74°

Los labios de Alexander sobre los niños se sintieron cálidos y suaves, y sería una hipócrita si dijera en este momento que quise alejarme, que quise empujarlo, porque la verdad no fue así.

Yo solo estaba buscando excusas para seguir enojada con él. Por alguna razón, yo sabía que él no era responsable de la muerte de mi hermana, no de una forma directa. De hecho, todo lo contrario: él había intentado sacarla de aquel abismo en el que ella se había metido.

Si alguna razón tuviera yo aún para estar enojada con él, era que me mintió sobre eso, sobre la promesa que le había hecho a mi hermana de cuidarme y el haberse enamorado de mí. Pero insuficiente para el daño que yo le causaría, porque estaba claro que en el momento en que Alexander se diera cuenta de que yo había escondido sus tres hijos, sería a mí a quien odiaría.

Así que, sin más fuerza de voluntad, me quedé ahí de pie. Alexander no hizo ningún movimiento; solamente apoyó sus labios contra los míos, y yo sentí cómo todas mis barre
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