44°

Cuando fui la amante — entre comillas — de Alexander, pasaba mucho tiempo a su lado.

Todo el día juntos en el trabajo, tratando de resolver los dilemas de la naviera Idilio, y luego, en las noches, bajo las sábanas de su cama. No sabía cómo sería la relación de Alexander con Gabriela, pero me atrevía a decir que en ese momento yo era la persona que más conocía a Alex en el mundo. Lo suficiente como para saber que, mientras estiraba la mano para agarrar el teléfono que le daba su hermano, tenía miedo.

Su expresión era seria, su postura firme; cualquiera diría que tenía rabia, que estaba colérico y enojado. Pero solo yo podía saber cómo, dentro de él, su alma estaba aplastada.

Un pequeño gesto en la ceja, la forma en la que movía los dedos... Tenía miedo. Y él era el hombre más fuerte que yo jamás hubiera conocido. Si él tenía miedo, ¿qué nos podía esperar a los demás?

Me abracé a mí misma mientras Alexander se ponía el celular en el oído.

— ¿Dónde está mi hijo? — preguntó con rabia.

A
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