SiguienteComencé a hartarme de aquella conversación. Mi hermano Xavier seguía hablando con el tal Federico sobre la nueva sociedad, pero yo ya no quería estar ahí.Para empezar, Federico quería sacarme del liderazgo de mi propia empresa. Además, había dejado a Ana Laura afuera con Gabriela. Me imaginé que muy probablemente estuvieran agarrándose por el cabello, pero no me importó. Que hicieran lo que les diera la gana.Me sentía cansado. Tantos años en una guerra constante comenzaban a menguar mis energías y cada día tenía menos ganas de discutir y pelear.Mientras hablaban sobre los contratos que se firmarían a continuación, observé el océano desde la ventana de la oficina.¿En serio le había hecho tanto daño a Ana Laura como para que ella me odiara de esa forma, para que conspirara para sacarme de mi propia empresa? Seguramente que sí.Pero solo necesitaba tiempo, unos cuantos minutos para explicarle cómo habían sucedido todas las cosas. Probablemente, estoy seguro, ella jamás regr
De repente, sentí como si la gravedad ya no me atara al suelo, como si mi cuerpo no pesara más que una pluma arrastrada por el viento. Me recosté en la pared, preso del dolor. La fotografía de mi pequeño hijo, sentado en la parte trasera de un auto, con los ojos acuosos y el gesto asustado me atormentó, se veía sano. Estaba bien, pero estaba secuestrado. Apreté los puños con tanta fuerza que la pantalla de mi teléfono se puso blanca y la imagen se perdió. Traté de entrar nuevamente al chat, pero había sido un mensaje de vista única.Con las manos temblorosas y sudadas, llamé al número del que había recibido la imagen, pero este ya estaba fuera de servicio. Mis ojos se oscurecieron, la visión se me tornó borrosa. Sentí que unas manos me sujetaron por los hombros y luego una silla apareció a mi lado. Cuando regresé en mí, tal vez un minuto más tarde, una fuerte ola de calor me golpeó la cara. La maestra Cielo estaba frente a mí, se veía asustada, las manos le temblaban.Me levanté y
Cuando salimos de la naviera, me senté en silencio en el asiento del copiloto. Federico me miraba de vez en cuando. — ¿Cómo te sientes? — me preguntó.Yo me encogí de hombros. — La verdad, no sé — le dije — . Tengo un poco de satisfacción porque logré decirle unas cuantas verdades a Gabriela. Ella no sabe lo que le espera. Comenzaré por ella, me vengaré primero de ella y después, cuando Alexander sepa que iré por él, entonces lo acabaré. — Muy bien dicho — me dijo Federico — . Ellos tienen que pagar por lo que te hicieron. No tengas cuidado con ellos, porque, de hecho, no lo tuvieron contigo. — Claro que sí. ¿Averiguaste lo que te pedí?Él asintió, sacó de uno de los compartimentos del auto unos papeles que me tendió. Yo los leí detenidamente. Era toda la información sobre su padre, adicto al alcohol y a los juegos. — La invitación a tu casino ya fue enviada.En el tiempo en el que estuve asociada con Transportes Imperio, más la herencia que me dejó mi padre biológico, lo que, m
Cuando fui la amante — entre comillas — de Alexander, pasaba mucho tiempo a su lado.Todo el día juntos en el trabajo, tratando de resolver los dilemas de la naviera Idilio, y luego, en las noches, bajo las sábanas de su cama. No sabía cómo sería la relación de Alexander con Gabriela, pero me atrevía a decir que en ese momento yo era la persona que más conocía a Alex en el mundo. Lo suficiente como para saber que, mientras estiraba la mano para agarrar el teléfono que le daba su hermano, tenía miedo.Su expresión era seria, su postura firme; cualquiera diría que tenía rabia, que estaba colérico y enojado. Pero solo yo podía saber cómo, dentro de él, su alma estaba aplastada.Un pequeño gesto en la ceja, la forma en la que movía los dedos... Tenía miedo. Y él era el hombre más fuerte que yo jamás hubiera conocido. Si él tenía miedo, ¿qué nos podía esperar a los demás?Me abracé a mí misma mientras Alexander se ponía el celular en el oído. — ¿Dónde está mi hijo? — preguntó con rabia.A
¡No quería esperar un segundo más!Me escapé de la reunión de trabajo y me hice la tan esperada prueba de embarazo.Mientras apretaba el pequeño plástico en mis dedos, sentía que el corazón se me salía, y cuando aparecieron las dos pequeñas líneas indicando que, en efecto, estaba embarazada, sentí que mi mundo comenzaba a desvanecerse. ¡Estaba embarazada de mi jefe!Un hombre con el que había sostenido por dos años una relación fortuita y a escondidas. Ni siquiera había terminado de analizar mi situación cuando el teléfono en mi bolsillo sonó. No tuve que ver para saber que era Alexander, mi jefe, quien me solicitaba.Así que me puse la prueba de embarazo en el bolsillo y regresé nuevamente a la mesa. El cliente, gordo, de mejillas rojas y frente sudada, ya estaba un poco ebrio. Cuando me senté, extendió la copa de vino hacia mí.—Bebe —me dijo, arrastrando las palabras—. Bebe, y entonces firmaremos este negocio.—Lo siento, yo no quiero beber. Creo que con agua...—¡Bebe ahora!
Todo el cuerpo me tembló de bajo de las sábanas, las manos comenzaron a sudarme y me senté en el borde, pero Alexander no quiso mirarme a la cara.—¿Qué significa esto? — le pregunté nuevamente. él se puso de pie, su musculoso cuerpo a la luz del sol del amanecer que entraba por la ventana.— Como lo oyes, Ana Laura, esto ya se tiene que acabar — con el corazón en un puño y sin creer todavía lo que estaba escuchando, me armé de valor para decirle que estaba embarazada, pero cuando abrí la boca las palabras se quedaron atoradas en mi garganta.— Yo… ¿Qué tal si estoy embarazada? — todo el cuerpo de Alexander se tensó, los músculos de la espalda se apretaron, pero luego soltó una carcajada cínica.— Claro que no, eso es imposible, recuerda que tengo la vasectomía, además no puedes quedarte embarazada, nos hemos protegido — ya no quise decir nada más, ¿qué podía decir al respecto? podría pensar que me había acostado con otro hombre.los ojos verdes de Alexander se posaron en mi con frial
El café se regó por el suelo alfombrado. El humo llenó el lugar. Alexander me miró con rabia contenida; aún seguía sosteniendo la mano de su futura esposa entre la suya, mostrando el anillo.—Lo siento —dije.Había arruinado el momento perfecto de la presentación de la prometida de Alexander. Me arrodillé en el suelo a recoger los vidrios de las tazas de café que habían caído. —Deja eso —me dijo Alexander con frialdad—. Esa no es tu responsabilidad. —No te pongas tan serio, hijo —doña Azucena me miró amablemente y me hizo un gesto para que volviera a sentarme—. Tienes cosas más importantes que hacer, Laurita.Tomé asiento torpemente con duda.—Exacto. Tienes una boda que preparar.Levanté la mirada hacia Alexander y traté de disimular un poco la rabia que me dio aquel comentario.—¿Yo? —le pregunté.Y Alexandra asintió.—Eres mi asistente, tú te encargarás de mi boda.Vi cómo todos me miraban con envidia, como si fuera un honor.No me atreví a mirar a los ojos a la madre de mi jefe
—¡Felicidades! Jefe... y jefa —Raúl pareció darse cuenta del ambiente apagado del ascensor y tomó la iniciativa de hablar.—Gracias, la boda es la semana que viene, estoy deseando que llegue —dijo Gabriela tomando el brazo de Alexander y se apoyó íntimamente en su hombro.Hacía tanto calor que me quité el pañuelo de seda que me rodeaba el cuello, dejando al descubierto la clavícula, y la depresión de mi corazón me hizo soltar un suspiro involuntario.—Ejem —Miré confundida el rostro enrojecido de Raúl, el muchacho desvió la mirada y continuó —El Jefe se va a casar, ¿y tú, Ana ¿Tienes novio? —Ya no tengo, me escasean novios — murmuré.Raúl pareció repentinamente interesado. Noté que era más o menos de la misma talla que Alexander, si no ligeramente más alto, y de complexión más fuerte.—¿Qué te parezco yo?El muchacho se quitó la chaqueta del traje y mostró sus músculos, haciendo rebotar sus pectorales de forma graciosa y me arrancó una sonrisa.Me pareció que el aire era menos opresi