Esa mañana salí a comprar un juego de lencería sexy para darle una gran sorpresa en la noche a Rudolph. Cumplíamos un año más juntos y quería pasar una faena estupenda a su lado, enervarlo, convertirlo un volcán en erupción y que desate toda su furia sobre mí, je je je. Deseaba que se volviera un lobo hambriento y me coma enterita, sin dejar huesito alguno sin roer ni lamer de mi sabrosa anatomía je je je. Fui a la galería que estaba cerca de mi casa, con mis leggins bien pegaditos, zapatillas tenis y una camiseta blanca sin mangas, me había hecho una gran cola con mi pelo y lucía súper sensual. En realidad estaba demasiada excitada por nuestro aniversario y por eso quería lucir muy hermosa y sugerente para una ocasión tan especial como ésta. Recorrí varias tiendas viendo modelos y finalmente me decidí por un baby doll rojo, transparente, con una lencería divina, echa, simplemente, de pitas que, sin duda, se perderían, por completo, entre mis quebradas y mis pronunciadas curv
Me olvidé de Sebastián, al fin y al cabo, él no podía importarme en absoluto. Era una fecha especial para mi marido, yo estaba excitada, quería sorprender a Rudolph y pasarla de maravillas a su lado. Me puse muy hermosa. Me pinté la boca, los ojos, aleoné mi pelo, me puse aretes, anillos, pulseras, me perfumé con ese aroma tan exquisito que le encantaba a mi esposo y arreglé nuestro cuarto, colmándolo de flores y peluches. Hacia las once de la noche, me puse el exquisito baby doll que me había comprado y me calcé zapatos con taco 16. Uffff, me veía enorme, deliciosa, sexy, sensual y cautivante. La lencería roja, en efecto, se perdía en mis curvas, mis quebradas y redondeces y sus pitas apenas emergían entre mis curvas. Me tomé muchos selfies para recordar, por siempre, esa velada, y me eché en la cama con una pose de tigresa en celo, je. A las doce en punto, lo escuché cantar. "Dime que soy tu amor/ mírame/ bésame/ y abrígate en mis brazos/ Dime que me amas/ tómame/ entrégate/ y
La sensual lencería que con tanto gusto compré y que ansiaba, como loca, de poder mostrárselo y excitarlo, que lo disfrute en mi sensual anatomía, tan solo duró un minuto en mi sublime cuerpo, porque el sostén y el calzón volaron por los aires, debido al desenfreno de Rudolph que se había vuelto en un león furioso, queriendo devorarme por completo, mordisquearme y comerme, literalmente, hasta el último rincón de mi exuberante anatomía. Yo no hacía más que suspirar, gemir, sollozar, exhalar fuego en mi aliento, mientras él conquistaba todos mis rincones con mucho afán y vehemencia. Mi marido era un toro desbocado, queriendo salir de su encierro, embistiéndome y derrumbando todas mis defensas, dejándome inerme y a la merced de sus deseos. No podía resistirme a su ímpetu, tampoco, y tan solo parpadeaba extasiada, juntaba los dientes, meneaba la cabeza, sacudía mis pelos y seguía sollozando entre sus brazos, vencida por los afanes de él de poseerme. Me lamió todo el cuerpo, sus man
Cuando desperté Rudolph ya se había ido. Me sentí decepcionada porque quería desayunar con él, reír a su lado, hacernos una deliciosa merienda, en fin, pasarla de maravillas. Me duché y de mi cuerpo brotaron grandes copos de humo, resultado de una noche tan excitante. Luego de vestirme, me hice un bistec con papas fritas porque tenía mucha hambre. También compré pan. La vendedora me miró de pies a cabeza. -Una noche deliciosa, Patricia-, me dijo. Imagino que yo estaba radiante y me brillaban los ojos y mi sonrisa y ella se dio cuenta de todo eso. -Sensacional-, le respondí coqueta y dándome vuelta me regresé a mi cabeza saltando y lanzando mis pelos al aire muy coqueta y sensual. Sin embargo Sebastián seguía al acecho, persiguiéndome a escondidas. Tenía un amigo psiquiatra. El galeno le debía muchos favores a Sebas y aceptó hacer una evaluación sobre mí. Sebastián me estuvo vigilando varios días esperando que vaya al parque, como hacía algunas veces, junto a Rudolph a disfrutar
Fue entonces que apareció Waldo Manfreed, para terminar de descomponer las cosas en mi vida. Yo estoy segura que lo había conocido de antes, quizás en una fiesta cuando era adolescente. Me era conocido. También había muerto. Manfreed se presentó de repente, mientras volvía a mi casa, muy de noche, porque había estado editando unas fotos y videos para una publicidad de calcetines para caballeros. Iba manejando de lo más tranquila, escuchando salsa en un usb, cuando el tipo me pasó la voz desde la parte posterior de mi auto. -Hola Patricia, hacía mucho tiempo que no te veía-, me dijo, confianzudo, la mirada poética y sutil, sonriente, con una risa tan larga y única, inconfundible, y la nariz puntiaguda. Ya se imaginarán el gran susto que me di. Grité como loca, zigzagueé el auto, casi me estrello con un poste, me subí a la acera, tenía mis ojos desorbitados, empalidecida y los pelos de punta. Él solamente se reía a carcajadas. -Oye, soy yo, Waldo, no tienes por qué estrella
Waldo empezó a seguirme. Lo vi espiándome cuando iba por la playa con Rudolph, acaramelada, besándolo con insistencia, encantada de estar entre sus brazos. Él estaba allí agazapado y embozado en una polera gris, sonriendo también, haciendo brillar su mirada empalagado al pareo y al sostén que llevaba en ese instante mágico en los brazos de mi marido. Como sabía que Rudolph estaba celoso con ese difunto, no le dije nada y por el contrario lo besé aún más apasionada, pensando que, así, el tal Waldo se iría por fin de mi vida. Lo peor fue que Sebastián me llamaba a cada instante para vernos. -Tengo un informe médico que te interesará mucho, es sobre ti-, me dijo, refiriéndose a lo que le había dicho su amigo el psiquiatra que me vio hablando sola en el parque. -No quiero ser grosera pero no me importa-, le dije, pero Sebas insistió. -Tienes doble personalidad, quizás seas bipolar-, subrayó convencido. Me puse furiosa. -¡¡¡¿Por qué andas comentando mis cosas con desconocid
Sebastián presionó al psiquiatra Stanislao Newis pra que vaya a verme. Sebas estaba seguro que esa supuesta demencia mía, sería mi talón de Aquiles para que yo termine siendo suya. Consideraba que debido a mi trastorno por mi marido muerto, no lo quería ni lo deseaba y que, al superar ese problema mental, terminaría por aceptarlo. -Debo jugar todas mis cartas-, dijo optimista Sebastián, pero a Newis no le hacía gracia. -No es fácil ir y decirle a una mujer que está loca y que debe iniciar un tratamiento para que deje de estar hablando sola-, se quejó el galeno, negándose a verme. Pero las deudas que le tenía Newis a Sebastián eran demasiadas y no le quedó más alternativa que ir a mi casa, un domingo, que yo descansaba tranquilamente. -Hablaré con ella, pero con esto quedamos a mano-, advirtió Newis. Sebastián aceptó encantado, frotándose las manos, completamente seguro que había encontrado el eslabón perdido y yo terminaría siendo su mujer. Yo dormía aún cuando Nwewis tocó
Decidí enfrentar a Waldo en vez de molestarme, cuando él se apareció esa tarde en mi dormitorio, revisando con curiosidad el cajón donde guardaba mis calzones y pantimedias. Me recosté a la puerta, crucé los brazos y alcé mi naricita. -Si te hubiera visto mi marido te habría dado tal paliza que no te dejaba ningún hueso sano-, le dije muy seria. -Yo ya estoy muerto, no hubiera tenido dolor alguno je je je-, sonrió Waldo mientras sacaba una de mis tangas, sujetándolas con cuidado, haciendo pinzas con sus manos. -¿Es para ti o para tu muñeca? Es demasiado pequeña-, continuó con sus risotadas. Fui furiosa y le arranché mi calzón y cerré indignada el cajón de mi cómoda donde temía todas mis prendas íntimas. -¿Quién demonios eres?-, me molesté. -¿No te acuerdas de mí? Tú siempre me amaste, estabas loca por mí, soñabas conmigo, me hacías poemas a cada rato-, me fue diciendo sonriendo, mientras él se paseaba por mi cuarto con absoluto desparpajo, mirando mis peluches, los posters