Cuando salimos de la naviera, me senté en silencio en el asiento del copiloto. Federico me miraba de vez en cuando. — ¿Cómo te sientes? — me preguntó.Yo me encogí de hombros. — La verdad, no sé — le dije — . Tengo un poco de satisfacción porque logré decirle unas cuantas verdades a Gabriela. Ella no sabe lo que le espera. Comenzaré por ella, me vengaré primero de ella y después, cuando Alexander sepa que iré por él, entonces lo acabaré. — Muy bien dicho — me dijo Federico — . Ellos tienen que pagar por lo que te hicieron. No tengas cuidado con ellos, porque, de hecho, no lo tuvieron contigo. — Claro que sí. ¿Averiguaste lo que te pedí?Él asintió, sacó de uno de los compartimentos del auto unos papeles que me tendió. Yo los leí detenidamente. Era toda la información sobre su padre, adicto al alcohol y a los juegos. — La invitación a tu casino ya fue enviada.En el tiempo en el que estuve asociada con Transportes Imperio, más la herencia que me dejó mi padre biológico, lo que, m
Cuando fui la amante — entre comillas — de Alexander, pasaba mucho tiempo a su lado.Todo el día juntos en el trabajo, tratando de resolver los dilemas de la naviera Idilio, y luego, en las noches, bajo las sábanas de su cama. No sabía cómo sería la relación de Alexander con Gabriela, pero me atrevía a decir que en ese momento yo era la persona que más conocía a Alex en el mundo. Lo suficiente como para saber que, mientras estiraba la mano para agarrar el teléfono que le daba su hermano, tenía miedo.Su expresión era seria, su postura firme; cualquiera diría que tenía rabia, que estaba colérico y enojado. Pero solo yo podía saber cómo, dentro de él, su alma estaba aplastada.Un pequeño gesto en la ceja, la forma en la que movía los dedos... Tenía miedo. Y él era el hombre más fuerte que yo jamás hubiera conocido. Si él tenía miedo, ¿qué nos podía esperar a los demás?Me abracé a mí misma mientras Alexander se ponía el celular en el oído. — ¿Dónde está mi hijo? — preguntó con rabia.A
45Gabriela abrió la boca para decir algo, pero Alexander chasqueó los dedos. — Mírate cómo estás, tienes que calmarte. Te prometo que nuestro hijo estará bien.Dicho esto, caminó hacia la salida. Yo lo seguí, y cuando me volví hacia atrás un segundo antes de salir por las puertas de la empresa, vi el rostro enojado y apretado de Gabriela. Alexander caminaba en silencio.Yo apreté con fuerza la cartera contra mi pecho, no podía creer que estuviera sucediendo eso, no podía creer que compartiría un auto nuevamente con Alexander.Cuando lo veía caminar, cuando vi sus anchos hombros moverse y abrirme la puerta del copiloto, no pude evitar recordar aquellos tiempos dolorosos.Me recordé que tenía que odiarlo, que me había hecho sufrir y que pagaría las consecuencias. Pero mi venganza la retomaría después de aquello; el hombre ya estaba sufriendo lo suficiente.Quise creer que, al no sentirme feliz por su dolor, era por el hijo que había de por medio. Por eso no quise mirarlo a la cara mie
Tuve miedo de lo que Alexander pudiera hacer, no le importó la opinión del policía, no le importó qué tan ilegal pudiera ser lo que podríamos hacer. Simplemente dio la vuelta, se subió a su auto y me indicó con una fría mirada que hiciera lo mismo.El policía caminó hacia la puerta del auto y, cuando se detuvo allí, le apuntó con el dedo a Alexander justo antes de que él arrancara. — Puede ser interesante esta propuesta — dijo el hombre — . Podríamos recuperar el collar de oropel, que es un patrimonio histórico muy importante. Enviaré un par de mis hombres sin uniforme para que los acompañen. — No — dijo Alexander — . Yo tengo que hacer esto solo. ¿Crees que el que secuestró a mi hijo no tiene negociado ya ese collar con el tal Zorro? Estoy seguro de que, en cuanto vean cualquier movimiento sospechoso, huirán. Lo mejor que podemos hacer es que yo vaya solo. — Yo no te dejaré ir solo — le dije.Ambos hombres me miraron. — Es mejor que te quedes en la naviera. Te llevaré hasta allá
La puerta se cerró detrás de nosotros con un golpe fuerte. Alexander envolvió la gema nuevamente en la prenda y la metió en mi cartera. Luego tomó mi cartera y la puso en su brazo. — ¿Qué haremos ahora? — le pregunté — . Había al menos cincuenta pandilleros en nuestro camino aquí. Nos dejaron entrar por órdenes del hombre con los dientes de oro, pero ahora ya no tienen esas órdenes. — Lo sé — me dijo Alexander con impaciencia — Ya lo escuché también. Necesitamos salir de aquí por otra ruta. — ¿Y dónde hay otra ruta? — le pregunté, asustada. ¿Por qué me había metido en ese lío? ¿Por qué en mi cabeza tonta había dejado que mis emociones hablaran por mí? Ahora estaba en un barrio peligroso con una gema de un millón de dólares, rodeada de pandilleros asesinos.No quise ser prejuiciosa, ser pandillero no era sinónimo de asesino, ¿no es así? De todas formas, portaban armas y, por más que quisiera ser menos prejuiciosa, el hecho ya me parecía escalofriante.Alexander sujetó con fuerza mi
Yeison conocía bien el barrio. Era un muchacho hábil, y eso yo pude verlo en sus ojos ávidos y claros, pero notaba cómo Alexander seguía desconfiando. De todas formas, no teníamos otra opción más que confiar en él. — Espero que sea verdad — nos dijo cuando llegamos a una esquina especialmente amplia — . Si yo los ayudo a salir y no me cumplen lo que me prometieron... — Lo haremos — le interrumpí — . Alexander y yo te ayudaremos, ya te lo prometí. Pero sácanos de aquí.El joven asintió, tomó a Alexander por la muñeca y lo guió por la acera. — Ellos están esperando que regresen por donde vinieron, pero seguramente alguien ya los vio cruzar por otra calle y los delató. Esta es la salida más larga del barrio obrero. — ¿Y no te parece que puede ser contraproducente? — le preguntó Alexander.El joven negó. — Precisamente, nadie en su sano juicio tomaría la salida más larga, por eso será la menos protegida. Si tenemos suerte, no habrá nadie.Continuamos caminando. Cuando llegamos a una
Las mejillas de Federico estaban enrojecidas, apretaba los puños, y todos los años en los que trabajé a su lado me sirvieron para conocerlo lo suficiente como para entender que tenía mucha rabia en ese momento.Así que metí las manos en los bolsillos de la sudadera de Alexander y agaché la cabeza.Cuando llegó conmigo, me apuntó con el dedo, justo en el centro de la frente.—¿Qué carajos hiciste? —me dijo—. Solo fue llegar aquí a la empresa para que la esposa de Alexander me dijera que se habían largado a retirar el millón de dólares en efectivo, y luego el jefe de la policía me dijo que habían ido a comprar un collar de yo no sé qué carajos. ¿Cómo te pusiste así en riesgo de esa forma?—Lo siento —le dije—. Yo no sabía que sería tan peligroso.—Ah, ¿no? —me riñó él, apuntando hacia el auto—. ¡Está lleno de agujeros por las balas, con los parabrisas rotos! ¿A dónde te fuiste a meter?—Fui al barrio Obrero, los secuestradores querían...—¿El barrio obrero? —interrumpió. Su cara se tran
Recosté la cabeza en la pared. Me sentía sucio, tenía el cuerpo caliente. Rabia y miedo cruzaron por mi cuerpo en cuestión de un segundo.De repente, fui consciente de lo que había hecho: había arriesgado mi vida y había arriesgado la vida de Ana Laura entrando al barrio obrero por esa gema.Estaba pensando en mi hijo, nada más que eso, y aquello me hizo sentir perdido. Necesitaba estar centrado, ahora más que nunca, tenía que estar concentrado.Entonces aparté la cabeza de la pared y respiré profundo. La policía estaba ahí, rodeando el edificio. Mi hermano Xavier hablaba con varios policías a la vez. Parecía que trataban de encontrar, en las pocas pistas que tenían, un lugar donde poder buscar a mi hijo.Pero yo me sentía inútil en ese momento. Había encontrado la gema, sí, pero... ¿y si no bastaba? ¿Y si los secuestradores querían algo más? ¿O si entregábamos la gema, pero no entregaban a mi hijo?Gabriela llegó conmigo. Ya había dejado de llorar y se veía bastante más calmada. Me t