—Reynolds, ¿qué...?—Señorita Alessa, me alegra encontrarla aquí —la interrumpió el jefe de seguridad, dándole una mirada poco impresionada. Había un brillo en sus ojos azules y el fantasma de una sonrisa en sus labios—. El señor Gold se había preocupado por su desaparición.El corazón de Alessa se hinchó un poco de orgullo porque, vaya, era halagador y bastante emocionante sentirse apreciada por un hombre como Leonardo Gold. Todavía no se acostumbraba a esa clase de atención.—Tampoco fue así. Solo llamé un Uber y le pagué en efectivo. Luego le devuelvo a Leonardo los cincuenta dólares que robé de su mesita auxiliar.—¿Un Uber?—Tranquilo. Le di una dirección lejos de la mansión y llegué allí.—¿Cómo?—Pues caminando, para eso fui bendecida con estos hermosos pies, ¿cierto?El jefe Reynolds respiró hondo y asintió, pero Alessa no vio que estuviera demasiado irritado con ella.—En fin, hay algo para usted. Lo traje en cuanto se me ordenó.Alessa arqueó una ceja y sintió en su nuca la
—Yo escribo de Sugar Daddies ultra calientes y mi amiga es la que se consigue uno y de los mejores. Qué ironía. —Carla chasqueó la lengua en cuanto subió al asiento del copiloto del Mercedes.Alessa tenía el motor del coche en ralentí, mientras acarició el manubrio sedoso y costoso. Después de que el jefe Reynolds le entregó las llaves no pudo evitar correr hasta el auto, rodearlo impresionada y subir al asiento del piloto con la emoción por las nubes. Probablemente daría una vuelta por allí para comprobar que estuviera en la realidad y no en un sueño traicionero, demasiado vívido para ser un engaño. Carla apareció en menos de diez minutos, movida por la curiosidad y por la ausencia prolongada de la pelirroja.—Cómo fue que pudiste enamorar a Leonardo Gold —exclamó Carla atónita, echándole un vistazo a la parte trasera del deportivo. Los cojines de cuero se vieron caros, únicos en su marca—. ¡Solo mira! Esto debe costar millones.Se burló, golpeando los pulgares en el manubrio.—¿Enam
—¿Alguna vez le dijiste a una chica que te enamoraste de ella, pero resulta que no te pudo oír?—¿Leo?—¿Quién más va a ser? ¿Tu ex esposa con el modelo veinteañero?Adrian Ross sonrió desde el otro lado de la línea. Típico.—Eres un idiota, Leo.—A veces, sí. Ahora contesta la pregunta, Rossie. Antes que mi descanso se acabe y venga el segundo round —exigió, viendo de reojo la entrada del baño, de donde provino el sonido de la ducha y el suave canto femenino.—Espera un segundo, ¿eso quiere decir que estás en una relación, una real?—A ver, técnicamente, podría decirse que compartimos una cama, un baño. —Leonardo se rascó los ojos—. Vale, no lo sé, es complicado.—¿Qué es complicado? —cuestionó Adrian suspicaz—. ¿La situación o ella?Explicarlo tampoco fue sencillo, porque la situación era un punto y Alessa era otro bastante importante. Sin embargo, ninguna de las dos era la causa de esta confusión.—Oh, mierda. No me digas que "ella" es esa niña Sinclair. Hijo de puta, ¿los chismes
—Qué me interesa el dinero, quiero que pagues lo que tengas que pagar si ese reportero se pone terco.Junto a la puerta de la habitación principal, Alessa escuchó a Leonardo allí dentro discutir acaloradamente por celular con alguien. Su asistente, probablemente. Él estaba despeinado, recién duchado y en proceso de vestirse para salir a resolver un asunto en su empresa, ya que había recibido un correo electrónico a las dos de la madrugada de un cliente potencial en Singapur. Leonardo no llevaba puestos ni la camisa ni los zapatos, solo tenía los pantalones desbrochados colgando de sus caderas, y la corbata envuelta duramente en su mano libre, apretándola en un puño enojado, tan enojado como él se veía.—Haz lo que sabes hacer, Sophia. Lo que sea. Quiero esas fotos quemadas, destruidas, ¡hechas mierda! —exigió Leonardo con voz áspera y dura. Alessa tragó saliva observándolo recorrer el dormitorio como un león enjaulado a punto de abalanzarse a su presa con los colmillos expuestos—. Ese
—Te estoy llamando porque necesitaba hablar directamente contigo.—Yo...—Sabes que debemos hablar.—Este no es el momento. Es demasiado tarde.—Si escogiera otro momento, jamás tendría la oportunidad.—Eso es una mentira.—¿Mentira? Sabes que tenemos una conversación pendiente, tú y yo. Lo sabes.El acento francés fue severo, austero y casi frío. Eso fue lo que Alessa escuchó al otro lado de la línea cuando contestó el teléfono a esas horas de la madrugada. Según el reloj digital en la pared de la sala, eran las dos de la mañana. Leonardo estaba durmiendo, profundamente, en la cama donde ambos habían compartido una noche larga y cálida, pero la paz de la pelirroja fue interrumpida por el zumbido de su celular en la mesita junto a la cama. Ella se había despertado de milagro, porque estaba viajando por el País de la Maravilla, en el quinto sueño. Y resultó que tenía ganas de ir al baño, y se inquietó, entonces salió de aquel lugar inconsciente y vio la pantalla iluminada.Alessa casi
—¿Qué es lo que vas a hacer, Alessa? ¿O es que escuché mal? —insistió Leonardo austero, cruzando lentamente la sala con sus pies descalzos. Solo llevó unos pantalones de algodón azul celeste que colgaron de sus caderas desnudas. Las sombras jugaron un papel clave sobre su figura fuerte. Se vio mucho más alto, ancho e imponente. Un depredador al acecho.Alessa descubrió que tenía la garganta seca cuando tragó saliva. ¿Fue por el susto? ¿Por la llamada telefónica de Le Roux que se prometió ignorar? ¿O por el pulso de deseo que sintió cada vez que vio a Leonardo?—Esa voz... ¿Quién carajos está ahí? —Ella escuchó la pregunta insistente de Le Roux contra su oreja, por eso se sobresaltó y casi tiró el celular. —Tsk, no es tu problema —ella masculló a la defensiva. —¿Qué? —¿Qué? —Leonardo frunció el ceño, lanzando la misma pregunta brusca que Le Roux. Eso la hizo gruñir exasperada y sacudir el brazo. —¡Qué se callen pues! ¡Los dos! Es mejor así —exigió ella y, esta vez, fue muy clara h
—Carla...—Tienes que hacerlo de una buena vez, Alessa —exigió su mejor amiga al otro lado de la línea. Fue una tarde lluviosa. Alessa estaba sola y ansiosa en la mansión—. Esos son detalles importantes que debes tener en cuenta cuando ya tienes una pareja.—Que no estoy viviendo con Leonardo —replicó la pelirroja, comiéndose unas deliciosas papitas fritas que Reynolds muy gentilmente le trajo de una tienda cerca del apartamento que compartió con Carla.—¿Y dónde duermes? ¿Dónde comes, eh? En un albergue lo dudo mucho. Jamás te soportarían por más de tres días.Alessa rodó los ojos, masticando despacio una papita crujiente. Saboreó la sal de sus dedos y pensó en los últimos días... La incertidumbre que azotó sus pensamientos después de aquella madrugada donde fueron realmente descuidados e impulsivos, especialmente descuidados.—Si te hubieras quedado calladita, Carlora, yo no estaría en este dilema —recriminó Alessa resentida. —Ah, mírate pues, ahora la culpa es mía. Sí. Qué pague l
Fue un ligero descuido esa madrugada hace ya un tiempo, cuando Leonardo la reclamó en ese lujoso sofá rococó, cegado por los celos que despertó Le Roux con esa llamada telefónica inesperada. En efecto, Alessa recurrió a Carla con sus sospechas posteriores, porque su cerebro acelerado continuó calculando fechas, ciclos, probabilidades... Alessa cayó en la manía. Carla le recordó que era demasiado pronto para sacar conclusiones.—¡Tampoco exageres, loca! Tómalo con calma —le había dicho Carla, sacudiendo las manos, esa tarde.—Solo se necesita una vez, Carla. —Alessa resopló—. Una vez, y el error es irreparable. Ni siquiera entiendo cómo fue que me descuidé.Carla se burló diciendo: —Eso pasa cuando tienes la cabeza, el corazón y el coño caliente, amiga. Todo se te olvida.Después de aquel breve ataque de pánico, Alessa optó por la negación absoluta y, con el transcurso del tiempo, Carla aumentó la presión sobre el asunto inconcluso. Alessa volvió a caer en las redes de su cerebro cuand