Cuando salí de casa de Ana Laura, lo primero que hice al subirme a mi auto fue tocarme los labios con las yemas de los dedos, como si no fuera capaz de creer que, de verdad, la había besado.Que, después de tanto tiempo, al fin sus labios se habían posado contra los míos. Al fin, mis sueños más profundos, de los que no solía hablar ni pensar, se habían materializado ante mí.Nunca unos labios habían logrado causar esa sensación que recorría mi cuerpo como los de Ana Laura, ni siquiera los labios de su hermana, Jessica, habían logrado conseguirlo. Era la diferencia entre un amorío juvenil y un amor real.A pesar de todo lo que había pasado, seguía amando a Ana, y admitirlo al fin lograba liberar un poco ese sentimiento que me oprimía, pero al mismo tiempo me generaba una nueva sensación de incertidumbre. Porque ahora, ahora que la tenía cerca, ahora que estaba nuevamente a mi alcance, ¿qué iba a pedir de mí? ¿Querría recuperarla?Conduje sin cuidado por un largo rato, hasta que decidí
Xavier le dio el último tramo a su café. Llevaba mucho tiempo esperando en aquella cafetería, y la paciencia comenzaba a colmársele.Revolvió las últimas gotas que había en el fondo y estaba dispuesto a irse cuando un auto sonó el claxon al lado de la cafetería. Los ojos azules de Raúl se posaron en él y lo miraron de los pies a la cabeza. — Lo lamento — dijo el gemelo — . Tu llamada fue muy sorpresiva. Intenté librarme de la oficina lo más rápido que pude. Vamos, sube.Xavier sabía que estar en el mismo auto con Raúl podría ser un poco tentador, y lo único que quería en ese momento era terminar con el asunto lo antes posible. Así que lo invitó a bajarse. — El café aquí es bueno — le dijo.Entonces Raúl asintió y dejó su auto estacionado frente a la cafetería. Rodeó los pequeños árboles que la adornaban y se sentó en la mesa. — ¿Esto es una cita? — bromeó el gemelo.Xavier se ató su largo cabello en una cola, más bien para no parecer un poco ansioso, porque el hombre lo ponía nervi
Habían pasado unas dos largas semanas desde el momento en el que Alexander me había besado. Parecía que, a pesar de que pasara el tiempo, yo no era capaz de superarlo.Me despertaba constantemente en la noche después de haber soñado con ese momento, me acostaba pensando en él y era lo primero que pensaba en cuanto me despertaba. Alex había intentado comunicarse conmigo durante esas semanas, pero yo lo había evitado a toda costa. No quería enfrentarlo, no quería verlo. Sabía que, en cualquier momento en el que lo tuviera cerca nuevamente, me lanzaría sobre sus brazos. Lo que había sucedido con mi hermana, si lo veíamos desde un punto de vista objetivo, no era tan malo. Se enamoró de ella y, al querer sacarla de ese mundo oscuro en el que Jessica se había metido, las personas que le pasaban la droga se deshicieron de ella.Tal vez tenía mucha información, tal vez alguien que entra en ese negocio no puede salir nunca. De todas formas, lo que Alexander quería para ella era el bien.
Me había cometido un fuerte mareo, tan fuerte como nunca en la vida me había dado, ni siquiera cuando tenía los síntomas del embarazo. Tan fuerte que me puse de pie y luego caí sentada nuevamente en la silla. El policía sostenía con fuerza a Alexander contra la mesa mientras lo esposaban. Federico habló: — ¿No ven que va a cooperar? No tiene ninguna necesidad de esposarlo — dijo.Alexander asintió. — Claro que sí, cooperaré, pero no entiendo... No entiendo qué está pasando. — Se ha hecho ahora una investigación — dijo uno de los policías — . Después de que la señora Ana Laura Lescano reabriera el caso de su hermana y, con su declaración, el juez llegó a la conclusión de que actuó de forma irresponsable. Así que será juzgado por eso y tienes que acompañarnos a la estación de policía.Alexander asintió. No tenía más opción que hacerlo, ¿qué más podía hacer? No podía discutir con la policía. Pero yo seguía sentada en mi silla observándolo, seguramente con una expresión de horror.Tod
Me recosté en la pared de la celda con el corazón roto. No había otra expresión con la que pudiera definir aquel sentimiento.Ana Laura me había mentido, había ocultado que había estado embarazada de mí, que éramos padres de trillizos. Lo había ocultado deliberadamente, seguramente había sido parte de su venganza, de la perfecta venganza que tal vez había estado planeando.Yo me recosté y me pregunté si en serio había llegado a hacerle tanto daño como para que toda su vida después de mí fuese más que venganza y dolor. Probablemente sí.La había utilizado, de alguna forma indirecta, como una catarsis a mi dolor y a mi remordimiento por no haber podido salvar a Jessica.Ahora estaba preso por eso, porque la persona que dejó aquí la nota anónima y sus fotografías tenía razón: el pasado siempre termina por alcanzarte.Siempre las verdades salen a la luz, así como Ana quiso ocultar a los trillizos de mí.Incluso para ella, la verdad llega en algún momento.Ojalá pudiera darme la oportunida
Las fuerzas del cuerpo me fallaron a tal punto que caí arrodillado, con la frente puesta sobre las frías varillas de la reja. — Papá — murmuré, pero mi voz no fue más que un susurro triste.El hombre estaba frente a mí, con el rostro de mi padre. Me miró desde arriba con gesto arrogante. — Pensé que estarías más feliz de verme nuevamente, cachorrito.Yo me había negado a creerlo, a pesar de las imágenes que había visto en aquel dron. Me había negado a creerlo completamente. ¿Cómo era posible que mi padre hubiese regresado de la muerte?Durante esas semanas había meditado en la posibilidad de que papá tuviera un hermano, o que simplemente fuera un hombre cualquiera parecido a él. Pero ahí, frente a mí, en la celda, con sus anchos hombros y sus vibrantes ojos verdes que nos heredó a todos, no existía la menor duda. Era él, tal cual, en carne y hueso. Y yo me quedé sin habla. — Estás muerto — le dije — , estás muerto.Pero él se rió, y solo el sonido de su sonrisa me trajo tantos re
Pasé toda la noche en absoluta vela. Ni siquiera podía haber dicho que dormí media hora o 15 minutos, porque no pude hacerlo.Me quedé sentada en el borde de la cama hasta más de medianoche. Ni siquiera tuve el valor para ir a despedir a mis hijos y darles las buenas noches. Tuvo que hacerlo el abuelo, mientras yo me sentaba en la esquina de la cama, observando por la ventana la ciudad que comenzaba a dormir lentamente.Había sido tan estúpida todo el tiempo. Cada cosa que había hecho en mi vida era un error tras otro, y sería ridículo de mi parte pensar que todo había sido completamente culpa de Alexander. Claro que lo era, principalmente por sus mentiras, o mejor dicho, sus secretos, que nos habían condenado a todos.Pero si lo veía desde un punto de vista objetivo, yo tampoco había obrado bien. Para empezar, escondiéndole mi embarazo y luego a sus hijos, queriendo vengarme a toda costa.Ahora que estaba sentada en la cama, con mi secreto más profundo revelado, me sentía sin rumbo.
El momento del encuentro había llegado y yo estaba paralizada en el lugar.La entrada de la sala en la que Alexander tendría que contarme todo, en la tendría que contarme la verdad, su verdad, de lo que había sucedido.Mi abuelo me había acompañado, pero insistió en que él no quería escucharlo. No lo necesitaba, en la vida, había vivido de primera mano lo que había sucedido a su nieta y no tenía fuerzas para seguir rememorando aquellos tristes recuerdos. Así que me esperaba afuera de la sala.La habitación era estrecha y fría, tenía un enorme vidrio por el que seguramente varios policías nos estaban observando. O tal vez la prensa, ni siquiera había querido ver los periódicos, contó mi abuelo que habían sido extremadamente amarillistas como siempre.Así que me limité a tratar de evitarlos todo lo posible. Me senté en la amplia y fría mesa y esperé cuidadosamente con el oído bien puesto en las puertas, hasta que al fin trajeron a Alexander.Tenía la misma ropa que la noche anterior, p