El abogado de la naviera sacó nuevamente el testamento de mi madre, pero yo estaba demasiado absorto como para pronunciar alguna palabra, simplemente estaba ahí, paralizado, con mis manos entrelazadas por encima de la mesa. Los ojos de Ana Laura no volvieron a toparse con los míos, como si ella a propósito desviara la mirada, pero yo no podía dejar de mirarla ahora que la tenía nuevamente cerca. Muchas emociones habían crecido en mí nuevamente, probablemente nunca se habían ido. Mientras el abogado sacaba meticulosamente los papeles, yo divagaba varias veces en mi mente con la posibilidad de ponerme de pie y abrazarla, con echar a todos de la sala y quedarme a solas con ella, pero no podía hacer aquello. Así que tuve que conformarme con estar en silencio hasta que el abogado se aclaró la garganta.—Ahora procederé a leer nuevamente, frente a la presencia de la señora Ana Laura Lescano, el testamento de la difunta Azucena de Idilio.“Desde que me dijeron que mi cáncer no tenía cura
Ana Laura abrazó con fuerza a los tres pequeños niños. Parecían tener los tres la misma edad, ¿acaso serían mellizos? Los tres tenían el cabello rubio, y yo sentí un escalofrío que me recorrió el cuerpo. Los niños salieron corriendo y abrazaron al hermano de Raúl. El hombre los cargó en sus brazos, y una extraña mezcla de emociones me invadió. Llevaba tanto tiempo sin sentir aquellos sentimientos que me sentía abrumado. Quise bajarme del auto en aquel momento y hablarles. ¿Pero cómo le diría por qué estaba ahí? ¿Qué estaba haciendo en aquel lugar? ¿Me podría simplemente decirles que los había seguido? O tal vez sí. Tal vez sí podía hacerlo, necesitaba respuestas. Y aunque hacía mucho tiempo había dado a Ana por perdida, ahora la tenía nuevamente a mi alcance, ahora la tenía nuevamente cerca de mí. No podía perder la oportunidad de hablarle, de intentar explicar lo que había sucedido hacía tantos años, intentar redimirme, aunque ella no quisiera escucharme.Aceleré un poco, acercand
Los niños se enfrascaron en una alegre discusión sobre cuántos pisos tenía el edificio que estábamos cruzando. Aproveché su distracción para mirar a Federico, que conducía a mi lado, y murmuré:—Él lo sospecha —le dije—. Él sospecha que son sus hijos.Pero Federico negó con la cabeza.—¿Cómo podría sospecharlo? Yo le dije que eran míos.—No debiste haber hecho eso —lo regañé, aunque sabía que me había salvado la vida.— Si no quieres que se entere de que los trillizos son suyos, entonces… Entonces tienes que encontrar un padre para ellos —dijo, moviéndose incómodo—. Aunque sea un padre de mentiras. No, no creo que sospeche que sean suyos —respondió él, pero yo negué con la cabeza.Yo conocía a Alexander lo suficiente como para haber visto la duda en sus ojos.—Él lo sospecha, claro que lo hace —le dije—. Apenas tienen cinco años. No es muy difícil hacer cuentas. Me quedé embarazada cuando aún estaba con él.—Pues entonces le dices que te acostaste conmigo. De todas formas, él se metió
Cuando llegué a casa esa tarde, lo encontré a Gabriela en su típica posición de siempre, en la sala, esperando para gritarme o regañarme sobre algo. Estaba seguro de que ese día me esperaría con más ímpetu que nunca para pelear, más que nadie sospecharía de que desaparecí de la sala de juntas para seguir a Ana Laura. Pero no me importó, ya estaba muy acostumbrado a pelear con ella. Ya no me importaba lo que tuviera que decirme, los gritos que pudiera recibir. Me sentía tan cansado que solo quería acostarme.Cuando llegué a la sala, encontré a mi pequeño hijo Esteban sentado, solitario, en el amplio mueble observando el televisor. Me senté a su lado y lo rodeé por los hombros.—¿Qué haces? —le pregunté.El niño apuntó con el control remoto hacia el televisor.—Estoy tratando de ver algo —me dijo.Yo le di un beso en la frente.—¿Dónde está tu madre?—Está discutiendo en el baño —me dijo.Yo fruncí el entrecejo.—¿Cómo que discutiendo en el baño?El niño asintió.—Por teléfono, está
Fue una mañana tensa, sobre todo cuando insistí a Gabriela que yo llevaría a mi hijo a la escuela y no el chofer. Pero unos minutos antes de llegar, tomé la desviación hacia el hospital. El niño miró sorprendido. —No es por aquí, mi escuela —dijo con inocencia, y yo le acaricié el cabello.—No, claro que no. Vamos a visitar a un amigo, es un doctor. Solamente es para ver que estés saludable —mentí, y me sentí sucio al hacerlo.Cuando llegamos al hospital, mi amigo nos recibió.—Hola —saludó a Esteban, y el niño le sonrió con timidez.—Tú no me recuerdas, pero yo ayudé a traerte a este mundo —dijo, y el niño le sonrió. Luego, cuando clavó sus ojos en mí, no pude ocultar la duda en mi rostro.—Es una larga historia —le dije—, pero necesito esta prueba. De verdad lo necesito.—Escuché hablar ayer a Gabriela...—Y entonces tuviste la duda.—Claro que sí. Yo solo estuve una noche con ella —hice una pausa para que el pequeño no nos escuchara. Estaba concentrado observando los dulces de la
Me quedé observando Alexander. El hombre parecía no haber comprendido completamente las palabras que habíamos dicho. Entonces parpadeó un par de veces.—Esperen —preguntó.Yo imaginé que ver su confusión sería una satisfacción para mí, que verlo sufrir me alegraría, pero fue todo lo contrario. Me sentí mal. Luego, en mis recuerdos vinieron las escenas de todos los dolores que me causó, y negué para mí misma. No debía sentir lástima por Alexander, porque él nunca había sentido lástima por mí.—Así es —le dije con seguridad—. Transportes Imperio quiere asociarse con la naviera Idilio. Tenemos una propuesta muy buena que beneficiará a ambas empresas, sobre todo ahora que tengo inversiones en las dos. Creo que puedo hacer el puente perfecto para unirlas.El hermano de Alexander se ató su largo cabello en una cola.—¿Y por qué mi hermano no puede liderar la empresa? —preguntó, confundido.Esta vez fue Federico el que habló.—Porque ya hemos conocido su prontuario. Varias empresas y organiz
Cuando Alexander cerró la puerta con fuerza, todos los que estábamos dentro de la sala nos quedamos en silencio un largo minuto.—No debieron empezar por ahí —dijo Xavier—. ¿Cómo se les ocurrió que podríamos pensar siquiera en quitarle el mandato de mi hermano de la naviera? —me preguntó directamente a mí, seguramente porque yo era la que más conocía a Alexander.Pero fue Federico quien tomó la palabra:—Porque no es tan gran empresario como presume.Xavier alzó las cejas.—¿Y por qué dices eso?A continuación, Federico comenzó a darle una cantidad de razones por las que Alexander no era un excelente dirigente, cuestionando varias decisiones que había tomado a lo largo de su carrera, como haber alargado la ruta hacia Estados Unidos para evitar a los piratas, considerando un gasto extra de energía y combustible en vez de enfrentar directamente a los criminales.—Esto lo dices tú muy fácil —le dijo Xavier a Federico cuando este terminó de darle varias explicaciones—. Aunque nuestros neg
—Gabriela, por favor —le dijo Alexander.La mujer ni siquiera lo miró, tenía sus ojos clavados en mí.—¿A esto regresaste? —me dijo—. ¿Regresaste por él?Solté una carcajada cínica.—¿En serio crees que soy tan idiota como para quererlo de vuelta? —le dije—. No creas que soy tan masoquista como tú. Estoy aquí por doña Azucena, por la herencia, y por los negocios que ahora tendrá la naviera Idilio con Transportes Imperio. No me malinterpretes, no quiero quitarte a tu esposo, esa maldición es tuya, tú la elegiste.Traté de alejarme hacia el baño, pero Alexander me agarró con fuerza de la muñeca.—Espera, me diste un minuto...—¿Un minuto para qué? —gritó Gabriela, alterada—. ¡Solo estamos hablando! Gabriela, por favor...—¿Hablando? ¿Qué es lo que tienes que hablar con ella? Ya no tienes absolutamente nada que hablar con ella.Los demás empleados, los que estaban en esa área de la oficina, comenzaron a observar la discusión que subía de tono. Mejor dicho, Gabriela hacía subir el tono.