33| Alex.

El abogado de la naviera sacó nuevamente el testamento de mi madre, pero yo estaba demasiado absorto como para pronunciar alguna palabra, simplemente estaba ahí, paralizado, con mis manos entrelazadas por encima de la mesa.

Los ojos de Ana Laura no volvieron a toparse con los míos, como si ella a propósito desviara la mirada, pero yo no podía dejar de mirarla ahora que la tenía nuevamente cerca.

Muchas emociones habían crecido en mí nuevamente, probablemente nunca se habían ido.

Mientras el abogado sacaba meticulosamente los papeles, yo divagaba varias veces en mi mente con la posibilidad de ponerme de pie y abrazarla, con echar a todos de la sala y quedarme a solas con ella, pero no podía hacer aquello. Así que tuve que conformarme con estar en silencio hasta que el abogado se aclaró la garganta.

—Ahora procederé a leer nuevamente, frente a la presencia de la señora Ana Laura Lescano, el testamento de la difunta Azucena de Idilio.

“Desde que me dijeron que mi cáncer no tenía cura
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