Cuando Alexander cerró la puerta con fuerza, todos los que estábamos dentro de la sala nos quedamos en silencio un largo minuto.—No debieron empezar por ahí —dijo Xavier—. ¿Cómo se les ocurrió que podríamos pensar siquiera en quitarle el mandato de mi hermano de la naviera? —me preguntó directamente a mí, seguramente porque yo era la que más conocía a Alexander.Pero fue Federico quien tomó la palabra:—Porque no es tan gran empresario como presume.Xavier alzó las cejas.—¿Y por qué dices eso?A continuación, Federico comenzó a darle una cantidad de razones por las que Alexander no era un excelente dirigente, cuestionando varias decisiones que había tomado a lo largo de su carrera, como haber alargado la ruta hacia Estados Unidos para evitar a los piratas, considerando un gasto extra de energía y combustible en vez de enfrentar directamente a los criminales.—Esto lo dices tú muy fácil —le dijo Xavier a Federico cuando este terminó de darle varias explicaciones—. Aunque nuestros neg
—Gabriela, por favor —le dijo Alexander.La mujer ni siquiera lo miró, tenía sus ojos clavados en mí.—¿A esto regresaste? —me dijo—. ¿Regresaste por él?Solté una carcajada cínica.—¿En serio crees que soy tan idiota como para quererlo de vuelta? —le dije—. No creas que soy tan masoquista como tú. Estoy aquí por doña Azucena, por la herencia, y por los negocios que ahora tendrá la naviera Idilio con Transportes Imperio. No me malinterpretes, no quiero quitarte a tu esposo, esa maldición es tuya, tú la elegiste.Traté de alejarme hacia el baño, pero Alexander me agarró con fuerza de la muñeca.—Espera, me diste un minuto...—¿Un minuto para qué? —gritó Gabriela, alterada—. ¡Solo estamos hablando! Gabriela, por favor...—¿Hablando? ¿Qué es lo que tienes que hablar con ella? Ya no tienes absolutamente nada que hablar con ella.Los demás empleados, los que estaban en esa área de la oficina, comenzaron a observar la discusión que subía de tono. Mejor dicho, Gabriela hacía subir el tono.
SiguienteComencé a hartarme de aquella conversación. Mi hermano Xavier seguía hablando con el tal Federico sobre la nueva sociedad, pero yo ya no quería estar ahí.Para empezar, Federico quería sacarme del liderazgo de mi propia empresa. Además, había dejado a Ana Laura afuera con Gabriela. Me imaginé que muy probablemente estuvieran agarrándose por el cabello, pero no me importó. Que hicieran lo que les diera la gana.Me sentía cansado. Tantos años en una guerra constante comenzaban a menguar mis energías y cada día tenía menos ganas de discutir y pelear.Mientras hablaban sobre los contratos que se firmarían a continuación, observé el océano desde la ventana de la oficina.¿En serio le había hecho tanto daño a Ana Laura como para que ella me odiara de esa forma, para que conspirara para sacarme de mi propia empresa? Seguramente que sí.Pero solo necesitaba tiempo, unos cuantos minutos para explicarle cómo habían sucedido todas las cosas. Probablemente, estoy seguro, ella jamás regr
De repente, sentí como si la gravedad ya no me atara al suelo, como si mi cuerpo no pesara más que una pluma arrastrada por el viento. Me recosté en la pared, preso del dolor. La fotografía de mi pequeño hijo, sentado en la parte trasera de un auto, con los ojos acuosos y el gesto asustado me atormentó, se veía sano. Estaba bien, pero estaba secuestrado. Apreté los puños con tanta fuerza que la pantalla de mi teléfono se puso blanca y la imagen se perdió. Traté de entrar nuevamente al chat, pero había sido un mensaje de vista única.Con las manos temblorosas y sudadas, llamé al número del que había recibido la imagen, pero este ya estaba fuera de servicio. Mis ojos se oscurecieron, la visión se me tornó borrosa. Sentí que unas manos me sujetaron por los hombros y luego una silla apareció a mi lado. Cuando regresé en mí, tal vez un minuto más tarde, una fuerte ola de calor me golpeó la cara. La maestra Cielo estaba frente a mí, se veía asustada, las manos le temblaban.Me levanté y
Cuando salimos de la naviera, me senté en silencio en el asiento del copiloto. Federico me miraba de vez en cuando. — ¿Cómo te sientes? — me preguntó.Yo me encogí de hombros. — La verdad, no sé — le dije — . Tengo un poco de satisfacción porque logré decirle unas cuantas verdades a Gabriela. Ella no sabe lo que le espera. Comenzaré por ella, me vengaré primero de ella y después, cuando Alexander sepa que iré por él, entonces lo acabaré. — Muy bien dicho — me dijo Federico — . Ellos tienen que pagar por lo que te hicieron. No tengas cuidado con ellos, porque, de hecho, no lo tuvieron contigo. — Claro que sí. ¿Averiguaste lo que te pedí?Él asintió, sacó de uno de los compartimentos del auto unos papeles que me tendió. Yo los leí detenidamente. Era toda la información sobre su padre, adicto al alcohol y a los juegos. — La invitación a tu casino ya fue enviada.En el tiempo en el que estuve asociada con Transportes Imperio, más la herencia que me dejó mi padre biológico, lo que, m
Cuando fui la amante — entre comillas — de Alexander, pasaba mucho tiempo a su lado.Todo el día juntos en el trabajo, tratando de resolver los dilemas de la naviera Idilio, y luego, en las noches, bajo las sábanas de su cama. No sabía cómo sería la relación de Alexander con Gabriela, pero me atrevía a decir que en ese momento yo era la persona que más conocía a Alex en el mundo. Lo suficiente como para saber que, mientras estiraba la mano para agarrar el teléfono que le daba su hermano, tenía miedo.Su expresión era seria, su postura firme; cualquiera diría que tenía rabia, que estaba colérico y enojado. Pero solo yo podía saber cómo, dentro de él, su alma estaba aplastada.Un pequeño gesto en la ceja, la forma en la que movía los dedos... Tenía miedo. Y él era el hombre más fuerte que yo jamás hubiera conocido. Si él tenía miedo, ¿qué nos podía esperar a los demás?Me abracé a mí misma mientras Alexander se ponía el celular en el oído. — ¿Dónde está mi hijo? — preguntó con rabia.A
45Gabriela abrió la boca para decir algo, pero Alexander chasqueó los dedos. — Mírate cómo estás, tienes que calmarte. Te prometo que nuestro hijo estará bien.Dicho esto, caminó hacia la salida. Yo lo seguí, y cuando me volví hacia atrás un segundo antes de salir por las puertas de la empresa, vi el rostro enojado y apretado de Gabriela. Alexander caminaba en silencio.Yo apreté con fuerza la cartera contra mi pecho, no podía creer que estuviera sucediendo eso, no podía creer que compartiría un auto nuevamente con Alexander.Cuando lo veía caminar, cuando vi sus anchos hombros moverse y abrirme la puerta del copiloto, no pude evitar recordar aquellos tiempos dolorosos.Me recordé que tenía que odiarlo, que me había hecho sufrir y que pagaría las consecuencias. Pero mi venganza la retomaría después de aquello; el hombre ya estaba sufriendo lo suficiente.Quise creer que, al no sentirme feliz por su dolor, era por el hijo que había de por medio. Por eso no quise mirarlo a la cara mie
Tuve miedo de lo que Alexander pudiera hacer, no le importó la opinión del policía, no le importó qué tan ilegal pudiera ser lo que podríamos hacer. Simplemente dio la vuelta, se subió a su auto y me indicó con una fría mirada que hiciera lo mismo.El policía caminó hacia la puerta del auto y, cuando se detuvo allí, le apuntó con el dedo a Alexander justo antes de que él arrancara. — Puede ser interesante esta propuesta — dijo el hombre — . Podríamos recuperar el collar de oropel, que es un patrimonio histórico muy importante. Enviaré un par de mis hombres sin uniforme para que los acompañen. — No — dijo Alexander — . Yo tengo que hacer esto solo. ¿Crees que el que secuestró a mi hijo no tiene negociado ya ese collar con el tal Zorro? Estoy seguro de que, en cuanto vean cualquier movimiento sospechoso, huirán. Lo mejor que podemos hacer es que yo vaya solo. — Yo no te dejaré ir solo — le dije.Ambos hombres me miraron. — Es mejor que te quedes en la naviera. Te llevaré hasta allá