96°

Las manos de Alexander buscaron tomarme de la cadera y empujarme sobre la cama, lo hizo tan lento, tortuosamente lento mientras se acercaba para besarme, que tuve el impulso de salir corriendo.

Tuve la oportunidad de hacerlo, pero no quería. Me regañé a mí misma por idiota. ¿Acaso no era eso lo que estaba buscando? Quería la atención de Alexander, quería hablar con él y verlo, por eso había ido hasta allá, por eso no había enviado un maldito mensajero. Mi fuerza de voluntad comenzaba a flaquear.

El beso que me dio Alexander fue diferente al que me había dado en casa. Esta vez fue más profundo y húmedo; sus labios carnosos se pegaron contra los míos y me besó con una intensidad que me hizo recordar los tiempos en los que me decía suya.

— ¿Y tú? Dime — murmuró en medio del beso, — ¿con cuántas personas has estado desde que estuvimos juntos por última vez? ¿Lograron hacerte correr como lo hacía yo? — Mi cara se puso tan caliente que la visión se me hizo borrosa. Intenté apartarlo, pero é
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