Las manos de Alexander buscaron tomarme de la cadera y empujarme sobre la cama, lo hizo tan lento, tortuosamente lento mientras se acercaba para besarme, que tuve el impulso de salir corriendo.Tuve la oportunidad de hacerlo, pero no quería. Me regañé a mí misma por idiota. ¿Acaso no era eso lo que estaba buscando? Quería la atención de Alexander, quería hablar con él y verlo, por eso había ido hasta allá, por eso no había enviado un maldito mensajero. Mi fuerza de voluntad comenzaba a flaquear.El beso que me dio Alexander fue diferente al que me había dado en casa. Esta vez fue más profundo y húmedo; sus labios carnosos se pegaron contra los míos y me besó con una intensidad que me hizo recordar los tiempos en los que me decía suya.— ¿Y tú? Dime — murmuró en medio del beso, — ¿con cuántas personas has estado desde que estuvimos juntos por última vez? ¿Lograron hacerte correr como lo hacía yo? — Mi cara se puso tan caliente que la visión se me hizo borrosa. Intenté apartarlo, pero é
Yo me puse mi blusa con rapidez; el cuerpo entero me tembló. Alexander me miró un poco sorprendido. — ¿Cómo sabe que estabas aquí? — me preguntó.Yo negué; no tenía la menor idea. — Probablemente preguntaron por mí en la empresa y les dijeron que había venido a verte. Pero no entiendo qué tiene que ver el juez ahora conmigo. Después de que me den las acciones de tu madre, pues no creo que haya nada más que deba mostrarme.Los ojos de Alexander se abrieron. — Sí, sí queda algo más que puede mostrarte.Cuando abrió la puerta, Yeison ya no estaba al otro lado; era un chico estudioso y discreto. Ambos bajamos lentamente por las escaleras; Alexander aún cojeaba levemente de su pierna y yo me sentí sucia, como si hubiese estado cometiendo un crimen atroz, un pecado mortal, aunque solamente había deseado a Alexander. No entendía por qué me sentía así.Cuando el juez me vio, sonrió con alegría. — Señora Ana Laura, llevo mucho buscándola — me dijo — . Fui a su casa, pero me dijeron que est
Raúl ya estaba cansado de las mentiras y de las manipulaciones; estaba realmente harto de todo.Pensó que después de despertar de su borrachera se arrepentiría profundamente de haberle contado a Xavier toda la verdad, pero no.No se había arrepentido en lo absoluto; todo lo contrario: despertó sintiendo una paz en el cuerpo que llevaba años sin sentir.Xavier se había quedado sentado en el mueble, mientras él había corrido hacia la habitación y, de las cajas fuertes, había sacado las fotografías que había atesorado durante tantos años. Ni siquiera su hermano Federico sabía que las tenía; tenían una evidencia peligrosa que podría arruinar su perfecta venganza.Cuando llegó a la sala de su casa, Xavier estaba ahí, pálido como una hoja de papel, con los párpados grisáceos. Raúl extendió las fotos hacia él, y el rubio las observó.Era una fotografía familiar que habían tomado cuando eran pequeños: en ella se veían los dos gemelos sentados sobre las piernas de Ezequiel, y su madre, una muj
Raúl se quedó completamente paralizado frente a la camilla. La mujer que estaba ahí acostada, pálida, ojerosa, lo miró con los ojos abiertos, con una extraña mezcla de emociones.Aquel rostro demacrado lo hizo detenerse, aludiendo recuerdos a su cabeza; la mayoría no eran buenos recuerdos.Trató de dar un paso atrás, pero se sentía tan paralizado, tan estático en el lugar, que no pudo hacer más que abrir la boca y tratar de pronunciar una palabra. — Mamá — dijo nuevamente. La mujer se irguió en la cama. — Raúl, ¿qué es lo que haces aquí? — , preguntó la mujer. Raúl se preguntó como lo reconoció, Pero no importaba; era la única mujer que siempre había sabido reconocerlos a simple vista, por algo era su madre, pero estaba tan confundido que no logró entender lo que estaba sucediendo. — ¿Qué pasa? — dijo con la voz entrecortada. — ¿Yeison es tu hijo? — , preguntó. La mujer le apartó la mirada. ¿Hacía cuánto tiempo no la veía? Años, veinte, probablemente.Era escalofriantemente igual,
Me quedé ahí un rato más en la sala, sin encontrar el valor para salir y enfrentar a Alexander. Las instrucciones de doña Azucena eran claras: tenía que cuidarlo, tenía que cuidar a Álex, hacer lo mejor para él. Así que, después de estar un rato ahí sentada, me puse de pie y salí.Alexander estaba sentado en el amplio mueble de la sala, abrazando con fuerza una almohada; en su expresión podían notarse la intranquilidad que le recorría el cuerpo. — ¿Y el juez? — le pregunté para quitar la incomodidad — .— Se fue en cuanto te dejó sola.— ¿Han visto muchos de esos videos? — le pregunté.Alexander negó— . Solamente uno. No sabemos cuántos son; el juez dijo que nos los mostraría poco a poco. Ahora que lo pienso, mamá tenía muchos secretos; ya ni siquiera soy capaz de reconocerla. — ¿Qué te dijo? — preguntó.Pero yo no sabía que decirle; pensé bien en las palabras que me dijo doña Azucena, la idea era no dejarlo solo… pero, ¿bajo qué contexto? Cuidarlo sería la respuesta.Alex habíamos
Aceleré rápido por la carretera.Quería estar concentrada en la autopista, para no pensar en Alexander, para no pensar en los besos que me había dado, en su firme dureza contra mi vientre.Desde que sucedió todo aquello, hacía tantos años, nunca había tenido la necesidad nuevamente de estar con un hombre.Aquello me resultaba un poco perturbador; sentía miedo de iniciar una carrera emocional con otra persona. Pero esa mañana, con los brazos de Alexander contra mi espalda, su lengua en mi cuello, su cálido cuerpo contra el mío, recordé su olor y las noches de pasión que habíamos vivido.Todo el calor en mi vientre se acumuló en mi cuerpo. Tuve miedo nuevamente, no podía dejarme vencer por aquellos sentimientos; no podía hacerlo. Así que aceleré con fuerza hacia mi casa.Solo tenía que darme una ducha de agua fría y descansar; había planeado ir al casino esa tarde, pero lo único que quise fue arroparme en mi cama y dormir.Cuando llegué a casa, encontré el auto de Federico parqueado en
Cuando Federico siguió mi mirada y se encontró con Alexander de pie en la puerta, sentí cómo todo su cuerpo, pegado al mío, se tensó de golpe; se convirtió en un enorme muro de piedra que no deseé tocar. — ¿Qué no te enseñaron a tocar? — le preguntó Federico a Alexander. — El señor Bob me dijo que estaban aquí. Creo que ni siquiera él podría haber prevenido lo que estaban haciendo — el tono en el que hablaba Alexander era furioso. Tenía tanta rabia que, incluso yo, me asusté y di un paso atrás, alejándome de Federico, pero él me tenía agarrada con tanta fuerza que no me lo permitió. — ¿Qué haces aquí, Alex? — le pregunté apartándole la mirada, y él se encogió de hombros. — Tenía que hablar contigo, tenía que hablarte. No podías esperar que yo no hiciera nada al respecto después de lo que pasó — cuando vio a Federico, se aclaró la garganta — . ¿Podemos hablar a solas, Ana Laura? — Alex, por favor, vete — le pedí, aparté los brazos de Federico y caminé hacia el mueble, sentándome y
El abuelo de Ana Laura apareció de repente.— ¿Qué está pasando aquí? — preguntó en un tono alarmado, pero yo me sentía un poco mareado y no pude contestarle. Avanzó despacio hacia mí, trató de mirarme el rostro para comprobar mis heridas, pero los tres niños me abrazaban con tanta fuerza que se lo impidieron. Lloraban y yo los abracé.— Estoy bien, — les dije. — Estoy bien, es solo sangre. No pasa nada, mis niños. — No podía imaginar cómo aquel gesto de los trillizos me conmovía tanto el corazón. Me abrazaron con fuerza, y Ana Laura seguía de rodillas ahí, las manos en la boca, casi paralizada. — Vayan con mami, — les dije. Azucena y Rodrigo se apartaron un poco, y Ana Laura aprovechó para tomarlos y cargarlos. Pero el pequeño Emanuel seguía ahí, abrazándome con su carita metida en mi cuello.Yo lo aparté despacio; tenía la nariz manchada de mi sangre. ¿Cómo había permitido que mis hijos vieran aquello? ¿Cómo había permitido que mis niños me hubieran visto así, violento, herido? Me