Mientras Alexander aceleraba rápidamente por la calle, supe que había cometido un error.Me había dejado llevar por el impulso del momento, pero ¿en serio podría hacer algo para ayudarlos? Tal vez simplemente iría a estorbar, pero el impulso me ganó.Pensé que debía haber confiado en el criterio de mi abuelo y no haber venido con Alexander. Sin embargo, el miedo de que algo pudiera pasarle me llenó en ese momento; no porque aún siguiera enamorada de él, aunque en el fondo yo sabía que sí lo estaba, sino más bien porque solo quería que todo esto terminara cuanto antes.Quería que Alexander no estuviera en riesgo y que pudiera tener una vida al lado de mis hijos. Yo podría ayudar en eso.Escuché cuando salí de la cocina cómo Alexander hablaba con mi abuelo, y tenía razón: también lo hacía por mis hijos. Si aquel hombre, Máximo, quería matarlo, podría utilizar a nuestros hijos en su contra, y entre más rápido lo detuviéramos o aclaráramos aquella situación, menos riesgo correrían mis peq
Escondidos entre la maleza, observamos la fábrica detenidamente.Noté que debería haber pasado primero por mi casa para ponerme algo de ropa más cómoda, como Xavier y Ana Laura.Mis botas altas no serían muy eficaces para correr por la jungla de ser necesario, pero esperaba que nada malo sucediera. Se suponía que era mi padre, que me quería para algo en específico, así que sabía que no me harían daño.Xavier le dio las últimas instrucciones a Ana Laura a través del radio y lo metió en su bolsillo. — ¿Y ahora? — le dije.Él señaló una ventana de la fábrica. — Creí haber visto movimiento en esa ventana. De todas formas, a estas alturas ya deben saber que estamos aquí. — Entonces, ¿para qué nos escondemos? — le pregunté.Él se encogió de hombros, levantó las manos en el aire y se puso de pie. Yo estuve a punto de agarrarlo por el brazo, de no ser porque me esquivó.Salió de entre los árboles, quedando completamente a la vista de las ventanas de la fábrica. Todo estaba tan enmudecido q
La carcajada tan cínica que salió de mí en ese momento hizo que los dos hombres que estaban conmigo voltearan a mirarme extrañados. Pero sinceramente, yo no podía hacer nada más que reírme ante tan absurda historia.No dudaba que mi padre se hubiese convertido en un mafioso poderoso; no dudaba que por eso hubiese hecho lo que hizo, pero de ahí a estar completamente seguro de que yo heredaría el imperio que forjó en aquel mundo oscuro... era cínico y también triste. — ¿Te parece que mi historia es un chiste? — , me dijo, pero yo simplemente me aclaré la garganta. — No me parece que tu historia es un chiste. Me parece que incluso es triste, cómo te has dejado caer tan bajo por poder. Tan ridículo — . — ¿Ridículo? — , me dijo. — Soy uno de los hombres más poderosos de este continente — . — ¿Y eso de qué te ha servido? Si tu guarida es una sucia fábrica abandonada, ¿eso de qué te ha servido? Si tuviste que abandonar a tu familia, ¿de qué te ha servido? Si estás solo — .Él chasqueó la
114Me puse de pie de golpe, tuve el impulso de correr hacia el hombre y arrebatarle el radio de la mano y golpearlo con él.Sentí tanta rabia en ese momento que ni siquiera la mirada fulminante de mi padre me detuvo, y de no ser porque Xavier se interpuso entre mí y el hombre, le hubiera roto la cara a pesar de que él sostenía un arma en su mano. — ¿Qué hiciste con Ana Laura? ¿Dónde está ella? — pregunté al hombre, yo le apuntaba con el dedo como si fuera un arma a punto de dispararle. Xavier se posicionó frente a mí y apoyó su espalda en mi pecho para empujarme, luego encaró al hombre. — Ella vino con nosotros, solo nos estaba esperando en el auto. ¿Qué hiciste con ella?El hombre le dio un rápido vistazo a mi padre, y entonces Ezequiel asintió levemente con la cabeza. El hombre salió por la puerta por donde había entrado, y unos cuantos segundos después escuchamos un insistente cacareo que venía evidentemente de los gritos de Ana Laura.Otro hombre la traía arrastrada por el cuel
Xavier y yo nos miramos de repente. — ¿A qué te refieres? — le preguntó Xavier a mi padre.Mi padre tomó una de las armas que estaba sobre la mesa y se la extendió a Xavier. — Sé que sabes cómo usarla.En ese momento me pregunté por qué mi hermano sabría usar un arma, pero creo que no teníamos tiempo para charlar sobre el tema. Ezequiel sacó su arma y señaló hacia la puerta trasera de la fábrica. — Escapen por ahí. A quince minutos hacia el este encontrarán la carretera principal. ¡Ahora! — gritó.Luego salió corriendo y nos dejó a los tres ahí, en silencio. — ¿Qué hacemos? — preguntó Ana Laura mientras se ponía de pie y me sujetaba con fuerza de la muñeca.Me zafé de su agarre y la tomé de la mano, entrelazando nuestros dedos. Entonces corrí hacia la puerta, pero antes de abrirla, mi hermano se adelantó. — Yo tengo el arma, yo voy primero — dijo.Abrió la puerta despacio, las bisagras oxidadas resonaron por la fábrica abandonada. Podía sentir la frialdad en la mano de Ana Laura,
En ese momento, en el auto, me sentía completamente incómoda. Me abracé a mí misma y me entretuve sacando la tierra debajo de mis uñas para no mirar a ninguno a la cara.Yo sabía que venía un regaño por parte de Federico, pero en ese momento estaba feliz, radiante. Tendría que contarle la verdad, decirle qué era lo que estaba haciendo y por qué estaba en medio de la autopista de la jungla sin un transporte.No sabía si su buen ánimo era porque yo había decidido darle una oportunidad o porque me había besado frente a Alexander.La verdad es que no pude evitarlo. Me tomó completamente por sorpresa cuando estiró los brazos para abrazarme, y me dejé abrazar porque me había prometido que le daría una oportunidad, porque eso era lo que tenía que hacer.Pero cuando me besó, me quedé paralizada, no pude hacer más que devolver torpemente aquel beso, y no pude voltear a mirar a la cara a Álex. ¿Cómo podía mirarlo?Me sentía como una mala mujer, sucia y torpe, que ni siquiera sabía lo que quería
Tuve un real impulso por empujarla, por golpearla, por alejarla de mí. No quería hablar con Gabriela; era lo último que hubiese querido en ese día tan tormentoso.Pero la mujer estaba ahí, de pie frente a mí, y parecía que no se marcharía. El pequeño Esteban nos observó a una y otra, como si, a pesar de su pequeña edad, pudiese entender que entre las dos había un enorme vacío, imposible de llenar.Miré hacia Federico en busca de tal vez alguna ayuda, pero él simplemente se encogió de hombros, como si entendiera que no teníamos escapatoria.Y de verdad yo quería negarme, quería negarme a atenderla, porque ella me había hecho daño. Aunque yo también le habían hecho daño, así pude llegar a sentir un poco de remordimiento. — Está bien — , le dije en un tono amargo. — Aunque la verdad no sé de qué tenemos que hablar. —Entonces noté cómo Gabriela parecía nerviosa e incómoda, como si tampoco quisiera entrar en esa conversación. Pero había algo que la motivaba, que la obligaba. Y entonces,
Algo dentro de la conversación con Gabriela me generó mucha ansiedad.La mujer me agradeció con un asentimiento de cabeza y luego se puso de pie, caminó hacia la salida y no volteó a mirar hacia atrás.Yo entendía su sensación: se sentía humillada al pedirme ayuda. Pero entonces tuve un poco de miedo. Si Gabriela sentía que pedirme ayuda era una humillación tan grande y, aun así, lo había hecho, era porque su duda y su miedo eran completamente reales. Y aquello me asustó.En serio presentí que, tal vez, Gabriela tenía más información de la que decía, como siempre, como si en realidad, supiese algo que nosotros no.Tal vez Alexander le había contado algo que a mí no; por eso estaba tan asustada, porque sabía el peligro real al que nos enfrentamos.De todas formas, me quedé ahí por un largo minuto. Afuera me esperaba Federico, y teníamos una conversación clara pendiente, pero yo no quería enfrentarme a ella.Sé que podría sonar a ser una hipócrita, ya que yo misma había decidido darle l