Celos, ¿al fin?
Cuando la voz de Ashal retumbó en la habitación, Marion se levantó rápidamente. En tanto, Adeline sonrió entusiasmada al ver que su esposo había llegado, y sin importar el aura agresiva de su marido, se acercó.

—¡Ashal! ¡Al fin viniste! Llevo rato esperándote —exclamó, risueña.

El alegre recibimiento bajó un poco los ánimos del emperador, que respondió aturdido.

—¡Oh! Sí, pero… —en ese momento le lanzó una mirada fría a Marion y volvió a preguntar—. ¿Qué estaban haciendo aquí?

El comandante Solep se estremeció ante la expresión peligrosa del emperador, pero antes de justificarse, Adeline intervino de nuevo.

—¡Ah! Vine hace rato y, mientras te esperaba, llegó el comandante Solep y durante ese tiempo estuvimos charlando —aclaró con ingenuidad.

—Solo… ¿charlaban? —cuestionó el receloso hombre.

Al ver que el gran Ashal no estaba convencido con la respuesta de la emperatriz, Marion pensó en disculparse por su atrevimiento, sin embargo, la emperatriz continuó hablando con desenfado.

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