36| Alex.

Cuando llegué a casa esa tarde, lo encontré a Gabriela en su típica posición de siempre, en la sala, esperando para gritarme o regañarme sobre algo.

Estaba seguro de que ese día me esperaría con más ímpetu que nunca para pelear, más que nadie sospecharía de que desaparecí de la sala de juntas para seguir a Ana Laura. Pero no me importó, ya estaba muy acostumbrado a pelear con ella.

Ya no me importaba lo que tuviera que decirme, los gritos que pudiera recibir. Me sentía tan cansado que solo quería acostarme.

Cuando llegué a la sala, encontré a mi pequeño hijo Esteban sentado, solitario, en el amplio mueble observando el televisor.

Me senté a su lado y lo rodeé por los hombros.

—¿Qué haces? —le pregunté.

El niño apuntó con el control remoto hacia el televisor.

—Estoy tratando de ver algo —me dijo.

Yo le di un beso en la frente.

—¿Dónde está tu madre?

—Está discutiendo en el baño —me dijo.

Yo fruncí el entrecejo.

—¿Cómo que discutiendo en el baño?

El niño asintió.

—Por teléfono, está
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