Sebastián presionó al psiquiatra Stanislao Newis pra que vaya a verme. Sebas estaba seguro que esa supuesta demencia mía, sería mi talón de Aquiles para que yo termine siendo suya. Consideraba que debido a mi trastorno por mi marido muerto, no lo quería ni lo deseaba y que, al superar ese problema mental, terminaría por aceptarlo. -Debo jugar todas mis cartas-, dijo optimista Sebastián, pero a Newis no le hacía gracia. -No es fácil ir y decirle a una mujer que está loca y que debe iniciar un tratamiento para que deje de estar hablando sola-, se quejó el galeno, negándose a verme. Pero las deudas que le tenía Newis a Sebastián eran demasiadas y no le quedó más alternativa que ir a mi casa, un domingo, que yo descansaba tranquilamente. -Hablaré con ella, pero con esto quedamos a mano-, advirtió Newis. Sebastián aceptó encantado, frotándose las manos, completamente seguro que había encontrado el eslabón perdido y yo terminaría siendo su mujer. Yo dormía aún cuando Nwewis tocó
Decidí enfrentar a Waldo en vez de molestarme, cuando él se apareció esa tarde en mi dormitorio, revisando con curiosidad el cajón donde guardaba mis calzones y pantimedias. Me recosté a la puerta, crucé los brazos y alcé mi naricita. -Si te hubiera visto mi marido te habría dado tal paliza que no te dejaba ningún hueso sano-, le dije muy seria. -Yo ya estoy muerto, no hubiera tenido dolor alguno je je je-, sonrió Waldo mientras sacaba una de mis tangas, sujetándolas con cuidado, haciendo pinzas con sus manos. -¿Es para ti o para tu muñeca? Es demasiado pequeña-, continuó con sus risotadas. Fui furiosa y le arranché mi calzón y cerré indignada el cajón de mi cómoda donde temía todas mis prendas íntimas. -¿Quién demonios eres?-, me molesté. -¿No te acuerdas de mí? Tú siempre me amaste, estabas loca por mí, soñabas conmigo, me hacías poemas a cada rato-, me fue diciendo sonriendo, mientras él se paseaba por mi cuarto con absoluto desparpajo, mirando mis peluches, los posters
Alondra estaba desconcertada. -O sea que todos los hombres que alguna vez le sonreíste o te les insinuaste y que después se murieron, vendrán a buscarte y hacerte el amor-, me dijo alzando su naricita. -Es lo que pasó con Darrow y ahora con Waldo-, estaba yo aún más incrédula y perpleja por todo lo que me estaba pasando. -El tal Waldo ni siquiera te conoció, ha venido a buscarte por un poema que le hiciste, incluso antes que él se muriera, no tiene lógica alguna-, no entendía Alondra. -Dice que nadie en su vida de artista le hizo poemas y le soñara tanto como lo hacía yo, que de eso se dio cuenta cuando murió, él se enteró de mis poemas en el limbo, ya estando muerto-, miré el techo, también extraviada en la incertidumbre. -Cuando Rudolph se entere que ese hombre te estuvo seduciendo, volverá a morirse-, fue ella irónica pero tenía razón. Mi marido pudo haber sido un hombre muy tranquilo y sereno, distendido y siempre de buen humor, pero era obvio que iba a estallar si s
Las cosas seguían complicándose en mi vida. Esa tarde que Alondra fue a otra ciudad a hacer unas fotos y videos de una galería para su publicidad, así es que aproveché para ir a almorzar sola, en un restaurante que está muy cerca de la oficina. Cuando se nos hacía tarde en la oficina o teníamos mucho trabajo solíamos ir allí y ahora que mi amiga estaba de viaje y ella no podría controlarme ni reclamarme por mi dieta, fui toda oronda y coqueta a comerme un buen plato de bistec con papas fritas, es decir full grasa, je je je. Me sentía muy sexy, además. Me había puesto unos leggins súper pegados que apenas contenían mis curvas, tenía los pelos sueltos, una camiseta blanca que hacía un delicioso renglón de mis pechos inflados como globos y llevaba unos aros grandes colgados en mis orejas que captaba la atención de los hombres. Entré al restaurante meneando las caderas igual a un galeón español desafiando los peligros del mar. -¿No ha venido su amiga, Patricia?-, se empinó Marcio
La mandarina estaba deliciosa como me adelantó Marcio. Me dispuse a marcharme, tranquilamente pese a las miradas impertinentes de la gente que me creían loca de remate, cuando ¡¡¡rayos, truenos y centellas!!! entró al restaurante, Sebastián. Por más que intenté esconderme y hacerme la distraída, él me vio y se vino a mi mesa, jalando una silla. Se sentó a mi lado con todo desparpajo, riéndome como un idiota. -Hola hermosa, qué buena suerte encontrarte aquí-, me dijo, encandilado a mis ojos, viéndome tan sexy y hermosa. Alcé mi naricita indiferente. -Al contrario, mala suerte para ti porque ya me iba-, le dije, pero él tomó mi mano. -Necesito hablar contigo-, me dijo con vehemencia. -Pero yo no-, intenté irme. Waldo arrugó la frente. -¿Quieres que saque a este individuo a patadas, Patricia?-, me dijo con un tono amenazante. -No, no, no te preocupes, yo me encargo sola de esto-, le dije a Manfreed. Sebastián, como bien imaginan, se sorprendió sobremanera. -¿A quién le hablas
En la noche le hice una exquisita cena a Rudolph, con los platillos que más le gustaban: sopa de fideos y huesitos y arroz con pollo. También, por supuesto, el café que tanto paladeaba con mucho gusto. Me puse muy hermosa para él, con un vestido crema, entallado y corto, solté mis pelos y me coloqué unos pendientes pequeños y coquetos, también una cadenita con un dije que se colaba en el canalillo de mis pechos. -¿Qué celebramos?-, se apareció, entonces, Rudolph, como siempre, sonriente, tranquilo, distendido, contemplándome y mirando y admirando mis pechos que aparecían como deliciosas frutas en el escote de mi vestido. Me colgué de su cuello enamorada y rendida a él. -Celebramos lo mucho que te quiero-, le dije, besándolo con encono y desenfreno, apasionada y emocionada a la vez, prendada completamente de mi marido. -Pues tendrá que ser una celebración doble porque yo también te amo mucho, Patricia-, me dijo él, devolviéndome los besos con mucho encono y su maravilloso ímpetu
Rudolph despertó conmigo. No se fue durante la noche. Quedó arropado a mi cuerpo, embriagándome con su aliento, arrullándome con el tamborileo de su corazón, atada a sus grandes brazos, hundida en su pecho igual a pollito desamparado. -Quiero tener un hijo contigo-, le dije entonces. Mi marido mantuvo sus ojos cerrados. -Estoy muerto, no lo olvides-, me dijo. -Pero yo te siento tan real, tan vivo que quiero quedar embarazada-, le subrayé convencida. Rudolph recién me miró. Sus ojitos eran mágicos, redondos, grandes, muy románticos y varoniles a la vez, dominantes como un macho alfa que me seducía y me volvía su sumisa. -Es imposible-, me insistió. No es que quedara decepcionada, pero sí me sentí afligida. Mientras me duchaba pensaba en lo que le había dicho a mi marido, en la posibilidad de tener un hijo con él. Y recordé una noche que tomábamos café y manzanilla veíamos televisión. -La clínica ha abierto un banco de semen, Patricia-, fue lo que me dijo. ¿No recu
Después de hacer unas fotos en una fábrica de cocinas domésticas e industriales, donde yo debía aparecer preparando diversos platos en los novedosos modelos de la industria, y cuando ya guardábamos los equipos y las pantallas en nuestra camioneta, me llamó Palacios, el jefe de policía. -Hay un nuevo video de cuando mataron a tu marido, un tipo que grababa a una vecina desnuda, captó el momento que lo matan a Rudolph-, fue lo que me dijo. Quedé boquiabierta, con los ojos desorbitados, mis pelos erizados, conmocionada y al borde del infarto. De eso se dio cuenta mi amiga. -¿Qué ocurre Patricia?-, se preocupó. -Hay un nuevo video de cuando mataron a Rudolph-, le dije abanicando mis ojos. -Eso es bueno-, se entusiasmó mi amiga, brincando de gusto. -No, no lo es-, balbuceé echa una idiota. -¿Por qué no?-, se extrañó Alondra. Miré a mi amiga desconcertada, con mis mejillas despintadas, incluso muchas lágrimas se amontonaron en mis ojos y sentí que mis rodillas se doblaban como