—¿Qué ocurre, Aleckey? —preguntó Darren, siempre directo, cruzándose de brazos mientras se apoyaba en la pared.La sala privada donde Aleckey se reunía con sus betas en el último piso de la torre de Elyra estaba hecha de piedra oscura y cristal reforzado, una combinación antigua y moderna que representaba bien el estilo de esa manada. Nadie más que ellos tenía acceso allí. Nadie más que ellos estaba lo suficientemente cerca del rey como para escuchar lo que diría a continuación.Asher fue el último en entrar, cerrando la puerta tras él con un clic seco.El rey alfa estaba de pie junto a una mesa de madera tallada con símbolos antiguos de la realeza. Tenía la mandíbula tensa, la mirada encendida con esa luz dorada que solo brillaba cuando algo lo enfurecía.—Elyra me hizo una propuesta —dijo finalmente, sin rodeos—. A cambio de su lealtad oficial ante las demás manadas… quiere acostarse conmigo.Un silencio sepulcral cayó sobre la habitación. Las respiraciones se contuvieron. Alastair
El cuerpo desnudo del rey permanecía justo al lado de su luna, cálido y sereno. Calia tenía su cabeza recostada en el pecho firme de Aleckey, que se elevaba y descendía con cada respiración pausada, rítmica, como si su alma, por fin, hubiera hallado descanso.La caricia familiar de una mano grande sobre su cintura la sacó del sopor. Sus pestañas parpadearon con lentitud, aún aferradas al último fragmento del sueño. Cuando abrió los ojos, lo primero que vio fue a Aleckey, mirándola con devoción. Su cabello rojo, suelto y revuelto, caía como una llama apagada sobre su hombro desnudo. Sus ojos verdes, intensos como los bosques más antiguos, brillaban con esa ferocidad que solo se suavizaba para ella.—Buenos días, mi luna —murmuró con voz rasposa por el sueño.Calia sonrió débilmente, extendiendo una mano para acariciar su mandíbula donde la barba ya comenzaba a crecer de nuevo.—¿Dormiste bien? —cuestionó ella con una pequeña sonrisa.—Bastante — Aleckey bajó la vista a su vientre y des
—¡Esta noche no fallaremos! —rugió Alfa Aleckey, su voz resonando como un trueno en la oscuridad del bosque. Sus ojos dorados brillaban con una ferocidad que helaba la sangre—. No volveremos con las manos vacías.—¡Sí, mi alfa! —respondieron los lobos a su alrededor, sus aullidos rompiendo el silencio de la noche. Solo un instante, las sombras de sus cuerpos se movían en sincronía, una danza letal de depredadores al acecho.A la cabeza de la manada, un lobo de pelaje rojizo lideraba la cacería. Su cuerpo era imponente, músculos poderosos se flexionaban bajo su grueso pelaje mientras se deslizaba con una velocidad imposible entre los árboles. Era Aleckey Strong, el rey alfa, el lobo más poderoso del reino. Los acompañantes de Aleckey, guerreros leales, lo seguían con disciplina. Sus cuerpos se movían en sincronía, una danza de sombras y fuerza que hacía temblar a cualquier criatura del bosque. La sangre de la cacería hervía en sus venas, pero esta noche no buscaban carne. No, es
Calia despertó con el cuerpo entumecido, un dolor punzante en el cuello y un calor sofocante envolviéndola. Parpadeó varias veces hasta que su visión borrosa comenzó a aclararse. Estaba tumbada sobre algo blando y cálido, cubierta por gruesas pieles de oso que desprendían un fuerte aroma a bosque y sangre. Su respiración se aceleró al recordar lo último que había sucedido.El ataque.El hombre de cabello rojo.Los colmillos hundiéndose en su piel.La marca ardiente que ahora latía en su cuello como una herida fresca.Calia se incorporó de golpe, soltando un quejido cuando el dolor la atravesó como un cuchillo. Se llevó una mano temblorosa a la zona afectada y sintió la carne sensible, el leve relieve de los colmillos grabados en su piel. Su corazón martilló con más fuerza contra su pecho.—No… no… —susurró, mirando a su alrededor.El campamento era rudimentario: una fogata central crepitaba, desprendiendo un aroma a leña y carne asada, y varias pieles estaban dispuestas en el suelo. A
El trayecto fue largo y agotador. La velocidad de los lobos era sobrehumana, saltando entre árboles y cruzando arroyos sin esfuerzo alguno. Calia sintió que el aire helado cortaba su piel mientras las sombras del bosque parecían alargarse a su alrededor. Nunca en su vida había estado tan lejos del convento y la incertidumbre comenzaba a devorarla por dentro.Después de varias horas de viaje, la manada se detuvo en un claro donde la luz del sol se filtraba entre los árboles. Aleckey se inclinó levemente para que ella pudiera bajar, pero Calia se quedó inmóvil. No confiaba en él ni en los otros lobos que la rodeaban.—Baja, monjita —ordenó Aleckey en su forma de lobo, su voz resonando en su mente como un vil demonio.—¡No soy tuya, demonio impío! —respondió ella con furia.En un movimiento rápido, Aleckey volvió a su forma humana, sus manos firmes sosteniéndola por la cintura. Sus cuerpos quedaron peligrosamente cerca. Calia sintió el calor que irradiaba su piel desnuda y su corazón se
La sirvienta Liora había intentado una vez más ofrecerle comida, pero Calia se había negado con un gesto firme de la mano. No tenía hambre. Lo que sentía era un vacío, uno mucho más grande que cualquier hambre física. Se sentó en el borde de la cama de dosel, su cuerpo tenso, aún cubierto con el vestido blanco que le habían colocado. Los bordes de la prenda rozaban el suelo, pero el frío de la habitación era como un abrazo gélido que la hacía sentir más sola que nunca.A través de la ventana cerrada, escuchaba el ruido del viento, como si la propia casa estuviera susurrando promesas de desesperación. El pensamiento de la oscuridad fuera de esos muros le daba escalofríos, y dentro de la habitación solo había un silencio profundo que la envolvía.En sus manos apretaba con fuerza el medallón que había llevado consigo desde su infancia, un regalo de su madre. Al mirarlo, Calia pensaba en su vida antes de que todo esto sucediera: antes de que Aleckey llegara, antes de que su mundo fuera al
El alfa despertó con malhumor, se vistió y fue informado por su beta que todo el consejo se había reunido sin avisarles antes, ya Aleckey se imaginaba los motivos de esa reunión tan repentina y sin siquiera él autorizarla.La noticia de que su rey alfa había llevado a una humana como su luna se esparcía rápidamente, y la reacción no había sido de agrado general. Los lobos más viejos, los consejeros y los guerreros de mayor rango se mostraban inquietos. Para ellos, el vínculo entre un alfa y su compañera debía ser fuerte, nacido del linaje de la manada, no una unión con una simple humana.Aleckey lo sabía. Desde el momento en que la llevó a su hogar, supo que enfrentaría resistencia. Pero no esperaba que los desafíos llegaran tan pronto.La gran sala de la mansión estaba repleta cuando Aleckey entró. El consejo de ancianos se había reunido en su ausencia y la tensión era palpable. Algunos se pusieron de pie en cuanto lo vieron, inclinando la cabeza con respeto, pero otros lo miraron con
El plan ya estaba en su mente. Calia espero que cayera la noche, no se durmió, pero esta vez acepto lo que trajeron para la cena los sirvientes a su habitación.Con el corazón latiéndole con fuerza, se deslizó fuera de la cama, y luego se deslizo fuera de la habitación manteniéndose entre las sombras, ya que nadie se dignaba a ponerle seguro a su puerta. El frío de la madrugada le calaba los huesos, pero no se detuvo. Sus pies descalzos apenas hacían ruido sobre el suelo frío. Alcanzó a vislumbrar las escaleras que daban al piso inferior. La libertad estaba a pocos pasos, pensaba Calia.Su cuello ardía, recordándole la marca de la mordida de Aleckey, pero no era tiempo para pensar en eso.Cuando bajo las escaleras acelero sus pasos hacia la puerta y justo en el momento que se dispuso a salir y pensó que lo había logrado, una sombra se interpuso en su camino fuera de la casa. Un gruñido bajo retumbó en el aire.Aleckey.El alfa estaba frente a ella, en su forma humana, con los ojos ard