Cuando desperté Rudolph ya se había ido. Me sentí decepcionada porque quería desayunar con él, reír a su lado, hacernos una deliciosa merienda, en fin, pasarla de maravillas. Me duché y de mi cuerpo brotaron grandes copos de humo, resultado de una noche tan excitante. Luego de vestirme, me hice un bistec con papas fritas porque tenía mucha hambre. También compré pan. La vendedora me miró de pies a cabeza. -Una noche deliciosa, Patricia-, me dijo. Imagino que yo estaba radiante y me brillaban los ojos y mi sonrisa y ella se dio cuenta de todo eso. -Sensacional-, le respondí coqueta y dándome vuelta me regresé a mi cabeza saltando y lanzando mis pelos al aire muy coqueta y sensual. Sin embargo Sebastián seguía al acecho, persiguiéndome a escondidas. Tenía un amigo psiquiatra. El galeno le debía muchos favores a Sebas y aceptó hacer una evaluación sobre mí. Sebastián me estuvo vigilando varios días esperando que vaya al parque, como hacía algunas veces, junto a Rudolph a disfrutar
Fue entonces que apareció Waldo Manfreed, para terminar de descomponer las cosas en mi vida. Yo estoy segura que lo había conocido de antes, quizás en una fiesta cuando era adolescente. Me era conocido. También había muerto. Manfreed se presentó de repente, mientras volvía a mi casa, muy de noche, porque había estado editando unas fotos y videos para una publicidad de calcetines para caballeros. Iba manejando de lo más tranquila, escuchando salsa en un usb, cuando el tipo me pasó la voz desde la parte posterior de mi auto. -Hola Patricia, hacía mucho tiempo que no te veía-, me dijo, confianzudo, la mirada poética y sutil, sonriente, con una risa tan larga y única, inconfundible, y la nariz puntiaguda. Ya se imaginarán el gran susto que me di. Grité como loca, zigzagueé el auto, casi me estrello con un poste, me subí a la acera, tenía mis ojos desorbitados, empalidecida y los pelos de punta. Él solamente se reía a carcajadas. -Oye, soy yo, Waldo, no tienes por qué estrella
Waldo empezó a seguirme. Lo vi espiándome cuando iba por la playa con Rudolph, acaramelada, besándolo con insistencia, encantada de estar entre sus brazos. Él estaba allí agazapado y embozado en una polera gris, sonriendo también, haciendo brillar su mirada empalagado al pareo y al sostén que llevaba en ese instante mágico en los brazos de mi marido. Como sabía que Rudolph estaba celoso con ese difunto, no le dije nada y por el contrario lo besé aún más apasionada, pensando que, así, el tal Waldo se iría por fin de mi vida. Lo peor fue que Sebastián me llamaba a cada instante para vernos. -Tengo un informe médico que te interesará mucho, es sobre ti-, me dijo, refiriéndose a lo que le había dicho su amigo el psiquiatra que me vio hablando sola en el parque. -No quiero ser grosera pero no me importa-, le dije, pero Sebas insistió. -Tienes doble personalidad, quizás seas bipolar-, subrayó convencido. Me puse furiosa. -¡¡¡¿Por qué andas comentando mis cosas con desconocid
Sebastián presionó al psiquiatra Stanislao Newis pra que vaya a verme. Sebas estaba seguro que esa supuesta demencia mía, sería mi talón de Aquiles para que yo termine siendo suya. Consideraba que debido a mi trastorno por mi marido muerto, no lo quería ni lo deseaba y que, al superar ese problema mental, terminaría por aceptarlo. -Debo jugar todas mis cartas-, dijo optimista Sebastián, pero a Newis no le hacía gracia. -No es fácil ir y decirle a una mujer que está loca y que debe iniciar un tratamiento para que deje de estar hablando sola-, se quejó el galeno, negándose a verme. Pero las deudas que le tenía Newis a Sebastián eran demasiadas y no le quedó más alternativa que ir a mi casa, un domingo, que yo descansaba tranquilamente. -Hablaré con ella, pero con esto quedamos a mano-, advirtió Newis. Sebastián aceptó encantado, frotándose las manos, completamente seguro que había encontrado el eslabón perdido y yo terminaría siendo su mujer. Yo dormía aún cuando Nwewis tocó
Decidí enfrentar a Waldo en vez de molestarme, cuando él se apareció esa tarde en mi dormitorio, revisando con curiosidad el cajón donde guardaba mis calzones y pantimedias. Me recosté a la puerta, crucé los brazos y alcé mi naricita. -Si te hubiera visto mi marido te habría dado tal paliza que no te dejaba ningún hueso sano-, le dije muy seria. -Yo ya estoy muerto, no hubiera tenido dolor alguno je je je-, sonrió Waldo mientras sacaba una de mis tangas, sujetándolas con cuidado, haciendo pinzas con sus manos. -¿Es para ti o para tu muñeca? Es demasiado pequeña-, continuó con sus risotadas. Fui furiosa y le arranché mi calzón y cerré indignada el cajón de mi cómoda donde temía todas mis prendas íntimas. -¿Quién demonios eres?-, me molesté. -¿No te acuerdas de mí? Tú siempre me amaste, estabas loca por mí, soñabas conmigo, me hacías poemas a cada rato-, me fue diciendo sonriendo, mientras él se paseaba por mi cuarto con absoluto desparpajo, mirando mis peluches, los posters
Alondra estaba desconcertada. -O sea que todos los hombres que alguna vez le sonreíste o te les insinuaste y que después se murieron, vendrán a buscarte y hacerte el amor-, me dijo alzando su naricita. -Es lo que pasó con Darrow y ahora con Waldo-, estaba yo aún más incrédula y perpleja por todo lo que me estaba pasando. -El tal Waldo ni siquiera te conoció, ha venido a buscarte por un poema que le hiciste, incluso antes que él se muriera, no tiene lógica alguna-, no entendía Alondra. -Dice que nadie en su vida de artista le hizo poemas y le soñara tanto como lo hacía yo, que de eso se dio cuenta cuando murió, él se enteró de mis poemas en el limbo, ya estando muerto-, miré el techo, también extraviada en la incertidumbre. -Cuando Rudolph se entere que ese hombre te estuvo seduciendo, volverá a morirse-, fue ella irónica pero tenía razón. Mi marido pudo haber sido un hombre muy tranquilo y sereno, distendido y siempre de buen humor, pero era obvio que iba a estallar si s
Las cosas seguían complicándose en mi vida. Esa tarde que Alondra fue a otra ciudad a hacer unas fotos y videos de una galería para su publicidad, así es que aproveché para ir a almorzar sola, en un restaurante que está muy cerca de la oficina. Cuando se nos hacía tarde en la oficina o teníamos mucho trabajo solíamos ir allí y ahora que mi amiga estaba de viaje y ella no podría controlarme ni reclamarme por mi dieta, fui toda oronda y coqueta a comerme un buen plato de bistec con papas fritas, es decir full grasa, je je je. Me sentía muy sexy, además. Me había puesto unos leggins súper pegados que apenas contenían mis curvas, tenía los pelos sueltos, una camiseta blanca que hacía un delicioso renglón de mis pechos inflados como globos y llevaba unos aros grandes colgados en mis orejas que captaba la atención de los hombres. Entré al restaurante meneando las caderas igual a un galeón español desafiando los peligros del mar. -¿No ha venido su amiga, Patricia?-, se empinó Marcio
La mandarina estaba deliciosa como me adelantó Marcio. Me dispuse a marcharme, tranquilamente pese a las miradas impertinentes de la gente que me creían loca de remate, cuando ¡¡¡rayos, truenos y centellas!!! entró al restaurante, Sebastián. Por más que intenté esconderme y hacerme la distraída, él me vio y se vino a mi mesa, jalando una silla. Se sentó a mi lado con todo desparpajo, riéndome como un idiota. -Hola hermosa, qué buena suerte encontrarte aquí-, me dijo, encandilado a mis ojos, viéndome tan sexy y hermosa. Alcé mi naricita indiferente. -Al contrario, mala suerte para ti porque ya me iba-, le dije, pero él tomó mi mano. -Necesito hablar contigo-, me dijo con vehemencia. -Pero yo no-, intenté irme. Waldo arrugó la frente. -¿Quieres que saque a este individuo a patadas, Patricia?-, me dijo con un tono amenazante. -No, no, no te preocupes, yo me encargo sola de esto-, le dije a Manfreed. Sebastián, como bien imaginan, se sorprendió sobremanera. -¿A quién le hablas