Tuve que mover cielo, mar y tierra para convencer a mi hermano de no ir a la fábrica ese mismo día.Estaba desesperado, furioso, y quería encontrar a papá lo antes posible, pero yo me sentía tan cansado que no quería más que meterme en mi cama y dormir.Yo quería enfrentar a esa situación, no huir de ella. Así que, durante esa semana, lo único que hice fue quedarme en casa y descansar.Mi cara comenzaba a verse desinflamada, y el susto del atentado ya se me había pasado lo suficiente. Le había escrito a Ana Laura; también la llamé, pero nunca contestó.Me había dicho que ese día traería a mis hijos para que conocieran a su hermanito Esteban, pero la mujer había desaparecido como si, después, se hubiese arrepentido del arrebato emocional que tuvo cuando pensó que yo estaba herido.O tal vez el desgraciado de Federico se lo había impedido; no sabía. Pero ahora que comenzaba a recuperar las energías, estaba dispuesto a ir a ver a mis hijos y a preguntarle qué era lo que había pasado.Sol
109Di un paso hacia Ana Laura, pero ella retrocedió. Había algo en todo su cuerpo que me gritaba una cosa, pero sus palabras decían otra. — Aléjate — me dijo, apuntándome con el dedo en el centro del pecho y empujándome — . Es mejor que te alejes — me repitió, pero yo no me alejé. — ¿Tienes idea de lo que está pasando? — le pregunté — . Cuando llegaste al hospital ese día, después del atentado, te veías tan diferente, tan segura de ti misma, y ahora eres nuevamente aquella Ana Laura temerosa e insegura de sus sentimientos. — ¡Yo no estoy insegura de mis sentimientos! — me gritó; luego, al darse cuenta de que seguíamos en su casa, de que los cuatro niños estaban cerca e incluso el señor Bob, bajó un poco el tono de voz — . No estoy insegura de mis sentimientos. Sé muy bien qué es lo que siento. — ¿Y qué es lo que sientes, Ana Laura? — le pregunté — . Aún sientes algo por mí, ¿no es verdad? El miedo que tuviste en el hospital es muy evidente, aún sientes algo por mí. — ¿Y crees qu
No podía marcharme de repente, así que llegué a la cocina, donde estaba el señor Bob con Ana Laura, y me aclaré la garganta, pero Ana no me miró. Siguió concentrada en los platos del lavabo, pero, a mi parecer, llevaba mucho rato lavando el mismo plato. — Creo que debo irme — les dije.Ana Laura, sin voltear a mirarme, murmuró: — Pero los niños apenas están conociéndose.— Tal vez traiga después a Esteban para que esté más con sus hermanos. Ahora tengo que irme. Xavier dice que debemos ir a encontrarnos con mi padre.Entonces Ana Laura, por primera vez, volteó a mirarme. — ¿De qué hablas? — me regañó — . No puedes hacer eso, es muy riesgoso. Es mejor que le digan a la policía.Pero entonces yo negué. — Mi hermano tiene razón. Si le avisamos a la policía, mi papá simplemente huirá. Necesitamos hablar directamente con él, enfrentarlo, preguntarle qué es lo que está pasando. Y la única forma de hacerlo es ir personalmente. — ¿Solo irán ustedes dos? — me preguntó, y yo asentí.Vi la
Mientras Alexander aceleraba rápidamente por la calle, supe que había cometido un error.Me había dejado llevar por el impulso del momento, pero ¿en serio podría hacer algo para ayudarlos? Tal vez simplemente iría a estorbar, pero el impulso me ganó.Pensé que debía haber confiado en el criterio de mi abuelo y no haber venido con Alexander. Sin embargo, el miedo de que algo pudiera pasarle me llenó en ese momento; no porque aún siguiera enamorada de él, aunque en el fondo yo sabía que sí lo estaba, sino más bien porque solo quería que todo esto terminara cuanto antes.Quería que Alexander no estuviera en riesgo y que pudiera tener una vida al lado de mis hijos. Yo podría ayudar en eso.Escuché cuando salí de la cocina cómo Alexander hablaba con mi abuelo, y tenía razón: también lo hacía por mis hijos. Si aquel hombre, Máximo, quería matarlo, podría utilizar a nuestros hijos en su contra, y entre más rápido lo detuviéramos o aclaráramos aquella situación, menos riesgo correrían mis peq
Escondidos entre la maleza, observamos la fábrica detenidamente.Noté que debería haber pasado primero por mi casa para ponerme algo de ropa más cómoda, como Xavier y Ana Laura.Mis botas altas no serían muy eficaces para correr por la jungla de ser necesario, pero esperaba que nada malo sucediera. Se suponía que era mi padre, que me quería para algo en específico, así que sabía que no me harían daño.Xavier le dio las últimas instrucciones a Ana Laura a través del radio y lo metió en su bolsillo. — ¿Y ahora? — le dije.Él señaló una ventana de la fábrica. — Creí haber visto movimiento en esa ventana. De todas formas, a estas alturas ya deben saber que estamos aquí. — Entonces, ¿para qué nos escondemos? — le pregunté.Él se encogió de hombros, levantó las manos en el aire y se puso de pie. Yo estuve a punto de agarrarlo por el brazo, de no ser porque me esquivó.Salió de entre los árboles, quedando completamente a la vista de las ventanas de la fábrica. Todo estaba tan enmudecido q
La carcajada tan cínica que salió de mí en ese momento hizo que los dos hombres que estaban conmigo voltearan a mirarme extrañados. Pero sinceramente, yo no podía hacer nada más que reírme ante tan absurda historia.No dudaba que mi padre se hubiese convertido en un mafioso poderoso; no dudaba que por eso hubiese hecho lo que hizo, pero de ahí a estar completamente seguro de que yo heredaría el imperio que forjó en aquel mundo oscuro... era cínico y también triste. — ¿Te parece que mi historia es un chiste? — , me dijo, pero yo simplemente me aclaré la garganta. — No me parece que tu historia es un chiste. Me parece que incluso es triste, cómo te has dejado caer tan bajo por poder. Tan ridículo — . — ¿Ridículo? — , me dijo. — Soy uno de los hombres más poderosos de este continente — . — ¿Y eso de qué te ha servido? Si tu guarida es una sucia fábrica abandonada, ¿eso de qué te ha servido? Si tuviste que abandonar a tu familia, ¿de qué te ha servido? Si estás solo — .Él chasqueó la
114Me puse de pie de golpe, tuve el impulso de correr hacia el hombre y arrebatarle el radio de la mano y golpearlo con él.Sentí tanta rabia en ese momento que ni siquiera la mirada fulminante de mi padre me detuvo, y de no ser porque Xavier se interpuso entre mí y el hombre, le hubiera roto la cara a pesar de que él sostenía un arma en su mano. — ¿Qué hiciste con Ana Laura? ¿Dónde está ella? — pregunté al hombre, yo le apuntaba con el dedo como si fuera un arma a punto de dispararle. Xavier se posicionó frente a mí y apoyó su espalda en mi pecho para empujarme, luego encaró al hombre. — Ella vino con nosotros, solo nos estaba esperando en el auto. ¿Qué hiciste con ella?El hombre le dio un rápido vistazo a mi padre, y entonces Ezequiel asintió levemente con la cabeza. El hombre salió por la puerta por donde había entrado, y unos cuantos segundos después escuchamos un insistente cacareo que venía evidentemente de los gritos de Ana Laura.Otro hombre la traía arrastrada por el cuel
Xavier y yo nos miramos de repente. — ¿A qué te refieres? — le preguntó Xavier a mi padre.Mi padre tomó una de las armas que estaba sobre la mesa y se la extendió a Xavier. — Sé que sabes cómo usarla.En ese momento me pregunté por qué mi hermano sabría usar un arma, pero creo que no teníamos tiempo para charlar sobre el tema. Ezequiel sacó su arma y señaló hacia la puerta trasera de la fábrica. — Escapen por ahí. A quince minutos hacia el este encontrarán la carretera principal. ¡Ahora! — gritó.Luego salió corriendo y nos dejó a los tres ahí, en silencio. — ¿Qué hacemos? — preguntó Ana Laura mientras se ponía de pie y me sujetaba con fuerza de la muñeca.Me zafé de su agarre y la tomé de la mano, entrelazando nuestros dedos. Entonces corrí hacia la puerta, pero antes de abrirla, mi hermano se adelantó. — Yo tengo el arma, yo voy primero — dijo.Abrió la puerta despacio, las bisagras oxidadas resonaron por la fábrica abandonada. Podía sentir la frialdad en la mano de Ana Laura,