Me vestí tan rápido como pude después de darme una corta ducha. Nunca me había sentido tan ansioso.Llamé al chofer y le pedí que se tardara un poco más para ir por Esteban. Me parecía que era una buena oportunidad para que conociera a sus hermanitos, entre comillas, pero no ahora. Ahora debía enfrentar las cosas lentamente. Me sentí torpe mientras conducía.El lugar que Ana Laura me había indicado que nos viéramos era un pequeño restaurante familiar cerca del centro. Tenía juegos infantiles y también un área especial para los padres. Y entonces ahí me encontré con Ana Laura.Estaba recostada sobre una silla con forma de payaso, y yo me sentí tan nervioso que tuve que contener el aliento y luego respirar un par de veces antes de hablarle.Cuando ella me vio, sonrió con un poco de tristeza. — Estás un poco pálido — me dijo como saludo. — Bueno, pasé una noche horrible en la prisión, pero no importa. Lo importante es que estoy aquí. ¿Ellos dónde están? — pregunté un poco conmocionado
Ana Laura tenía razón. Era increíble ver cómo dos niños concebidos el mismo día, nacidos al mismo tiempo, de la misma madre y el mismo padre, podían ser tan diferentes.Azucena era todo un rayo de luz, brillaba; era hermosa, inteligente, resaltaba con sus grandes cualidades como una pequeña y brillante actriz.Sonreía con ternura y siempre que podía me miraba a los ojos. Nunca desperdició ninguna oportunidad para decirme que eran muy lindos, y yo, para decirle que ella los había heredado de mí.Ana Laura permaneció en un discreto segundo plano. Lo que más me incomodó, aparte de que el pequeño Emmanuel no hubiera querido venir, fue pensar que Ana Laura se integraría un poco más con nosotros.Ingenuamente creí que tal vez podríamos llegar a ser una especie de familia, pero no fue así. Ana Laura estaba reacia a estar a mi lado. Se había sentado en la mesa, pero había corrido la silla un poco hacia atrás.Cualquiera hubiese pensado que lo hacía para darme espacio con mis hijos, para que n
Sentí como se me apretó el corazón cuando el pequeño niño me dio la espalda nuevamente y se aferró con fuerzas a su almohada mirando hacia la pared.Se sentía triste y solitario, abandonado, como Ana Laura me había dicho era el más sensible de los tres y que lo último que quería en ese momento era culparla a ella.Aunque indirectamente era su culpa el haberme alejado de ellos, había creado en el niño un sentimiento de soledad y vacío a causa del bullying que le hacían sus compañeros. Y entonces ahí sentado a la orilla de la cama no supe cómo más reaccionar, me acosté a su lado, nuestros hombros tocándose y observé que en el techo justo sobre su cama había imágenes de aviones. — ¿Entonces te gustan los aviones? — le pregunté y el niño no contestó. Así que me quedé en silencio otro largo rato — . ¿Por qué dices que ya no necesitas un papá? — le pregunté y él se sonó la nariz. — Porque ya estoy grande, ya no lo necesito.Yo sonreí con tristeza. — ¿Ves esto que hay aquí? — le apunté ha
La heladería era grande, tenía tantos sabores y tantas opciones que el pobre niño se sintió tremendamente abrumado en el lugar.Mientras la mesera le repasaba una y otra vez los sabores que había, Emmanuel movía sus piecitos de lado a lado ya que la silla era demasiado alta para él, y yo me moría de amor y de ternura.— Chocolate, — dijo después de un rato, — pero que no tenga maní. — — ¿Y el otro sabor? — preguntó la mesera, y el niño abrió los ojos. — ¿Son dos sabores? — preguntó él, y luego me miró. — Claro que son dos. Escoge el que quieras. —El niño se tomó otro largo rato. La mesera comenzaba a impacientarse, pero yo no hacía más que mirarlo.Me parecía increíble; era como ver una pequeña versión mía, pero verlo también no solo me recordaba a mí, me recordaba a mi padre.A sus ojos eran un gen poderoso, nos lo había heredado a mí y a mis hermanos, y yo se lo había heredado a mis hijos: un verde esmeralda brillante y vivo. Y solo verlo en los ojos de mi hijo me hacía recordar
Salté sobre aquel hombre, golpeándole el estómago con mi hombro y lanzándolo hacia atrás.Se volvió con fuerza, golpeando la espalda contra una mesa antes de que cayéramos al suelo. El arma rodó y cayó entre el yogur y el helado que se había derramado por el suelo.Trató de arrastrarse hacia ella, pero yo tomé mi codo y le di un golpe en el pecho, arrancándole el aliento.Comencé a arrastrarme hacia el arma; tenía que atraparla antes que él. Si el hombre venía acompañado de más personas en esa camioneta, dispuestos a matarme, probablemente no bastaría con deshacerme de él.Todos ellos bajarían del auto y acabarían conmigo. Tenía que armarme, tenía que alejarlos de mi hijo. Le había prometido a Ana Laura que lo cuidaría, y lo haría con mi vida.Me arrastré con fuerza hacia el arma, y entonces sentí un fuerte ardor en la pierna, tan intenso que me arrancó un grito.Volteé a mirar y vi que el asesino había sacado un cuchillo que había clavado en mi pierna sobre mi rodilla. La sangre come
Estaba recostado en la ambulancia frente a la heladería. Una enfermera estaba suturando mi herida, ya que me había negado rotundamente a ir a un hospital.La herida no era muy profunda; solo necesitaba un par de puntadas y estaría bien. La policía ya había tomado mi declaración.Por suerte, no había habido muchos heridos, al menos ninguno de gravedad. La policía estaba comenzando sus investigaciones, pero a mí aquel nombre me quedó resonando en la cabeza: *Máximo... ¿quién sería? Que el hombre que me quisiera muerto no importaba; las razones que tuviera para matarme estaban seguras que tenían que ver con mi padre. Porque aquel hombre lo había dicho, había mencionado mis ojos, que eran los ojos de él. La policía se lo había llevado, pero estaba seguro de que tarde o temprano tendría que cantar la verdad.El pequeño Emanuel estaba a mi lado, aferrado a mí. No había querido soltarme ni por un solo segundo, pero se veía tranquilo, en calma, a pesar de todo lo que había pasado, de lo que
El hermano de Alexander asintió.— Creo que eso podría funcionar… Hacer enojar al hombre que intentó matar a mi hermano podría hacerlo hablar. Pero pienso que podríamos ir un poco más lejos. Esa podría ser nuestra última opción, es mejor no descartarla, pero siento que podríamos ser un poco más inteligentes.Alexander se veía pálido y tuve ganas de acercarme a él para que apoyara sus brazos sobre mi hombro y se sostuviera, pero pensé que tal vez podría ser un acto muy íntimo. Así que simplemente me aclaré la garganta. — Siéntate, Alex — le dije. Seguramente aquella sugerencia había sonado más a una orden, ya que los tres hombres que estaban ahí conmigo me miraron — . Tienes una herida en una pierna y estás ahí de pie.Alexander asintió y se recostó en una pequeña escalera que daba acceso a una tienda.Yo no perdía de vista a mi pequeño Emanuel, que estaba sentado en el regazo de su tía. A lo mejor parecía haberse hecho una buena muchacha, y le había arrancado ya un par de sonrisas mi
Raúl esperaba a su hermano en su apartamento. Tenía unas llaves de emergencia que le había dado su hermano hace unos meses por si algún día necesitaba entrar, y las había utilizado.De todas formas, jamás había encontrado a su hermano en ningún plan incómodo. Esperó ahí, atentamente, observando por la ventana el momento en el que el auto de su hermano apareciera por el estacionamiento.Quería enfrentarlo, quería hablar con él, quería que le dijera que no. Pero tuvo miedo de que le dijera que sí. Ya no era capaz de reconocer a su hermano; no era capaz de hacerlo. Lo veía, y aunque veía su mismo rostro en él, no era capaz de reconocerlo.Después de una larga hora, Federico regresó a casa, y en cuanto abrió la puerta y encontró a su hermano Raúl sentado en el mueble, blanqueó los ojos. — ¿Vienes a regañarme? — le preguntó.Raúl se puso de pie, caminó hacia la cocina y se sirvió un enorme trago de tequila. Cuando el líquido pasó raspando su garganta, lo miró directo a los ojos. — ¿Tú ma