"Levantó su vista y la vio a ella: la nieve, la ventisca. Ella, que ahora controlaba el rumbo de sus vidas, ella, que le había dado todo lo que poseía, todo el talento por el que era reconocido. Ella, infinita, hermosa. Ella, la misma muerte..." Acosado por terribles pesadillas que empiezan a afectar su relación amorosa, Jasha Volkov, patinador artístico de profesión, originario de Rusia, decide investigar por su cuenta para intentar entenderlas, pero al ahondar en ese asunto descubre que todo va más allá de un problema de ansiedad, un trastorno al dormir, o simples malas noches al azar. No tiene idea de cómo confrontar aquellos horribles sueños y mucho menos cómo escapar de estos, y la solución a todo podría ser perturbadora aunada a un sacrificio al que no estuvo nunca dispuesto. Un pacto en el que el ruso se ve envuelto antes de nacer, un hombre al que ama, pero que debe ser entregado a la nieve, un padre que se equivocó de forma terrible; todos hacen parte de la promesa que debe ser cumplida a Nina. Jasha ama a Kei, no obstante, para ellos, amar es morir.
Leer másXXXIX No podía disimular ni por un segundo el profundo dolor que le producía perder a su esposa. Nada pudo hacerse por Ekaterina, como fuera, estaba escrito que su vida siempre sería muy corta. Pero para Jasha, ver cómo la tierra cubría su cajón, era una zozobra conocida, aunque no sabía de dónde, o por qué razón ya la había sentido. Miró a su hijo, tan pequeño todavía, apenas iba para 3 años, no se merecía quedarse sin una madre. Los funerales fueron los mejores que él pudo darle a su joven mujer. Apenas cumplía ella 23 años, él tenía 24. Jasha Volkov se había convertido en el prodigio del patinaje artístico de Rusia, por su propio mérito y esfuerzo, apoyado siempre por sus padres y por su abuela. Pero ese día no era más que un hombre que perdía a su compañera, con la que no alcanzó a compartir el tiempo que se juraron frente al altar. —Jasha, ven con nosotros a la mansión de la abuela, al menos mientras el pequeño Sasha se adapta a esta situación —hablaba Helena, su madre, en voz
XXXVIII El día estaba pegando directo en esa espalda desnuda, misma que recorrió e hizo suya, así como todo ese cuerpo virgen. Él lo observaba, porque era la última vez en esa vida que lo haría. No obstante, agradeció haber hecho ese vínculo, que lo ayudaría a encontrarlo de nuevo. Sasha estaba apenas en bóxer, sentado viendo como salía el sol, a pesar de la mañana fría. Haberlo tomado, fue de las mejores cosas de su vida. Por dentro, el debate de sus dos almas, una que deseaba quedarse con él para siempre y la otra, que deseaba volver a ella, para siempre. Tenía que acabar todo, de lo contrario la maldición jamás acabaría y la lluvia triunfaría de nuevo, lo que significaba que un amante, estaría infeliz para la eternidad. Miró a Vincent mientras un suspiro entraba a su pecho. Con el dolor de su vida tuvo que despertarlo, pronto tendrían la práctica final para las presentaciones y lograr uno de los tres lugares del podio. Ambos sonrieron y se besaron sin freno unos minutos más, que
XXXVII Sasha estaba sentado en la cama de su habitación, no había dicho una palabra siquiera desde lo ocurrido en la pista. Tocaron a la puerta, pero al no obtener respuesta, la puerta se abrió. Kei entró y lo vio pensativo, con una mirada segura y retadora, cosa que sorprendió mucho a su padre. Él no tenía miedo de esa situación, él sabía más que cualquiera lo que estaba sucediendo y además tendría que ponerle fin. —Sasha, por favor, dime qué está pasando, desde el «incidente» de ayer has estado muy extraño, Jasha me dice que no deseas comer y si no lo haces puedes tener problemas en la competencia. —Papá… tú siempre has sido un poco más receptivo a lo que tengo que decir, más que papá Jasha. Creo que entendí por fin la historia de ustedes con Nina, el por qué de mi nacimiento, el por qué de la existencia de ambos. Papá, todo lo que ha sucedido en esta historia, no es más que la de ella, buscándome a mí. Así estaba escrito, soy yo, el hombre que mi padre más ama y debo regresar a
XXXVI Ambos estaban en la misma habitación, en ese hospital. El primero en abrir los ojos fue Kei, que se vio cubierto por una manta muy gruesa y una máscara de oxígeno sobre su nariz. No tenía conectado nada más que un catéter en su brazo por donde seguro le pasaban medicamentos y suero. Tardó un poco en acomodar sus recuerdos y pensó en su Jasha, cosa que hizo que se exaltara mucho, movió su cabeza a la derecha y lo vio también en un a cama en condiciones parecidas a las suyas. Vino como una ráfaga ese momento que estuvieron con Nina y lo poco que había faltado para que se cumpliera la promesa, también le asaltó la duda por saber quién era ese joven que los había halado con tanta fuerza, tan temeroso de perderlos. No supo que habría sido mejor, si volver y pensar en otra solución, o ya haber terminado con esa maldición de una vez por todas. —Kei… —escuchó débilmente de la boca de Jasha que lo llamaba, pero parecía aún inconsciente. Kei se incorporó un poco y tocó el timbre para l
XXXV Jasha llevó a Kei hasta el hotel en el que se estaba hospedando con su padre. Al entrar en la habitación, vio que aún las maletas estaba hechas, se notaba que habían ido a su casa sin haber descansado ni un poco. Jasha hablaba por teléfono, pidiendo algo de comer. A la distancia Kei le regaló una sonrisa, cansada, quizás algo derrotada. Cuando dejó la llamada, le pidió que se sentaran ambos en la pequeña mesa que ahí había. —Creo saber todo lo que pasó, y no vine a recriminarte cómo es que terminaste con Sasha. La verdad es que luego de un ataque de ira, supe que Ekaterina había hecho las cosas muy bien. Estos años sufrí mucho pensando dónde o con quién estaría mi niño… —Jasha no soportó y puso sus codos en la mesa para poder tomarse la cabeza con angustia. Kei, temblando, llevó su mano hacia la de Jasha, que parecía más aterrado que otra cosa. —Gracias, Jasha, por tomarlo de esta forma. Yo tomé mi teléfono tantas veces para decirte todo, pero no podría con el dolor de perder
XXXIV «¡De nuevo estamos con ustedes para darles la información deportiva que siempre esperan!. Es un orgullo para Rusia que el ex patinador más grande de este planeta, sí señores la leyenda Jasha Volkov, haya sido elegido por el comité olímpico para ser parte de la delegación de jueces de los juegos ¡durante los próximos diez años!, Es alucinante. Su carrera ha sido vertiginosa, y a pesar de haberse retirado tan joven del patinaje aún acumula éxitos, su profesión, su academia y ahora su nombramiento. No cabe duda que tiene una estrella muy grande en el cielo...» —O en el infierno —dijo Jasha secándose el cabello, saliendo del baño, mientras escuchaba las noticias en la televisión. Estaba sorprendido con la rapidez con que la prensa se había enterado de su nombramiento que aún no se hacía oficial. Se sentó en la cama para seguir viendo. «...Eso es un orgullo para la historia rusa. Y por cierto, otra estrella que en días pasados brilló pero por su sorpresiva boda, fue el patinador:
XXXIII Las vidas se habían hecho monótonas en los meses luego de la llegada de Sasha. Kei era un padre amoroso que cuidaba de su pequeño, sabiendo a la perfección que en algún momento debía separarse de él. Nada lo hubiera preparado para sentir ese afecto tan grande por ese chiquillo que iluminaba su vida, misma que ya no estaba tan a la deriva desde su rompimiento con Jasha. No obstante, se sentía una basura al no decirle la verdad a su ex amante. Sabía que hacerlo lo llenaría de esperanza, que tuvo que rechazarlo en ese momento, por que se vio atado de pies y manos y de seguro ella hizo su aparición. Jasha debía pensar en ese bebé constantemente, orando porque estuviera bien, rogando porque su futuro fuera prometedor. Kei miraba a la noche, mientras el pequeño dormía abrazado a su muñeca de trato. Poco a poco llegaron los primeros pasos, las primeras palabras. Sasha tenía una mirada muy intensa, casi aterradora cuando quería algo. Los miembros de la familia se estaban acostumbrand
XXXII Kei estuvo el mes pertinente en Noruega y nanas contratadas por el abogado de Ekaterina, le enseñaron lo básico del cuidado del bebé. Cuando se quedaba con él solo en las noches, en la pequeña casa que le habían alquilado, todo era una un manicomio. Corría de un lado a otro con biberones, pañales, ropa limpia, todo el cliché del que le habían hablado resultaba brutalmente cierto. Dormía al nene en su pecho, pero si Kei se movía medio centímetro, Sasha estallaba en llanto. No durmió nada ese mes, y no solo por el hecho de tener que cuidar de ese diminuto ser sin tener idea de cómo empezar un día nuevo con él, sino por la angustia infinita de saberlo hijo del hombre que amaba tanto. Si un día, Jasha volvía, o lo buscaba, o se hartaba de todo y decidía regresar a su lado, se enteraría que él había cuidado de su hijo, y no sabía cuál podría ser su reacción. Sin importar qué, no podía dejar al bebé a la deriva, era un pedacillo del ser que más adoraba en el universo. A veces cuand
XXXIAún con la decisión atorada en la garganta, aun sabiendo que ya no se hablaba de su vida, sino de la de un inocente, sabiendo que debía apartarse de cualquier cosa que lo mantuviera vinculado a Jasha, Kei no podía solo dejar de lado su corazón, y actuar si piedad. Entendió, que era inútil huir del niño, así estaba destinado, y por mucho que el padre verdadero lo hubiese rechazado, sabía que debía tener el corazón roto por hacerlo. Conocía a su hombre, medio loco, medio extraño, pero de sentimientos nobles y puros. Jasha llevaría clavado para siempre a su bebé en el alma.—¿Cómo será posible, que me lo den si no hay una pareja conmigo? —preguntó con voz temblorosa ese de ojos tan rasgados.—Señor Kanzaki, no le voy a mentir, es ahí cuando el dinero empieza a hablar. La señora Ekaterina dejará toda la documentación lista cediendo todos los derecho a usted, pero es cierto, no es del todo suficiente. Usted debe firmar ahora que la señora está en pleno uso de su razón, si ella cae en