Por un instante, Adeline se entusiasmó ante la idea de que Ashal comenzaría a actuar más posesivo, al igual que en la novela original, pero su decepción fue mayor cuando este la apartó rápidamente y volvió a su actitud evasiva. —Lo siento, me sobrepasé al decirte esto —dijo esto mientras desviaba el rostro para ocultar la vergüenza que sentía en ese momento. Contrariada, la joven emperatriz preguntó. —¿Qué dices? Antes de reclamar algo más, Ashal volvió a hablar fríamente. —Vamos a enfocarnos en el tema por el cual te pedí que vinieras a mi oficina. —¡Oh! —suspiró frustrada. Con el poco autocontrol que le quedaba, el emperador se levantó para tomar distancia y comenzó a explicar. —Vi que estás interesada en conocer sobre la historia del imperio y justo hace un momento demostraste que conoces bastante bien sobre la organización del Ejército, por lo tanto, quería pedirte que me ayudes a revisar unos documentos relacionados con los lores. —En ese instante sacó varias carpetas de
Un agudo dolor en la cabeza despertó a Azabach, que lentamente abrió los ojos para comprobar dónde se encontraba. Cuando vio el techo de lo que parecía ser cueva, se levantó rápidamente, pero notó que sus muñecas y tobillos estaban amarrados. —¿Qué pasó? ¿Dónde estoy? —murmuró confundida. De ponto escuchó una voz ronca, bastante familiar, respondió a su pregunta. —Finalmente, despertaste, ¿cómo te sientes? —preguntó Damien fríamente. —¡Maldito! ¿Qué me hiciste? ¿Qué le pasó a mi camión? ¡Responde! —reclamó Azabach, al tiempo que forcejeaba para librarse de sus ataduras. Ignorando las demandas de su prisionera, Damien se mantuvo serio, enfocándose en terminar de asar la liebre, para después sacarla del fuego y comenzarla a dividir en porciones. Como el frío sujeto no respondía, Azabach exigió furiosa. —¡Responde de una vez, desgraciado! ¿Acaso estás sordo? ¿Qué le hiciste a mi camión? El ex militar se acercó a ella para ofrecerle un pedazo de la liebre y dijo fríamente. —Come,
—¿Un hombre rubio? —repitió Ashal, consternado con la noticia que acababa de recibir. —¿Acaso era Damien? —cuestionó Gérard, que se levantó rápidamente para acercarse al comandante Solep. En tanto que Marion entregó a Ashal el documento que tenía en sus manos, para después continuar explicando. —Este es el mensaje que nos enviaron los nómadas. Aunque siempre hemos tenido conflictos con ellos, es la primera vez que nos comunican algo con tanta desesperación. También nos informaron que está en camino una comitiva al palacio para tratar un asunto más importante y pedirnos ayuda en la búsqueda del cuerpo de Azabach, la hija de su líder, Julius Zenitty. Mientras el comandante Solep explicaba la situación, Ashal leyó detenidamente el documento y después se lo entregó a Gérard para que confirmara su autenticidad. Este lo tomó rápidamente para revisarlo detalladamente. —¿Esto será verídico? Igual puede ser una treta de los nómadas para meternos en problemas —replicó el emperador receloso.
La ubicación de ese ducado le trajo recuerdos a Adeline de lo que había leído en la novela “Dominando al gran Ashal” e inmediatamente comenzó a armar teorías locas en su cabeza, las cuales inmediatamente trazó en sus hojas para no olvidarlas. —Si Damien está yendo a ese lugar —empezó a murmurar—, probablemente conoce el paradero del príncipe perdido. Según el libro, el príncipe perdido se encontraba en el ducado del Norte y era aliado del Adolf Dunesque. En ese caso, tal parece que la historia se está desarrollando tal como en la novela, solo que más pronto de lo que esperaba, ya que la aparición de ese hombre ocurre en un evento en particular… Mientras seguía escribiendo todo lo que venía a su mente, Adeline no se percató que ya se acercaba la media noche, de tal forma que cuando Ashal entró a la habitación, este se sorprendió al verla despierta. —Adeline, ¿no te has dormido aún? Al escuchar su voz, ella alzó la mirada y respondió con tranquilidad. —Lo siento, estaba tomando unos
Adeline despertó al día siguiente con las energías renovadas, pero al ver que otra vez se encontraba sola en la cama, pensó con decepción. «¡Ah! ¡Qué novedad!, Ashal volvió a abandonarme como siempre». Tras suspirar pesadamente, se levantó de la cama para comenzar su día. En ese instante, entraron sus asistentes a la habitación y se acercaron rápidamente para ayudarla. —Buenos días, mi señora —saludaron al unísono. —Buen día, ¡qué bueno que las veo! Hoy iré a la biblioteca temprano, así que necesito estar lista cuanto antes —dijo de buen humor. —Entendido, majestad —respondió Annie, al tiempo que hacía un gesto a sus compañeras para que comenzaran a ayudar a la emperatriz. Tan pronto como se aseó y desayunó, Adeline tomó sus cosas y salió de la habitación para dirigirse a su destino. La acompañaban en esta ocasión Helen e Ina, quienes parecían estar bastante ansiosas por su visita a la biblioteca. —¿Va a buscar otro libro, majestad? —preguntó tímidamente Helen. —Así es —contestó
Ashal y Gérard se estremecieron ante la fatalista deducción, ya que no imaginaban que un hombre tan recto como Damien fuera capaz de convertirse en un asesino. —Dices… ¿que un viajero extraño mató a la hija de Julius? —cuestionó el emperador con incredulidad. El emisario de los nómadas asintió con la cabeza y continuó hablando seriamente. —Es lo que suponemos, pero no estamos seguros, por eso vinimos aquí para solicitar de su apoyo en la búsqueda. Como sea, necesitamos encontrar a la hija de nuestro líder. A lo cual, Gérard se adelantó y preguntó. —¿Acaso tienen esperanzas de encontrarla con vida? Al escuchar esto, los hombres se miraron entre sí y después el vocero respondió. —Es lógico pensar que ella no haya sobrevivido a un accidente así, pero necesitamos tener un cuerpo para confirmarlo ante la comunidad. Nuestros compañeros exigen respuestas para tomar decisiones. Esta respuesta convenció a Ashal, para después añadir. —Bien, en ese caso vamos a destinar un grupo de solda
Al no haber encontrado la hoja perdida, Adeline se rindió y comenzó a escribir todo lo que se recordaba sobre la marca de nacimiento en la familia Dunesque para no olvidarlo. Aunque pudo plasmar gran parte de lo que había en ese papel, cuando terminó, sintió que algo faltaba. —Por lo menos recuerdo gran parte, pero creo que esto es insuficiente, ya que mis teorías no encajan ahora que no tengo todos los apuntes completos —murmuró con frustración. Mientras meditaba esto, no sintió la presencia de Annie, hasta que ella la llamó con voz fuerte. —¡Majestad! Esto hizo que la emperatriz volviera en sí y preguntara un tanto exaltada. —¡Ah! ¿Qué sucede, Annie? —Disculpe, mi señora, pero es hora de que vaya al juicio de los lores —respondió su asistente un tanto avergonzada. —¿Era hoy? —preguntó Adeline aturdida. —Sí, majestad. Es más, el emperador solicitó su presencia, así que debe apresurarse, porque el juicio empezará en media hora —explicó la diligente mujer. Al escuchar esto, Ade
Todos en el salón enmudecieron cuando un hombre de apariencia tosca y mirada penetrante apareció para gritar a todo pulmón que se castigara al usurpador. Aun sin comprender qué estaba sucediendo, algunos ciudadanos comenzaron a murmurar. —¿Quién es ese hombre? —¿No es de la raza de los nómadas? ¿Qué hace esa persona aquí? —¿Acaso acusó a alguien de usurpador? ¿De quién hablará? —Parece que se refiere al emperador, ¡miren qué cara puso al ser señalado de usurpador! Ashal alzó la vista hacia donde todos estaban mirando y reconoció al hombre que estaba parado en medio de la audiencia. —¿Julius Zenitty? —murmuró, consternado. Gérard también reconoció al recién llegado, por lo que rápidamente digirió una mirada de angustia hacia el emperador y dijo alterado. —Ashal, ¿ese no es líder de los nómadas? Adeline también estaba sorprendida con lo que estaba ocurriendo, mirando a ambos hombres en busca de respuestas. —Ashal, ¿quién ese hombre? Su pregunta fue ignorada, ya que en ese mome