Y entonces tuvimos nuestra primera pelea. Esa fue dos noches después. Él ya estaba enojado cuando se sentó junto a la mesa del comedor, a tomar su café. Yo me había puesto una minifalda súper cortísima porque había modelado para una fábrica de vidrios y debía lucir muy sugerente y sexy, pero Rudolph se molestó cuando me vio, esperándolo ansiosa de enredarme, otra vez, entre sus brazos. -Estás demasiado provocativa, todos los hombres te estaban mirando-, me dijo. Por primera vez, desde que había regresado de la muerte, tenía la frente arrugada, la boca ajada y me miraba fastidiado y colérico. -Ay, ni que estuviera desnuda-, intenté ser dócil y sumisa con él. -No me gusta que todos esos sujetos te admiren-, estaba él muy molesto. Le regalé la mejor de mis sonrisas. -Sabes que a mí no me importa ninguno de todos esos hombres, tú eres el único en mi vida-, seguí siendo dulce y tierna como una gatita. Rudolph sorbió su café, en silencio. Eso me incomodó y metí la pata. Le dije
Sebastián Dougi era uno de los modelos contratados por Alondra y que nos esperaban en el mall. Estaba hermoso, ese día, con sus pelos revueltos, la barbita crecida y sus brazos grandes como troncos que me enervaban y desataban, de inmediato, mis cascadas. Me encantó, en realidad, verlo tan apetitoso, besable y acariciable. Me dio un besote que me estremeció por completo. Sus manos se deslizaron por mis brazos, disfrutando de la lozanía de mi piel. -Qué bella estás, Patricia-, me dijo embriagándose, además, con mi perfume. Se encandiló con mis ojos brillando como luceros deseándolo con afán y vehemencia, mi sonrisa y mis pelos resbalando muy provocativos sobre mis hombros, haciendo de mí, una postal muy provocativa que debía terminar en la alcoba. -Eres muy galante, Sebas-, le dije juntando los dientes, coqueta en extremo, con mi feminidad estallando como un volcán en erupción. Con Sebastián, ya les conté, la pasamos de maravillas varias veces antes de casarme con Rudolph y
Por la tarde, justo cuando terminábamos de editar los videos, me llamó Palacios, el jefe de la policía. -¿Podría venir a la comandancia, ahorita mismo, señorita Pölöskei? Creo que hemos encontrado algo-, me dijo en tono enigmático. Sentí rayos y truenos reventando en mi cabeza y me emocioné mucho. Apreté los dientes y mi corazón se volvió un potro desbocado rebotando descontrolado en las paredes de mi busto. Miré a Alondra. -Creo que ya tienen al asesino de Rudolph-, le dije haciendo brillar mis ojos. Mi amiga junto sus manitos. -Pues ¿qué esperas? corre, mujer-, me insistió, también, entusiasmada. Palacios me esperaba con una amplia sonrisa que me hizo anhelar que al fin había dado con el criminal. Me arreglé mis pelos, me senté en una silla muy emocionada y sonreí haciendo chasquear mis dientes con coquetería. -¿Y bien, jefe?-, crucé las piernas muy emocionada. -¿Te suena este nombre, Catalina Darrow?-, me preguntó mirándome con ironía. ¿Uh? ¿La esposa de Jeremy? Todo mi en
Fui, entonces, a la casa de Darrow, carcomida por las dudas y todo el panorama truculento que me había planteado Palacios. Su hija, Heather, me abrió la puerta. -Mi madre está en la cocina, pasa no más-, me informó, siempre sonriente y distendida, incluso me miraba divertida. -Se le ve bastante turbada, señorita-, me dijo entretenida mirando mis pupilas que ciertamente estaban pintadas de muchas cavilaciones. En realidad yo estaba desconcertada por todo lo que estaba pasando. Catalina era una mujer alta, delgada, de pelos brillantes, muy hermosa y de perfectas curvas. -Estoy haciendo un asado de carne-, me dijo frotando sus manos en un mandil. Ahora la recordaba. En efecto, la conocí en la recepción luego de nuestra boda. Rudolph se apuró para tomarla a ella de la mano y la trajo casi a rastras donde yo me encontraba, regalando sonrisas a todos los invitados que no dejaban de felicitarme por nuestro matrimonio. -Ella es mi amiga, Cata-, me dijo Rudolph contento, feliz, igual com
Rudolph jaló una silla y se sentó. Estaba con mejor semblante, sonriente, haciendo bromas como siempre. Su mirada no dejaba de fulgurar, rindiéndome a su encanto y magia. -¿Sabías que Satanás anda muy molesto por estos días?-, me dijo mirándome y sonriendo con los ojos. -¿Satanás molesto?, ¿Por qué?-, me extrañé rascando mis pelos. -Porque su vida allá es un infierno ja ja ja-, estalló en risotadas. Contagiada también rompí en carcajadas. Hablamos de muchas cosas, del clima y del fútbol, le conté que quería comprarme una nueva cocina y le dije que con Alondra nos iba de maravillas en la agencia, con muchos contratos. Después de un rato de cuchicheos, él, después de sorber largo rato, su café, me miró cauto. -Catalina sufrió mucho por la muerte de Jeremy, ella no lo mató él, tampoco me baleó ni ordenó que me asesinaran-, me dijo resoluto y convencido. Estaba enterado que yo había ido a la casa de los Darrow. -Tú lo sabes todo-, no me sorprendí, sin embargo. -Es la vent
Ese sábado, en la mañana, me llamó Catalina. Yo ya me había duchado aunque aún estaba estremecida por la velada que pasé en los brazos de Rudolph, extasiada, con mi corazón hecho una fiesta, y me sentía súper sexy y sensual. Meneaba mis caderas, lanzaba mis pelos, bailaba con mucha cadencia y me sentía en mi máxima feminidad. -Hola Patricia, soy Catalina-, me dijo ella sonriente. Eso lo noté. -Hola, amiga, ¿qué ocurre?-, estaba yo hecha una fiesta batiendo huevos para hacerme una tortilla. -Me ocurrió algo muy raro que me ha asustado, me siento aterrada. ¿Puedo ir a tu casa?-, me preguntó. -Claro, te espero-, le dije sorprendida y le mandé mi dirección a su whatsapp. Me rasqué los pelos incrédula. Fui a comprar panes y tamales para que ella desayunase conmigo. Luego me cambié y me puse una camiseta, jean y zapatillas. Arreglé la casa, le di una rápida barrida y puse algunos peluches en los sillones. Catalina llegó luego de un rato, en su carro. Lo estacionó frente a mi
Cerca de la medianoche, apareció Jeremy, sentado en uno de mis sillones, mirándome divertido, sonriendo más que las otras veces. Me puse furiosa. -¿Quién te da derecho de espiarme?-, le mostré mis puños y chirrié mis dientes colérica. -Quería darte una sorpresa, fui imprudente, pero créeme, no vi mucho, cuando los vi en la cama, salí corriendo como alma que se lleva el diablo ja ja ja, aunque la verdad me hubiera gustado quedarme para ver en acción ja ja ja-, no dejaba de reírse. -Idiota-, renegué muy molesta, cruzando los brazos. Jeremy se puso de pie, arregló sus pelos y tomó mis manos. -Me voy Patricia, la verdad es que he venido a despedirme-, me dijo, entonces. Todo mi enfado, entonces, se congeló, quedé pasmada, sin habla, mis ojos se desorbitaron y mi boca rodó por la alfombra. -¿Qué significa que te vas?-, balbuceé perpleja. Mi corazón pataleaba frenético en el busto. -Me voy, simplemente, aclaré las cosas con mi esposa, ella no me era infiel ni quería a Ru
Alondra tenía los ojos encharcados de lágrimas, estaba pálida y demacrada, ojerosa y tenía la carita desencajada. Había estado llorando toda la noche. No me podía engañar. -¿Qué es lo que te sucede?-, me alcé sorprendida desde mi escritorio, viéndola llegar a la agencia como una sombra vacía, apagada y exánime, lanzando su cartera y su abrigo, cuando ella siempre los colgaba en la percha con mucho cuidado. No me contestó, prendió su computadora y volvió a ponerse a llorar. De un brinco salté a su lado y la abracé conmovida y desconcertada. Ella se tumbó a mi pecho y siguió llorando sin consuelo. -Dime qué es lo que ha pasado-, le insistí. Yo estaba extrañada y sorprendida por el incontenible llanto de mi amiga. -Joan y yo terminamos-, me dijo finalmente, trastabillando ella con su interminable llanto. Joan era el enamorado de Alondra. Ellos ya llevaban casi dos años juntos, la pasaban de maravillas, eran la pareja perfecta y se entendían como si estuvieran cronometrados. Alon