83°

El momento del encuentro había llegado y yo estaba paralizada en el lugar.

La entrada de la sala en la que Alexander tendría que contarme todo, en la tendría que contarme la verdad, su verdad, de lo que había sucedido.

Mi abuelo me había acompañado, pero insistió en que él no quería escucharlo. No lo necesitaba, en la vida, había vivido de primera mano lo que había sucedido a su nieta y no tenía fuerzas para seguir rememorando aquellos tristes recuerdos. Así que me esperaba afuera de la sala.

La habitación era estrecha y fría, tenía un enorme vidrio por el que seguramente varios policías nos estaban observando. O tal vez la prensa, ni siquiera había querido ver los periódicos, contó mi abuelo que habían sido extremadamente amarillistas como siempre.

Así que me limité a tratar de evitarlos todo lo posible. Me senté en la amplia y fría mesa y esperé cuidadosamente con el oído bien puesto en las puertas, hasta que al fin trajeron a Alexander.

Tenía la misma ropa que la noche anterior, p
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