—Lo he pensado en más de lo que te imaginas —admitió Alessa, bebiendo su martini con una sonrisa de lado—. Pero si te lo digo ahora, no será nada divertido.—Ah, sí. —Leonardo se encogió de hombros, y Alessa no ignoró la forma en que evitó la sonrisa coqueta de la chica del bar—. Eso significa que puedo estar tranquilo porque vas a estar bien, y no tengo ningún problema.Alessa atrapó un destello de nerviosismo en sus ojos negros, pero se fue tan rápido que se le olvidó cuando él ronroneó su nombre con dulzura desenfadada y se explayó como el amo y señor de todo lo que le rodeó.—Se puede saber dónde quedó tu querido jefazo, Le Roux. Ya que casi nunca se te despega. Diría que está obsesionado contigo.—Uh, suenas disgustado.—¿Disgustado?—Ajá.Leonardo se burló entre dientes. Un exhalación pesada que hizo vibrar su pecho ancho.—Me estoy preocupando por ti, preciosa. Eso es lo que hago, porque me importas.La presencia de Leonardo despertó el interés en más de una persona a su alrede
Después del caos, vino un poco de paz.Mientras Adrian Ross finiquitó el asunto con la señora Humble, Alessa no pudo evitar sentir que el mundo estaba dando vueltas a su alrededor. Sabía que Leonardo se iría ese mismo día, que ya había acabado todo, porque él debía marcharse. Alessa se mordió el pulgar, inquieta.—Eh, ¿qué tienes? —le preguntó Patricio, frunciendo el ceño.—Nada, nada —mintió apresurada, demasiado distraída con el peso de su celular.¿Leonardo no la llamaría al menos? ¿O la cita improvisada del bar fue una despedida, en realidad? La pelirroja palmeó el lado izquierdo de su pecho mientras vio a su jefe Le Roux hablar con el señor Ross y la señora Humble, su nueva socia comercial, al igual que lo era de Leonardo. Alessa dio un paso atrás, observando la interacción. Le Roux estaba más que satisfecho, se le notó cuando la buscó con la mirada y alzó la barbilla.Sí, la miró y el fantasma de una sonrisa estiró la comisura de sus labios, porque la encontró justo allí, a su l
Leonardo, por su parte, se encargó de sus asuntos para marcharse de una buena vez de ese hotel. Quería apartarse del insufrible de Le Roux. Su socio Adrian había preguntado por qué se iba tan rápido. Leo tomó el pretexto de que el negocio ya estaba terminado y ese lugar era terriblemente aburrido para él, lo cual no fue, de hecho, una mentira total. El hotel estaba matándolo lentamente de aburrimiento, por favor.En cuanto todo estuvo en orden, Leonardo le pidió al jefe Reynolds que se encargara de los últimos detalles mientras Sophia hacía un par de llamadas.—Nos largamos de aquí —siseó malhumorado.Su asistente no tardó en alzar una ceja, acomodando el bolso y la tableta en sus brazos delgados.—¿Por qué tanta prisa por desaparecer, Leo?Fue una pregunta capciosa, cómo no. Leonardo entrecerró los ojos, ajustándose la corbata roja de su traje negro satinado. Las venas de sus manos se marcaron por la tensión, la frustración y los malditos celos que lo carcomían al saber que Alessa es
Carla todavía viajaba por París cuando Alessa irrumpió en su piso compartido y corrió rápidamente a su respectiva habitación y empezó a empacar un par de cosas a la velocidad de la luz. Leonardo caminó detrás de ella, observando todo con tranquilidad. Era un apartamento sencillo, práctico, perfecto para un universitario o dos. Había un par de calcetines esparcidos por el sofá, un paquete vacío de papitas en la mesita auxiliar y un cactus seco (sí, seco) en la ventana detrás del televisor.—¿A quién se le seca un cactus? —Leonardo alzó las cejas, levantando la pequeña maceta—. No me digas que fuiste tú.Una cabeza roja se asomó por la puerta en el extremo contrario de la sala. Leonardo solo pudo ver la mitad de la cara de Alessa; sus ojos de chocolate abiertos de par en par mirándolo a él y a la pobre planta que él sostuvo en su mano derecha.—Si te digo que no, ¿te vas a reír de todos modos? —murmuró la pelirroja, y Leonardo sintió una repentina oleada de ternura por su timidez.—Ales
Al despertar, Alessa no se sorprendió por estar sola en la cama de tamaño king. Las sábanas a su lado ya estaban frías, así que Leonardo debió haberse levantado muy temprano en la mañana. Lo cual, se lo había advertido, porque él le explicó que trabajaría en la empresa ese día y volvería en cuanto pudiera. “Es tu casa, siéntete cómoda”, Leo le dijo. Sin embargo, Alessa acarició el espacio vacío en la cama y se dio cuenta, con un nudo en la garganta, que le hubiera gustado despertar con él.No había dormido con nadie en sus veintitrés años de vida, de esa manera, íntima. Follar con alguien había su primer reto, sabes. Conectar con otra persona, exponerse y entregarse físicamente. Eventualmente, Alessa descubrió que podía ser divertido, el sexo casual. Sobre todo si su corazón se mantuvo como una piedra, inmune a los sentimientos. El de ella y de los otros. Fue realmente incómodo cortarle las esperanzas a esos chicos que aspiraron tener citas románticas, compartir un sofá, una manta, un
«¡EL RUBÍ DE LA DISCORDIA LO HACE DE NUEVO! FUENTES CERCANAS ASEGURAN VER A ELLIOT LE ROUX EN INDUSTRIAS GOLD ESTA MAÑANA. ¿HA VENIDO A RECLAMAR DE VUELTA SU PROPIEDAD?»Leonardo hace tapping en su escritorio, sus dedos golpeando la madera al ritmo de sus pensamientos acelerados. Delante de él, Le Roux se cruza de brazos y lo mira con petulancia.—¿Dónde está?Leo mira a los lados y alza una mano.—¿Quién?—Sabes de quién carajos estoy hablando, Gold —protestó el rubio, inquebrantable en su lugar, a pesar de que las venas en su sien estaban a punto de explotar.—Ah... —Se ríe descaradamente—. Te refieres a Alessa.—¿A dónde te la llevaste?Chasquea la lengua varias veces, meciéndose en su silla giratoria de cuero. En contra de su mejor juicio, Sophia había dejado pasar al francés, pero Leonardo sabía que su asistente estaba rondando las puertas de roble de su oficina como un centinela. Era comprensible, sabes. Sophia no era la única persona sensata en esta empresa que tendría miedo de
Leonardo tuvo que parpadear varias veces para orientarse, porque las palabras de Reynolds le cayeron encima como un balde de agua fría. Su jefe de seguridad mantuvo las manos en la espalda, el rostro firme y un silencio ensordecedor. Mientras tanto, Leonardo no se contuvo y se levantó de la silla, golpeando una mano en el escritorio.—¿Quieres decir que Alessa está desprotegida ahora? —siseó lentamente cada palabra.Reynolds vaciló.—Eso no fue lo que dije.—¡Es exactamente lo que significa eso, carajo!—Leo, ya envié a unos hombres al primer lugar donde deberían buscarla, por lógica. Seguramente se encuentra allí.Su apartamento, por supuesto. Leonardo se pasó una mano por su cabello peinado hacia atrás, arruinando el impecable peinado. Los mechones negros cayeron por su frente, dándole un aspecto salvaje y frenético. Probablemente estaba exagerando, pero se había prometido proteger a su niña mientras decidiera permanecer a su lado. Después de todo, ser un empresario multimillonario
—Reynolds, ¿qué...?—Señorita Alessa, me alegra encontrarla aquí —la interrumpió el jefe de seguridad, dándole una mirada poco impresionada. Había un brillo en sus ojos azules y el fantasma de una sonrisa en sus labios—. El señor Gold se había preocupado por su desaparición.El corazón de Alessa se hinchó un poco de orgullo porque, vaya, era halagador y bastante emocionante sentirse apreciada por un hombre como Leonardo Gold. Todavía no se acostumbraba a esa clase de atención.—Tampoco fue así. Solo llamé un Uber y le pagué en efectivo. Luego le devuelvo a Leonardo los cincuenta dólares que robé de su mesita auxiliar.—¿Un Uber?—Tranquilo. Le di una dirección lejos de la mansión y llegué allí.—¿Cómo?—Pues caminando, para eso fui bendecida con estos hermosos pies, ¿cierto?El jefe Reynolds respiró hondo y asintió, pero Alessa no vio que estuviera demasiado irritado con ella.—En fin, hay algo para usted. Lo traje en cuanto se me ordenó.Alessa arqueó una ceja y sintió en su nuca la