Cuando Federico siguió mi mirada y se encontró con Alexander de pie en la puerta, sentí cómo todo su cuerpo, pegado al mío, se tensó de golpe; se convirtió en un enorme muro de piedra que no deseé tocar. — ¿Qué no te enseñaron a tocar? — le preguntó Federico a Alexander. — El señor Bob me dijo que estaban aquí. Creo que ni siquiera él podría haber prevenido lo que estaban haciendo — el tono en el que hablaba Alexander era furioso. Tenía tanta rabia que, incluso yo, me asusté y di un paso atrás, alejándome de Federico, pero él me tenía agarrada con tanta fuerza que no me lo permitió. — ¿Qué haces aquí, Alex? — le pregunté apartándole la mirada, y él se encogió de hombros. — Tenía que hablar contigo, tenía que hablarte. No podías esperar que yo no hiciera nada al respecto después de lo que pasó — cuando vio a Federico, se aclaró la garganta — . ¿Podemos hablar a solas, Ana Laura? — Alex, por favor, vete — le pedí, aparté los brazos de Federico y caminé hacia el mueble, sentándome y
El abuelo de Ana Laura apareció de repente.— ¿Qué está pasando aquí? — preguntó en un tono alarmado, pero yo me sentía un poco mareado y no pude contestarle. Avanzó despacio hacia mí, trató de mirarme el rostro para comprobar mis heridas, pero los tres niños me abrazaban con tanta fuerza que se lo impidieron. Lloraban y yo los abracé.— Estoy bien, — les dije. — Estoy bien, es solo sangre. No pasa nada, mis niños. — No podía imaginar cómo aquel gesto de los trillizos me conmovía tanto el corazón. Me abrazaron con fuerza, y Ana Laura seguía de rodillas ahí, las manos en la boca, casi paralizada. — Vayan con mami, — les dije. Azucena y Rodrigo se apartaron un poco, y Ana Laura aprovechó para tomarlos y cargarlos. Pero el pequeño Emanuel seguía ahí, abrazándome con su carita metida en mi cuello.Yo lo aparté despacio; tenía la nariz manchada de mi sangre. ¿Cómo había permitido que mis hijos vieran aquello? ¿Cómo había permitido que mis niños me hubieran visto así, violento, herido? Me
A pesar del dolor que tenía en el rostro y en el cuerpo con los golpes que me había dado con Federico, el cuerpo se me llenaba de una extraña energía.Xavier seguía ahí, de frente a mí, después de haberme dicho aquello, entonces sentí que la rabia me trepaba por la garganta. — Está bien — le dije con seguridad — . Hay que hacerlo. Hay que hablar personalmente con ese hombre, preguntarle quién es el tal Máximo y por qué me quiere muerto. Creo que llegó el momento de que lo enfrente.Pero entonces mi hermano se puso de pie y, mientras me revisaba las heridas de la cara, seguramente pensaba que yo era un idiota. — Por supuesto que no. Tú no puedes ser el que hable con aquel hombre. Aparte de que sería demasiado sospechoso para la policía verte ahí, ya que recuerda que todo mundo te conoce. No creo que aquel hombre te diga algo. Recuerda lo que hablamos el día del atentado. Tal vez no hay que llegar como enemigos, hay que llegar como aliados. — Entonces, ¿quién va a ir? — le pregunté,
Cuando la puerta se cerró detrás de él, Yeison consideró que aquello ya no era una buena idea.En efecto, tenían razón; él era poco conocido, incluso en el barrio obrero, era insignificante y había logrado mantenerse al margen de la ola criminal que azotaba el lugar.Pero aún así, un poco de ansiedad surgió al pensar que tal vez pudieran reconocerlo. Ya llevaba muchas semanas viviendo bajo el abrigo de los Idilio y trabajando en la empresa de sus hermanos mayores.Mientras caminaba por el pasillo, observó al policía que les estaba dando el chance de entrar; era alto y delgado. Le señaló una habitación, y Yeison entró.Después de sentarse en la silla, esperó atentamente a que trajeran al hombre que había intentado matar a Alexander. A pesar de que les había mentido y los estaba utilizando, Yeison consideró que no era una mala persona. Lo único que quería era salvar a su madre, era lo único que quería realmente.¿Qué hijo no estaría dispuesto a hacer lo necesario para salvar la vida del
Tuve sueños inquietantes durante toda la noche, confusos y violentos, donde Federico y Alexander se golpeaban hasta la muerte; tuve extraños flashbacks donde enterrábamos a alguien, momentos tensos y ganas de llorar.Cuando desperté en la mañana, tenía el corazón tan acelerado que tuve que sentarme en el borde de la cama un largo rato para sentirme tranquila antes de ponerme de pie.El día anterior había sido complicado: no solo la pelea que había tenido Alexander con Federico, sino también mis sentimientos desbordados por haber estado en los brazos de Alexander y luego haber permitido que Federico me besara, además de que los niños hubieran visto pelear a su padre y a su tío, o a quien ellos consideraban su tío, de esa forma.Habían sido tantas emociones complejas que ni siquiera supe cómo había conseguido dormir, pero lo había hecho, aunque hubiese preferido pasar la noche en vela, tal vez adelantando trabajo, antes de haber sufrido aquellas pesadillas confusas y aterradoras.Ese dí
Todo fue sorpresivo y repentino cuando la puerta se abrió porque mi hermano salía.Ana Laura se coló por ella y me miró detenidamente, como si no creyera lo que estaba viendo. Me tomó por los hombros y me acarició el rostro despacio.Tenía los ojos abiertos, llenos de lágrimas. Y entonces me abrazó, un abrazo con tanta fuerza que me dolieron las costillas, donde el infeliz de Federico me había golpeado. Pero yo me dejé abrazar y le devolví el abrazo, apretando su estrecha cintura contra mi cuerpo.El cansancio que había acumulado, más la adrenalina que aún no había desaparecido de mi cuerpo, comenzó a disminuir con aquel contacto.Cuando Ana Laura se apartó lentamente, se sorbió la nariz y se limpió las lágrimas de las comisuras de los ojos con un poco de brusquedad. — Lo siento — me dijo para poder apartarse, pero yo ya la tenía bien sujeta por la cadera y la atraje hacia mí. — No tienes por qué disculparte. — Me asusté mucho — me contó — . Cuando vi las noticias de lo que pasó me
Tuve que mover cielo, mar y tierra para convencer a mi hermano de no ir a la fábrica ese mismo día.Estaba desesperado, furioso, y quería encontrar a papá lo antes posible, pero yo me sentía tan cansado que no quería más que meterme en mi cama y dormir.Yo quería enfrentar a esa situación, no huir de ella. Así que, durante esa semana, lo único que hice fue quedarme en casa y descansar.Mi cara comenzaba a verse desinflamada, y el susto del atentado ya se me había pasado lo suficiente. Le había escrito a Ana Laura; también la llamé, pero nunca contestó.Me había dicho que ese día traería a mis hijos para que conocieran a su hermanito Esteban, pero la mujer había desaparecido como si, después, se hubiese arrepentido del arrebato emocional que tuvo cuando pensó que yo estaba herido.O tal vez el desgraciado de Federico se lo había impedido; no sabía. Pero ahora que comenzaba a recuperar las energías, estaba dispuesto a ir a ver a mis hijos y a preguntarle qué era lo que había pasado.Sol
109Di un paso hacia Ana Laura, pero ella retrocedió. Había algo en todo su cuerpo que me gritaba una cosa, pero sus palabras decían otra. — Aléjate — me dijo, apuntándome con el dedo en el centro del pecho y empujándome — . Es mejor que te alejes — me repitió, pero yo no me alejé. — ¿Tienes idea de lo que está pasando? — le pregunté — . Cuando llegaste al hospital ese día, después del atentado, te veías tan diferente, tan segura de ti misma, y ahora eres nuevamente aquella Ana Laura temerosa e insegura de sus sentimientos. — ¡Yo no estoy insegura de mis sentimientos! — me gritó; luego, al darse cuenta de que seguíamos en su casa, de que los cuatro niños estaban cerca e incluso el señor Bob, bajó un poco el tono de voz — . No estoy insegura de mis sentimientos. Sé muy bien qué es lo que siento. — ¿Y qué es lo que sientes, Ana Laura? — le pregunté — . Aún sientes algo por mí, ¿no es verdad? El miedo que tuviste en el hospital es muy evidente, aún sientes algo por mí. — ¿Y crees qu