Raúl esperaba a su hermano en su apartamento. Tenía unas llaves de emergencia que le había dado su hermano hace unos meses por si algún día necesitaba entrar, y las había utilizado.De todas formas, jamás había encontrado a su hermano en ningún plan incómodo. Esperó ahí, atentamente, observando por la ventana el momento en el que el auto de su hermano apareciera por el estacionamiento.Quería enfrentarlo, quería hablar con él, quería que le dijera que no. Pero tuvo miedo de que le dijera que sí. Ya no era capaz de reconocer a su hermano; no era capaz de hacerlo. Lo veía, y aunque veía su mismo rostro en él, no era capaz de reconocerlo.Después de una larga hora, Federico regresó a casa, y en cuanto abrió la puerta y encontró a su hermano Raúl sentado en el mueble, blanqueó los ojos. — ¿Vienes a regañarme? — le preguntó.Raúl se puso de pie, caminó hacia la cocina y se sirvió un enorme trago de tequila. Cuando el líquido pasó raspando su garganta, lo miró directo a los ojos. — ¿Tú ma
Raúl se fue a su casa. Los tragos de tequila que había tomado en el departamento de su hermano habían sido insuficientes, así que llegó a su casa, tomó la media botella que aún tenía y comenzó a beberla.Se sentía tan cansado de todo aquello; desde el instante en el que habían salido del barrio obrero, todo se había convertido en una lucha.Raúl pensaba que la lucha que habían tenido que hacer para sobrevivir en aquel barrio había sido lo más duro que había tenido que enfrentar, pero definitivamente no, no era lo más duro.Lo más duro que había tenido que enfrentar era estar ahí, ver a sus hermanos y tener que fingir ser grandes desconocidos, seguirle el juego a su hermano Federico por una venganza que ya ni siquiera entendía.El miedo que le producía su hermano fue creciendo cada vez más. Ya no era el hermano protector y dulce que siempre había sido; era como si el dolor lo hubiese cambiado.El dolor siempre terminaba por cambiar a las personas, pero en Federico fue diferente porque
Había pasado una semana desde el atentado contra Alexander y yo realmente ya me había puesto un poco paranoica.Ni siquiera había dejado ir a los trillizos a estudiar en unos tres o cuatro días, hasta que la maestra irremediablemente me obligó a hacerlo. Tenía miedo.Si alguien quería matarlo a él, si alguien quería hacerle daño, debía evitar que le hicieran daño a mis hijos, sabiendo que eran los suyos.Incluso yo misma me sentía asustada; temía que incluso tuvieran represalias en mi contra. Así que traté de salir de casa lo menos posible esa semana, pero ese día irremediablemente tenía que entregarle unos papeles a Alexander.Así que llegué temprano a las instalaciones de la naviera con los papeles en las manos. Pude haber enviado un mensajero, como me había dicho Raúl en una ocasión, pero eran temas que quería tratar personalmente con él; de todas formas no lo había visto desde el día del atentado. Pero no lo encontré en las instalaciones de la empresa. — Se encuentra en su casa —
Las manos de Alexander buscaron tomarme de la cadera y empujarme sobre la cama, lo hizo tan lento, tortuosamente lento mientras se acercaba para besarme, que tuve el impulso de salir corriendo.Tuve la oportunidad de hacerlo, pero no quería. Me regañé a mí misma por idiota. ¿Acaso no era eso lo que estaba buscando? Quería la atención de Alexander, quería hablar con él y verlo, por eso había ido hasta allá, por eso no había enviado un maldito mensajero. Mi fuerza de voluntad comenzaba a flaquear.El beso que me dio Alexander fue diferente al que me había dado en casa. Esta vez fue más profundo y húmedo; sus labios carnosos se pegaron contra los míos y me besó con una intensidad que me hizo recordar los tiempos en los que me decía suya.— ¿Y tú? Dime — murmuró en medio del beso, — ¿con cuántas personas has estado desde que estuvimos juntos por última vez? ¿Lograron hacerte correr como lo hacía yo? — Mi cara se puso tan caliente que la visión se me hizo borrosa. Intenté apartarlo, pero é
Yo me puse mi blusa con rapidez; el cuerpo entero me tembló. Alexander me miró un poco sorprendido. — ¿Cómo sabe que estabas aquí? — me preguntó.Yo negué; no tenía la menor idea. — Probablemente preguntaron por mí en la empresa y les dijeron que había venido a verte. Pero no entiendo qué tiene que ver el juez ahora conmigo. Después de que me den las acciones de tu madre, pues no creo que haya nada más que deba mostrarme.Los ojos de Alexander se abrieron. — Sí, sí queda algo más que puede mostrarte.Cuando abrió la puerta, Yeison ya no estaba al otro lado; era un chico estudioso y discreto. Ambos bajamos lentamente por las escaleras; Alexander aún cojeaba levemente de su pierna y yo me sentí sucia, como si hubiese estado cometiendo un crimen atroz, un pecado mortal, aunque solamente había deseado a Alexander. No entendía por qué me sentía así.Cuando el juez me vio, sonrió con alegría. — Señora Ana Laura, llevo mucho buscándola — me dijo — . Fui a su casa, pero me dijeron que est
Raúl ya estaba cansado de las mentiras y de las manipulaciones; estaba realmente harto de todo.Pensó que después de despertar de su borrachera se arrepentiría profundamente de haberle contado a Xavier toda la verdad, pero no.No se había arrepentido en lo absoluto; todo lo contrario: despertó sintiendo una paz en el cuerpo que llevaba años sin sentir.Xavier se había quedado sentado en el mueble, mientras él había corrido hacia la habitación y, de las cajas fuertes, había sacado las fotografías que había atesorado durante tantos años. Ni siquiera su hermano Federico sabía que las tenía; tenían una evidencia peligrosa que podría arruinar su perfecta venganza.Cuando llegó a la sala de su casa, Xavier estaba ahí, pálido como una hoja de papel, con los párpados grisáceos. Raúl extendió las fotos hacia él, y el rubio las observó.Era una fotografía familiar que habían tomado cuando eran pequeños: en ella se veían los dos gemelos sentados sobre las piernas de Ezequiel, y su madre, una muj
Raúl se quedó completamente paralizado frente a la camilla. La mujer que estaba ahí acostada, pálida, ojerosa, lo miró con los ojos abiertos, con una extraña mezcla de emociones.Aquel rostro demacrado lo hizo detenerse, aludiendo recuerdos a su cabeza; la mayoría no eran buenos recuerdos.Trató de dar un paso atrás, pero se sentía tan paralizado, tan estático en el lugar, que no pudo hacer más que abrir la boca y tratar de pronunciar una palabra. — Mamá — dijo nuevamente. La mujer se irguió en la cama. — Raúl, ¿qué es lo que haces aquí? — , preguntó la mujer. Raúl se preguntó como lo reconoció, Pero no importaba; era la única mujer que siempre había sabido reconocerlos a simple vista, por algo era su madre, pero estaba tan confundido que no logró entender lo que estaba sucediendo. — ¿Qué pasa? — dijo con la voz entrecortada. — ¿Yeison es tu hijo? — , preguntó. La mujer le apartó la mirada. ¿Hacía cuánto tiempo no la veía? Años, veinte, probablemente.Era escalofriantemente igual,
Me quedé ahí un rato más en la sala, sin encontrar el valor para salir y enfrentar a Alexander. Las instrucciones de doña Azucena eran claras: tenía que cuidarlo, tenía que cuidar a Álex, hacer lo mejor para él. Así que, después de estar un rato ahí sentada, me puse de pie y salí.Alexander estaba sentado en el amplio mueble de la sala, abrazando con fuerza una almohada; en su expresión podían notarse la intranquilidad que le recorría el cuerpo. — ¿Y el juez? — le pregunté para quitar la incomodidad — .— Se fue en cuanto te dejó sola.— ¿Han visto muchos de esos videos? — le pregunté.Alexander negó— . Solamente uno. No sabemos cuántos son; el juez dijo que nos los mostraría poco a poco. Ahora que lo pienso, mamá tenía muchos secretos; ya ni siquiera soy capaz de reconocerla. — ¿Qué te dijo? — preguntó.Pero yo no sabía que decirle; pensé bien en las palabras que me dijo doña Azucena, la idea era no dejarlo solo… pero, ¿bajo qué contexto? Cuidarlo sería la respuesta.Alex habíamos