El momento del encuentro había llegado y yo estaba paralizada en el lugar.La entrada de la sala en la que Alexander tendría que contarme todo, en la tendría que contarme la verdad, su verdad, de lo que había sucedido.Mi abuelo me había acompañado, pero insistió en que él no quería escucharlo. No lo necesitaba, en la vida, había vivido de primera mano lo que había sucedido a su nieta y no tenía fuerzas para seguir rememorando aquellos tristes recuerdos. Así que me esperaba afuera de la sala.La habitación era estrecha y fría, tenía un enorme vidrio por el que seguramente varios policías nos estaban observando. O tal vez la prensa, ni siquiera había querido ver los periódicos, contó mi abuelo que habían sido extremadamente amarillistas como siempre.Así que me limité a tratar de evitarlos todo lo posible. Me senté en la amplia y fría mesa y esperé cuidadosamente con el oído bien puesto en las puertas, hasta que al fin trajeron a Alexander.Tenía la misma ropa que la noche anterior, p
Alexander guardó silencio un rato. Yo sabía que la historia no había terminado, pero no me atrevía a pronunciar ninguna palabra, solo me quedé ahí, en silencio, frente a la mesa con él. Cuando al fin se armó de valor para continuar, suspiró profundamente. — Ella me había dicho que la llevara a casa, que la dejara en la puerta y que pareciera un robo. Y eso hice porque se lo había prometido. De todas formas, ya estaba muerta, no serviría de nada. Ella me dijo que si ustedes se dieran cuenta de lo que había sucedido, pondrían la denuncia, y eso pondría en riesgo sus vidas. Y yo ya había prometido protegerlos, Ana Laura. Había prometido que los cuidaría y si ustedes trataban de indagar en lo que a ella le había sucedido, aquella banda criminal probablemente trataría de silenciarlos, así como la silenciaron a ella.» Por eso la dejé ahí, en la puerta. No sabes lo difícil que fue para mí tener que dejarla ahí. Se veía tan sola — , comentó con los ojos llenos de lágrimas, y yo no pude evit
Me sentía solo, y no porque literalmente estuviera solo recostado en los barrotes de la celda; era porque en realidad me sentía solo.Ana Laura me había confesado que los trillizos eran míos, mi familia estaba conmigo en ese momento, pero de todas formas había un vacío en mí que no era capaz de llenar, que aún no era capaz de llenar.Era un vacío constante, y a pesar de que buscaba llenarlo con otras situaciones, con trabajo más que todo, había momentos en los que era tan abrumador que me impedía respirar.Pero había sentido nuevamente un poco de calma cuando Ana Laura me abrazó en aquella sala de interrogación, donde le había dicho toda la verdad sobre su hermana.Cuando sus brazos rodearon mi espalda y me trajeron hacia ella, sentí que ese vacío comenzó a desaparecer poco a poco, pero luego sus palabras fueron punzantes y certeras, y lo abrieron nuevamente.Ahí estaba, recostado en la celda, observando la luz del sol que entraba por la pequeña ventana. A pesar de todo, la calma que
Me vestí tan rápido como pude después de darme una corta ducha. Nunca me había sentido tan ansioso.Llamé al chofer y le pedí que se tardara un poco más para ir por Esteban. Me parecía que era una buena oportunidad para que conociera a sus hermanitos, entre comillas, pero no ahora. Ahora debía enfrentar las cosas lentamente. Me sentí torpe mientras conducía.El lugar que Ana Laura me había indicado que nos viéramos era un pequeño restaurante familiar cerca del centro. Tenía juegos infantiles y también un área especial para los padres. Y entonces ahí me encontré con Ana Laura.Estaba recostada sobre una silla con forma de payaso, y yo me sentí tan nervioso que tuve que contener el aliento y luego respirar un par de veces antes de hablarle.Cuando ella me vio, sonrió con un poco de tristeza. — Estás un poco pálido — me dijo como saludo. — Bueno, pasé una noche horrible en la prisión, pero no importa. Lo importante es que estoy aquí. ¿Ellos dónde están? — pregunté un poco conmocionado
Ana Laura tenía razón. Era increíble ver cómo dos niños concebidos el mismo día, nacidos al mismo tiempo, de la misma madre y el mismo padre, podían ser tan diferentes.Azucena era todo un rayo de luz, brillaba; era hermosa, inteligente, resaltaba con sus grandes cualidades como una pequeña y brillante actriz.Sonreía con ternura y siempre que podía me miraba a los ojos. Nunca desperdició ninguna oportunidad para decirme que eran muy lindos, y yo, para decirle que ella los había heredado de mí.Ana Laura permaneció en un discreto segundo plano. Lo que más me incomodó, aparte de que el pequeño Emmanuel no hubiera querido venir, fue pensar que Ana Laura se integraría un poco más con nosotros.Ingenuamente creí que tal vez podríamos llegar a ser una especie de familia, pero no fue así. Ana Laura estaba reacia a estar a mi lado. Se había sentado en la mesa, pero había corrido la silla un poco hacia atrás.Cualquiera hubiese pensado que lo hacía para darme espacio con mis hijos, para que n
Sentí como se me apretó el corazón cuando el pequeño niño me dio la espalda nuevamente y se aferró con fuerzas a su almohada mirando hacia la pared.Se sentía triste y solitario, abandonado, como Ana Laura me había dicho era el más sensible de los tres y que lo último que quería en ese momento era culparla a ella.Aunque indirectamente era su culpa el haberme alejado de ellos, había creado en el niño un sentimiento de soledad y vacío a causa del bullying que le hacían sus compañeros. Y entonces ahí sentado a la orilla de la cama no supe cómo más reaccionar, me acosté a su lado, nuestros hombros tocándose y observé que en el techo justo sobre su cama había imágenes de aviones. — ¿Entonces te gustan los aviones? — le pregunté y el niño no contestó. Así que me quedé en silencio otro largo rato — . ¿Por qué dices que ya no necesitas un papá? — le pregunté y él se sonó la nariz. — Porque ya estoy grande, ya no lo necesito.Yo sonreí con tristeza. — ¿Ves esto que hay aquí? — le apunté ha
La heladería era grande, tenía tantos sabores y tantas opciones que el pobre niño se sintió tremendamente abrumado en el lugar.Mientras la mesera le repasaba una y otra vez los sabores que había, Emmanuel movía sus piecitos de lado a lado ya que la silla era demasiado alta para él, y yo me moría de amor y de ternura.— Chocolate, — dijo después de un rato, — pero que no tenga maní. — — ¿Y el otro sabor? — preguntó la mesera, y el niño abrió los ojos. — ¿Son dos sabores? — preguntó él, y luego me miró. — Claro que son dos. Escoge el que quieras. —El niño se tomó otro largo rato. La mesera comenzaba a impacientarse, pero yo no hacía más que mirarlo.Me parecía increíble; era como ver una pequeña versión mía, pero verlo también no solo me recordaba a mí, me recordaba a mi padre.A sus ojos eran un gen poderoso, nos lo había heredado a mí y a mis hermanos, y yo se lo había heredado a mis hijos: un verde esmeralda brillante y vivo. Y solo verlo en los ojos de mi hijo me hacía recordar
Salté sobre aquel hombre, golpeándole el estómago con mi hombro y lanzándolo hacia atrás.Se volvió con fuerza, golpeando la espalda contra una mesa antes de que cayéramos al suelo. El arma rodó y cayó entre el yogur y el helado que se había derramado por el suelo.Trató de arrastrarse hacia ella, pero yo tomé mi codo y le di un golpe en el pecho, arrancándole el aliento.Comencé a arrastrarme hacia el arma; tenía que atraparla antes que él. Si el hombre venía acompañado de más personas en esa camioneta, dispuestos a matarme, probablemente no bastaría con deshacerme de él.Todos ellos bajarían del auto y acabarían conmigo. Tenía que armarme, tenía que alejarlos de mi hijo. Le había prometido a Ana Laura que lo cuidaría, y lo haría con mi vida.Me arrastré con fuerza hacia el arma, y entonces sentí un fuerte ardor en la pierna, tan intenso que me arrancó un grito.Volteé a mirar y vi que el asesino había sacado un cuchillo que había clavado en mi pierna sobre mi rodilla. La sangre come