75°

Yo traté de alejarme lo más posible de Alexander, caminé hasta la silla que estaba detrás del escritorio y me senté en ella, abrazándome a mí misma. Alexander se sentó al otro lado.

— No te había dicho la verdad porque no quería hacerte daño — le dije — . Yo no me sentía capaz de enfrentar eso en ese momento. Tienes razón, los trillizos no son hijos de Federico, pero tampoco son tuyos. Tuve una aventura la misma semana en que te comprometiste con Gabriela — le mentí. Noté cómo levantó el mentón con rabia — Ahí me quedé embarazada.

— Mientes — me dijo con furia, y yo le contesté con más rabia aún:

— Yo no soy como tú, yo no te digo mentiras — y no pude evitar sentirme más cínica al respecto. Pero no era capaz de decirle la verdad, como si hubiese una pared que me lo impidiera, y el nudo de mis malos recuerdos regresó. Era como una puñalada en el estómago. No entendía qué era o por qué lo sentía, pero siempre que lo hacía, me cohibía y me hacía retroceder como una puñalada.

Entonces,
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