Recosté la cabeza en la pared. Me sentía sucio, tenía el cuerpo caliente. Rabia y miedo cruzaron por mi cuerpo en cuestión de un segundo.De repente, fui consciente de lo que había hecho: había arriesgado mi vida y había arriesgado la vida de Ana Laura entrando al barrio obrero por esa gema.Estaba pensando en mi hijo, nada más que eso, y aquello me hizo sentir perdido. Necesitaba estar centrado, ahora más que nunca, tenía que estar concentrado.Entonces aparté la cabeza de la pared y respiré profundo. La policía estaba ahí, rodeando el edificio. Mi hermano Xavier hablaba con varios policías a la vez. Parecía que trataban de encontrar, en las pocas pistas que tenían, un lugar donde poder buscar a mi hijo.Pero yo me sentía inútil en ese momento. Había encontrado la gema, sí, pero... ¿y si no bastaba? ¿Y si los secuestradores querían algo más? ¿O si entregábamos la gema, pero no entregaban a mi hijo?Gabriela llegó conmigo. Ya había dejado de llorar y se veía bastante más calmada. Me t
Con las manos aún temblorosas, tomé el teléfono de mi hermano. No quería arriesgarme a que tal vez el mío estuviese rastreado por los secuestradores. Busqué en mis contactos y, cuando marqué el número, suspiré profundamente. — Soy Alexander Idilio — le dije al hombre cuando contestó al otro lado. — Pero mira nada más... Después del último favor que te hice, pensé que jamás volverías a buscarme. — Si esto no fuera de vida o muerte, no te buscaría — le dije con un poco de impaciencia.John, en sus tiempos más fuertes, cuando era joven, había sido un pirata. No eran como los piratas de las películas, los de hoy en día; estos asaltaban los barcos de la naviera, pero básicamente era una función parecida: robar y asaltar.Lo contraté para que me ayudara a traer una mercancía al puerto en los tiempos en que los piratas se saltaban con mayor frecuencia los barcos de la naviera.Ciertamente, el hombre había cumplido con su misión; el barco había llegado seguro a puerto. Pero eso sí, parte d
Tuve que soportar la cantaleta de Federico todo el camino hasta Transporte Imperio sobre lo peligrosa que había sido la idea de ir al barrio obrero, sobre lo irresponsable que había sido traer a un chico de allá prometiéndole una mejor vida, y sobre la mala idea que era convivir tanto tiempo con Alexander porque podría volver a despertar sentimientos en mí.Lo cierto es que ya no le dije nada más, me limité a mirar por la ventana mientras la ciudad transcurría. Sinceramente pensé que aquello era una ridiculez; no importaba si pasaba o no pasaba tiempo con Alexander, mis sentimientos por él aún existían.Me pregunté cómo pude haber sido tan estúpida; después de todo el daño que me hizo, ¿por qué aún seguía sintiendo cosas por él?La respuesta me llegó clara, a modo de recuerdos, flashbacks de momentos a su lado: en su cama, en el mueble mientras veíamos alguna serie.El lado de Alexander del que me había enamorado era tan puro que aún me mantenía prendida de él como un náufrago a una t
Cuando los brazos de Alexander al fin me soltaron, unos minutos después, sentí cómo el frío me invadía. Él abrazó con fuerza a su pequeño hijo y luego lo apartó para mirarlo a la cara. — ¿Estás bien? — le preguntó.El niño, asustado, asintió, pero ni siquiera fue capaz de soltarse del cuello de su padre.Siguió ahí aferrado como una pequeña pulguita. Yo me abracé a mí misma al contemplar aquella escena. Los remordimientos me invadieron nuevamente y me pregunté si tal vez en realidad estaba haciendo lo correcto ocultándole a mis hijos a Alexander.Él tenía derecho a saber que eran suyos, y ellos tenían derecho a que él los abrazara como estaba abrazando al pequeño Esteban.Tal vez no debía hacerlo por él. Tal vez debía hacerlo por ellos. Los primeros años fueron más fáciles, pero ahora, cuando ya eran mucho más conscientes, no podían faltar aquellas preguntas: "¿Quién es mi papá? ¿Por qué mis compañeritos tienen papá y yo no?".Raúl y Federico se habían criado con ellos como sus tíos,
Yo me quedé ahí, en medio de la acera frente a mi empresa, ahora con una deuda de un millón de dólares. Pero no importaba, me sentía extrañamente tranquilo.Mi hijo, en los brazos de su madre, me devolvió un poco la estabilidad, pero el odio que aún sentía Ana Laura por mí me desconcertó.Ese día se había comportado tan bien, tan sencilla, como si nuestra conexión hubiese regresado, pero evidentemente no era así.Los años que habían pasado nos habían cambiado a los dos para mal. Ahora Ana Laura me odiaba, probablemente me odiaría por toda la vida por lo que le hice, y extrañamente temí realmente su venganza.Lo había repetido varias veces, tanto que, al seguir repitiéndolo, parecía que en serio quería desquitarse conmigo.En realidad, yo me lo merecía. Sabía que lo hacía, que me merecía todo lo malo que pudiera pasarme, pero por esa noche no quise agobiarme de esos pensamientos.No quise pensar en el futuro y tampoco en el pasado, porque aún tenía un futuro incierto que enfrentar. ¿Co
55De repente, cuando volví a poner mi mirada sobre el rostro de aquel hombre que sostenía la gema en el aire, todo se tornó oscuro, como si hubiesen apagado las luces.Quise voltear a mirar a mi hermano, quería encontrar en su mirada alguna respuesta, pero, después de un segundo, me encontré sobre el mueble que había en la oficina.Me sentí desubicado y perdido, y tuve que restregarme los ojos para que todo volviera a verse un poco más normal. Pero ya comenzaba a ver oscuro.— por sus reacciones — Dijo John — Creo que lo conocen, ¿no es así? ¿Quién es este hombre? ¿Algún enemigo de la familia? — — preguntó interesado.Yo quise hablar, pero las palabras no salían de mi garganta. Aquello era imposible, completamente imposible. — Xavier — , llamé a mi hermano. — Es imposible — , me dijo él. — Nuestro padre está muerto. Sus cenizas están en la casa que era de mamá, dentro de un jarro de cristal. Esto es imposible — .Se puso de pie nuevamente, llegó hasta el computador y le ordenó a
A pesar de que estaba cansada y con sueño, no me dirigí a casa esa noche. Di la vuelta por la autopista principal y llegué al parqueadero de mi casino.No lo frecuentaba mucho, a decir verdad, pero las ganancias que recibía de él eran bastante buenas como para no considerarlo uno de mis mejores negocios.El portero recibió las llaves de mi auto y él mismo pidió el elevador para mí, directo hasta el último piso: mi oficina.Era grande, con un escritorio de vidrio templado, pero casi siempre estaba vacía. Así que caminé directamente hacia la oficina de la administradora, una muchacha bajita y enérgica.Cuando compré el casino, apenas era una auxiliar administrativa recién egresada de la universidad, y el administrador, un hombre arrogante, apenas era capaz de acatar mis órdenes.Un par de firmas después, el tipo fue despedido y ella se quedó a cargo del casino, mientras yo encontraba un mejor administrador. Pero ella me demostró que era suficiente y llevaba casi tres años a cargo de uno
Cuando desperté, el sol ya brillaba alto en el cielo. En otras ocasiones me hubiese asustado por llegar tarde, porque había muchas cosas que hacer esa mañana.Sinceramente, no me importó. Volteé a mirar hacia un lado y me alegró ver que Gabriela no estaba ahí, en mi cama. Abracé la almohada con fuerza y me dispuse a dormir otro rato.No me importaba siquiera si ya era mediodía, solo quería seguir durmiendo. Estaba ahí, tratando de conciliar nuevamente el sueño, presa del cansancio que no había sido capaz de eliminar en las pocas horas que dormí, cuando un fuerte peso cayó sobre mi cama.Casi me senté de golpe con la almohada en la mano, instintivamente listo para golpear, cuando me encontré a mi hermana.Paloma estaba ahí, sonriente, con el cabello revuelto y sus ojos verdosos sobre los míos. — Hola, guapo — me dijo — , me alegra que hayas encontrado a mi sobrino, pero no por eso puedes darte el lujo de dormir hasta el mediodía. — Ya déjame en paz, Paloma — le lancé la almohada y