qué hablar a los faranduleros? —Enarcó una ceja y ella se quedó callada.Sí, tenía otro buen punto.Cuando llegaron a la farmacia, ella se fue adelante y él refunfuñó persiguiéndola. La agarró de la cintura y la frenó. Se llev
—No estoy embarazada —fue lo primero que dijo Alessa cuando Carla la recibió en el apartamento.—Wau, gracias por esa forma tan sutil de avisarme —exclamó Carla, viéndola caminar hacia el viejo sofá de la sala—. Espera, ¿por qué estás aquí?—Porque este es mi apartamento también.Carla se detuvo junto al sofá y la miró fijamente.—Oh por Dios, estás huyendo del señor Gold.Alessa resopló.—¿Qué? —Volteó a darle una mirada escéptica a la morena, pues la idea le sonó de lo más ridícula—. Yo no estoy huyendo de nadie. Este también es mi lugar y si quiero venir...—¿A las seis de la mañana? —Carla se cruzó de brazos, enfatizando el hecho de que todavía estaba en su pequeño pijama de camiseta y mini shorts—. Oye, tampoco abuses.—Tengo un Benz, lo puedo presumir a la hora que me quiera.—Ah, entonces viniste en tu Benz a las putas seis de la mañana a desayunar tostadas porque te gusta presumir. Alessa, vas de mal en peor.La pelirroja no respondió, sino que fue a la cocina y saqueó la neve
—Mamá, te juro que... que todo tiene una explicación —balbuceó, ignorando la expresión asombrada de Carla—. Quiero decir, tengo justificaciones y también explicaciones muy interesantes. No significa que deba usarlas porque no he cometido ningún crimen, que es lo más importante aquí.—¡El crimen es que no vengas a visitar a tu familia! Cuántas veces te he dicho que empaques y vuelvas a casa unos días, Alessa.Sintió que el peso de un tanque desapareció de su espalda. Fue un alivio inmediato.Después de diez minutos ininterrumpidos, su madre se despidió con un gruñido "No te olvides de los tuyos. Te amamos".La visita al consultorio privado del doctor fue breve y discreta, como Carla prometió que sería. Su amiga le recomendó mantener la cabeza fría mientras le entregaban los resultados. Tres días, ella aseguró. Por ser un viejo amigo de la familia, el doctor priorizaría su caso. Carla le había agradecido con una transferencia generosa de trescientos dólares, haciendo clic en su teléfono.
—Leonardo, estás distraído por culpa de esa niña.—Ese es asunto mío.—Pero cuántas veces tengo que decirte que sigues con ella...El contundente golpe contra la madera del escritorio hizo que la mujer se paralizara.—Si no dejas de criticarla, me obligarás a darte un ultimátum, Sophia.Leonardo no estaba bromeando. Nunca bromeó cuando se trató de Alessa Sinclair. Aunque esos últimos días hubieran consumido su energía.Era muy consciente de las complicaciones que trajo convivir con Alessa.—¿No crees que fuiste un poquito rudo con Sophia, Leo? —insinuó el jefe Reynolds, después de que la asistente desapareciera de la oficina de Gold.—Nunca pierde la oportunidad de cuestionar la presencia de Alessa en mi vida. Ya son suficientes los problemas entre nosotros.Esa mañana, su fuerza de voluntad estuvo a punto de desmoronarse. Las ganas de poseerla estaban matándolo. La abstinencia sexual sofocó su sentido común, y no podía prometerle demasiado. Necesitó cada onza de su autocontrol para n
—Princesa, oye. Oye. —Acarició su cabello y se lo apartó de la cara. La pudo ver mejor, allí con los ojos enrojecidos y la mirada compungida—. Dime qué ocurre. Mírame, estoy aquí.Alessa negó con la cabeza, cohibida. Leonardo detectó de inmediato las barreras que ella se negó a derribar.—Alessa, sé que esto no es por un simple desayuno que te salió mal o una prueba de embarazo negativa. Hay algo más y lo necesito. Necesito que te abras conmigo —exigió con mucha seriedad en esta ocasión, causando que la pelirroja lo mirara.—Yo quisiera.—También puedes.—¡Es complicado!—Sé que eres muy cerrada, sé que te cuesta comunicarte. Solo inténtalo conmigo, ¿de acuerdo? Sino esto se irá al carajo. Te lo estoy diciendo en término general, no estoy insinuando que planeo dejarte. Estaría loco si lo considero, incluso si perdiera la cordura, me quedaría a tu lado. Pero si no te comunicas conmigo, pequeña, vamos a perdernos en la mitad del camino.Si él tuvo muy claro una cosa, era que debía esforz