Adeline abrió los ojos perezosamente, sin recordar lo que había ocurrido la noche anterior. Como estaba acostumbrada a despertar sola, se sorprendió al sentir el cálido cuerpo de su esposo junto a ella. —¿Cómo? ¿Por qué Ashal está aquí? —exclamó sorprendida. Rápidamente se incorporó y, para su asombro, vio que ya era bien entrada la mañana. Antes de que pudiera murmurar otra cosa, escuchó que llamaban la puerta, por lo que cuidadosamente salió de la cama para no despertar a Asha. Cuando abrió la puerta, el mayordomo y sus asistentes estaban afuera mirándola con curiosidad. —Mi señora —comenzó a decir el veterano hombre—, ¿podemos pasar? —¿Eh? No sabría decirle, Ashal está durmiendo aún —respondió Adeline confundida. Los empleados se sorprendieron al escuchar esto, ya que era la primera vez que el emperador dormía hasta bien entrada la mañana. —El emperador tiene que estar presente en la audiencia con los lores, que será dentro de media hora, así que es hora de que se despierte
Marion Solep acababa de entrar al despacho del emperador para dar su informe sobre la búsqueda del traidor y el extraño mensaje que había aparecido la noche anterior, cuando se topó con la presencia con la emperatriz. Aunque había jurado lealtad al imperio actual, no estaba de acuerdo con el hecho de que una Laval fuera la consorte Ashal. Por lo que al ver a esa detestable mujer, olvidó sus modales y cuestionó severamente. —¿Qué hace aquí? La joven se sobresaltó al escuchar la voz ronca de Marion, que inmediatamente volteó y respondió con dignidad. —Este es el despacho de mi esposo, ¿algún problema? —¿Por qué está aquí? ¡Responda! —replicó el tosco hombre. «¿Qué le pasa a este hombre? ¿Cómo se atreve a hablarme de esa forma? ¿Acaso no sabe que soy la emperatriz?», pensó Adeline ofendida por el trato desdeñoso. Entonces cruzó los brazos y respondió: —¿Por qué tengo que responder? Estoy aquí porque mi esposo… Sin dar oportunidad a la emperatriz de terminar la frase, Marion volvió
Cuando la voz de Ashal retumbó en la habitación, Marion se levantó rápidamente. En tanto, Adeline sonrió entusiasmada al ver que su esposo había llegado, y sin importar el aura agresiva de su marido, se acercó. —¡Ashal! ¡Al fin viniste! Llevo rato esperándote —exclamó, risueña. El alegre recibimiento bajó un poco los ánimos del emperador, que respondió aturdido. —¡Oh! Sí, pero… —en ese momento le lanzó una mirada fría a Marion y volvió a preguntar—. ¿Qué estaban haciendo aquí? El comandante Solep se estremeció ante la expresión peligrosa del emperador, pero antes de justificarse, Adeline intervino de nuevo. —¡Ah! Vine hace rato y, mientras te esperaba, llegó el comandante Solep y durante ese tiempo estuvimos charlando —aclaró con ingenuidad. —Solo… ¿charlaban? —cuestionó el receloso hombre. Al ver que el gran Ashal no estaba convencido con la respuesta de la emperatriz, Marion pensó en disculparse por su atrevimiento, sin embargo, la emperatriz continuó hablando con desenfado.
Damien miró confundido a Azabach cuando ella señaló el extraño lunar que tenía en la entrepierna. Si bien era cierto que siempre le había llamado la atención la extraña forma de esa marca, jamás le dio importancia. Como él no decía nada, la atrevida joven le dio un beso en los labios y volvió a hablar. —¿Qué pasa? ¿Por qué estás tan callado? —¿Cómo sabes de esa marca? —cuestionó Damien, fríamente. Azabach miró confundida a su interlocutor, pero luego se apartó y comenzó a explicar con desenfado. —Bueno, en realidad, nuestra comunidad pertenece a una antigua rama de la familia imperial, que se separó debido a conflictos por el poder. Se dice que los elegidos para tomar el trono son quienes tienen la marca de nacimiento. Aunque eso es un secreto en el imperio, solo nosotros sabemos cómo es esa marca y el porqué nos interesa encontrar al futuro emperador —en ese punto, la expresión de la joven se tornó fría—. Así que, con tal de romper con esa línea absurda de sucesión, mis antepasad
Por un instante, Adeline se entusiasmó ante la idea de que Ashal comenzaría a actuar más posesivo, al igual que en la novela original, pero su decepción fue mayor cuando este la apartó rápidamente y volvió a su actitud evasiva. —Lo siento, me sobrepasé al decirte esto —dijo esto mientras desviaba el rostro para ocultar la vergüenza que sentía en ese momento. Contrariada, la joven emperatriz preguntó. —¿Qué dices? Antes de reclamar algo más, Ashal volvió a hablar fríamente. —Vamos a enfocarnos en el tema por el cual te pedí que vinieras a mi oficina. —¡Oh! —suspiró frustrada. Con el poco autocontrol que le quedaba, el emperador se levantó para tomar distancia y comenzó a explicar. —Vi que estás interesada en conocer sobre la historia del imperio y justo hace un momento demostraste que conoces bastante bien sobre la organización del Ejército, por lo tanto, quería pedirte que me ayudes a revisar unos documentos relacionados con los lores. —En ese instante sacó varias carpetas de
Un agudo dolor en la cabeza despertó a Azabach, que lentamente abrió los ojos para comprobar dónde se encontraba. Cuando vio el techo de lo que parecía ser cueva, se levantó rápidamente, pero notó que sus muñecas y tobillos estaban amarrados. —¿Qué pasó? ¿Dónde estoy? —murmuró confundida. De ponto escuchó una voz ronca, bastante familiar, respondió a su pregunta. —Finalmente, despertaste, ¿cómo te sientes? —preguntó Damien fríamente. —¡Maldito! ¿Qué me hiciste? ¿Qué le pasó a mi camión? ¡Responde! —reclamó Azabach, al tiempo que forcejeaba para librarse de sus ataduras. Ignorando las demandas de su prisionera, Damien se mantuvo serio, enfocándose en terminar de asar la liebre, para después sacarla del fuego y comenzarla a dividir en porciones. Como el frío sujeto no respondía, Azabach exigió furiosa. —¡Responde de una vez, desgraciado! ¿Acaso estás sordo? ¿Qué le hiciste a mi camión? El ex militar se acercó a ella para ofrecerle un pedazo de la liebre y dijo fríamente. —Come,
—¿Un hombre rubio? —repitió Ashal, consternado con la noticia que acababa de recibir. —¿Acaso era Damien? —cuestionó Gérard, que se levantó rápidamente para acercarse al comandante Solep. En tanto que Marion entregó a Ashal el documento que tenía en sus manos, para después continuar explicando. —Este es el mensaje que nos enviaron los nómadas. Aunque siempre hemos tenido conflictos con ellos, es la primera vez que nos comunican algo con tanta desesperación. También nos informaron que está en camino una comitiva al palacio para tratar un asunto más importante y pedirnos ayuda en la búsqueda del cuerpo de Azabach, la hija de su líder, Julius Zenitty. Mientras el comandante Solep explicaba la situación, Ashal leyó detenidamente el documento y después se lo entregó a Gérard para que confirmara su autenticidad. Este lo tomó rápidamente para revisarlo detalladamente. —¿Esto será verídico? Igual puede ser una treta de los nómadas para meternos en problemas —replicó el emperador receloso.
La ubicación de ese ducado le trajo recuerdos a Adeline de lo que había leído en la novela “Dominando al gran Ashal” e inmediatamente comenzó a armar teorías locas en su cabeza, las cuales inmediatamente trazó en sus hojas para no olvidarlas. —Si Damien está yendo a ese lugar —empezó a murmurar—, probablemente conoce el paradero del príncipe perdido. Según el libro, el príncipe perdido se encontraba en el ducado del Norte y era aliado del Adolf Dunesque. En ese caso, tal parece que la historia se está desarrollando tal como en la novela, solo que más pronto de lo que esperaba, ya que la aparición de ese hombre ocurre en un evento en particular… Mientras seguía escribiendo todo lo que venía a su mente, Adeline no se percató que ya se acercaba la media noche, de tal forma que cuando Ashal entró a la habitación, este se sorprendió al verla despierta. —Adeline, ¿no te has dormido aún? Al escuchar su voz, ella alzó la mirada y respondió con tranquilidad. —Lo siento, estaba tomando unos