Damien apenas pudo escapar de los soldados que habían llegado para atraparlo. Aunque había previsto que podrían buscarlo hasta la casa de su familia adoptiva, no pensó que eso ocurriría tan pronto. «Fue muy arriesgado ir con los Dunesque. Espero que no estén metidos en problemas por mi culpa», pensó con malestar, al tiempo que corría despavorido por los arbustos. A pesar de su buena condición física, Damien comenzó a sentirse agotado por escapar del alcance de los soldados imperiales. Para su fortuna, el conocimiento de esa zona le resultó útil y rápidamente encontró una cueva ideal para esconderse. —¡Ah! Creo que… estoy bastante lejos… —dijo agitado, mientras tomaba bocanadas de aire para recuperar el aliento—. Ni siquiera… tuve tiempo de… despedirme… Cuando finalmente pudo calmar su agitación, sacó rápidamente el documento que Trinitus le entregó antes de morir y lo comparó con el papel que le había dado su padre. —Son casi idénticos, solo que esta hoja que me dio Hush parece ar
El ex militar se atragantó al escuchar la atrevida respuesta de Azabach, que luego de calmar su reacción involuntaria, dijo aturdido. —¿Disculpe? —Sí, eres tan apuesto, que me pregunto, ¿dónde has estado metido todo este tiempo? —siguió la joven hablando juguetonamente. —Lo siento, no entiendo a qué se refiere —señaló Damien, fingiendo ingenuidad. —¡Por favor! Sabes a lo que me refiero —insistió la atrevida mujer lamiendo pervertidamente sus labios. Extrañado por la actitud sugerente de su anfitriona, replicó. —Una disculpa, pero creo que se está confundida conmigo. Sin creer en la inocencia de su huésped, Azabach dejó de irse por las ramas y, poniendo su mano encima de la de su invitado, señaló perversamente. —Puedo leer en tu mirada que eres un mentiroso, nadie asaltó tu caravana ni eres un simple viajero. —En ese momento su expresión se volvió sombría y continuó hablando con seriedad—. Así que si no quieres morir en mis manos, tendrás que decirme tu verdadera identidad y el
Adeline abrió los ojos perezosamente, sin recordar lo que había ocurrido la noche anterior. Como estaba acostumbrada a despertar sola, se sorprendió al sentir el cálido cuerpo de su esposo junto a ella. —¿Cómo? ¿Por qué Ashal está aquí? —exclamó sorprendida. Rápidamente se incorporó y, para su asombro, vio que ya era bien entrada la mañana. Antes de que pudiera murmurar otra cosa, escuchó que llamaban la puerta, por lo que cuidadosamente salió de la cama para no despertar a Asha. Cuando abrió la puerta, el mayordomo y sus asistentes estaban afuera mirándola con curiosidad. —Mi señora —comenzó a decir el veterano hombre—, ¿podemos pasar? —¿Eh? No sabría decirle, Ashal está durmiendo aún —respondió Adeline confundida. Los empleados se sorprendieron al escuchar esto, ya que era la primera vez que el emperador dormía hasta bien entrada la mañana. —El emperador tiene que estar presente en la audiencia con los lores, que será dentro de media hora, así que es hora de que se despierte
Marion Solep acababa de entrar al despacho del emperador para dar su informe sobre la búsqueda del traidor y el extraño mensaje que había aparecido la noche anterior, cuando se topó con la presencia con la emperatriz. Aunque había jurado lealtad al imperio actual, no estaba de acuerdo con el hecho de que una Laval fuera la consorte Ashal. Por lo que al ver a esa detestable mujer, olvidó sus modales y cuestionó severamente. —¿Qué hace aquí? La joven se sobresaltó al escuchar la voz ronca de Marion, que inmediatamente volteó y respondió con dignidad. —Este es el despacho de mi esposo, ¿algún problema? —¿Por qué está aquí? ¡Responda! —replicó el tosco hombre. «¿Qué le pasa a este hombre? ¿Cómo se atreve a hablarme de esa forma? ¿Acaso no sabe que soy la emperatriz?», pensó Adeline ofendida por el trato desdeñoso. Entonces cruzó los brazos y respondió: —¿Por qué tengo que responder? Estoy aquí porque mi esposo… Sin dar oportunidad a la emperatriz de terminar la frase, Marion volvió
Cuando la voz de Ashal retumbó en la habitación, Marion se levantó rápidamente. En tanto, Adeline sonrió entusiasmada al ver que su esposo había llegado, y sin importar el aura agresiva de su marido, se acercó. —¡Ashal! ¡Al fin viniste! Llevo rato esperándote —exclamó, risueña. El alegre recibimiento bajó un poco los ánimos del emperador, que respondió aturdido. —¡Oh! Sí, pero… —en ese momento le lanzó una mirada fría a Marion y volvió a preguntar—. ¿Qué estaban haciendo aquí? El comandante Solep se estremeció ante la expresión peligrosa del emperador, pero antes de justificarse, Adeline intervino de nuevo. —¡Ah! Vine hace rato y, mientras te esperaba, llegó el comandante Solep y durante ese tiempo estuvimos charlando —aclaró con ingenuidad. —Solo… ¿charlaban? —cuestionó el receloso hombre. Al ver que el gran Ashal no estaba convencido con la respuesta de la emperatriz, Marion pensó en disculparse por su atrevimiento, sin embargo, la emperatriz continuó hablando con desenfado.
Damien miró confundido a Azabach cuando ella señaló el extraño lunar que tenía en la entrepierna. Si bien era cierto que siempre le había llamado la atención la extraña forma de esa marca, jamás le dio importancia. Como él no decía nada, la atrevida joven le dio un beso en los labios y volvió a hablar. —¿Qué pasa? ¿Por qué estás tan callado? —¿Cómo sabes de esa marca? —cuestionó Damien, fríamente. Azabach miró confundida a su interlocutor, pero luego se apartó y comenzó a explicar con desenfado. —Bueno, en realidad, nuestra comunidad pertenece a una antigua rama de la familia imperial, que se separó debido a conflictos por el poder. Se dice que los elegidos para tomar el trono son quienes tienen la marca de nacimiento. Aunque eso es un secreto en el imperio, solo nosotros sabemos cómo es esa marca y el porqué nos interesa encontrar al futuro emperador —en ese punto, la expresión de la joven se tornó fría—. Así que, con tal de romper con esa línea absurda de sucesión, mis antepasad
Por un instante, Adeline se entusiasmó ante la idea de que Ashal comenzaría a actuar más posesivo, al igual que en la novela original, pero su decepción fue mayor cuando este la apartó rápidamente y volvió a su actitud evasiva. —Lo siento, me sobrepasé al decirte esto —dijo esto mientras desviaba el rostro para ocultar la vergüenza que sentía en ese momento. Contrariada, la joven emperatriz preguntó. —¿Qué dices? Antes de reclamar algo más, Ashal volvió a hablar fríamente. —Vamos a enfocarnos en el tema por el cual te pedí que vinieras a mi oficina. —¡Oh! —suspiró frustrada. Con el poco autocontrol que le quedaba, el emperador se levantó para tomar distancia y comenzó a explicar. —Vi que estás interesada en conocer sobre la historia del imperio y justo hace un momento demostraste que conoces bastante bien sobre la organización del Ejército, por lo tanto, quería pedirte que me ayudes a revisar unos documentos relacionados con los lores. —En ese instante sacó varias carpetas de
Un agudo dolor en la cabeza despertó a Azabach, que lentamente abrió los ojos para comprobar dónde se encontraba. Cuando vio el techo de lo que parecía ser cueva, se levantó rápidamente, pero notó que sus muñecas y tobillos estaban amarrados. —¿Qué pasó? ¿Dónde estoy? —murmuró confundida. De ponto escuchó una voz ronca, bastante familiar, respondió a su pregunta. —Finalmente, despertaste, ¿cómo te sientes? —preguntó Damien fríamente. —¡Maldito! ¿Qué me hiciste? ¿Qué le pasó a mi camión? ¡Responde! —reclamó Azabach, al tiempo que forcejeaba para librarse de sus ataduras. Ignorando las demandas de su prisionera, Damien se mantuvo serio, enfocándose en terminar de asar la liebre, para después sacarla del fuego y comenzarla a dividir en porciones. Como el frío sujeto no respondía, Azabach exigió furiosa. —¡Responde de una vez, desgraciado! ¿Acaso estás sordo? ¿Qué le hiciste a mi camión? El ex militar se acercó a ella para ofrecerle un pedazo de la liebre y dijo fríamente. —Come,