Bridgette Reynolds ya no era una ilusa jovencita, era una mujer madura que estaba llegando a los treinta años, era alta, con unas formas divinamente delineadas; parecía que la había tallado un hábil escultor inspirado en las hermosas diosas y amazonas griegas.
Tenía unos ojos profundos y de un azul que hacía sentir envidia al mismo cielo y al hermoso mar, su cuerpo era curvilíneo con una cintura bien marcada y unos pechos generosos sin ser demasiado grandes o vulgares, pero sí estaban por encima del promedio. Sus caderas eran generosas a pesar de no haber dado nunca a luz un bebé y hacían juago de manera perfecta con el resto de su cuerpo y de las hermosas, largas y torneadas piernas.
En conjunto era una mujer que destacaba aunque no a propósito, sino por su naturaleza. Además de ello era una chica muy madura e inteligente, lo que hacía que la mayoría de los hombres que ella había conocido en la universidad o de los que conocía en su trabajo o en las pocas ocasiones en que salía de fiesta con algunas amigas, le parecieran unos tontos sin cerebro.
En la oficina trabajaban puros jóvenes sin ambiciones a futuro, los cuales sólo vivían para fiestas y las “novias” de turno, primero que la mayoría eran mas jóvenes como ella, los mas lanzados la veían como “carne segura” para una noche de sexo (en eso se estrellaron todos ellos), los de su edad o mayores parecían andar en otra onda, en otro mundo, pendientes de cosas superfluas nada más.
Y eso por no hablar de los que conocía en fiestas o discotecas, cuando iba arrastrada por alguna de sus amigas. No, para Bridgette parecía que nunca iba a conseguir un hombre apropiado para ella, o al menos que hiciera algo de esfuerzo por conquistarla como Dios manda.
Y es que pareciera que su cuerpo había sido hecho como tentación. ¡Las cosas que tenía que escuchar de algunos sujetos en la calle! y eso que ella no era precisamente una exhibicionista con la ropa, al contrario, era más bien recatada, nunca había utilizado “minis” ni tampoco salía en pantalones cortos a la calle.
Excepción hecha cuando iba al gimnasio, y había dejado de hacerlo porque los tipos en lugar de completar sus rutinas, a veces se dedicaban a mirarla más a ella que a dedicarse a lo que estaban haciendo.
De hecho una vez un sujeto la estaba mirando embobado cuando sostenía unas pesas para ponerlas en una de las máquinas y ella estaba de espaldas a él haciendo press de piernas con unas pesas grandes, por supuesto que cuando se agachaba, sus hermosos glúteos se marcaban y abrían un poco permitiendo “adivinar” la forma de su intimidad, y el sujeto había soltado la pesa que le cayó sobre el pie, fracturándoselo, ante las risas de sus amigos que no dejaron de molestarlo hasta que se lo llevaron en una camilla para subirlo a la ambulancia.
Ella casi no se había dado cuenta de lo que había sucedido, o más bien de por qué, había sucedido, hasta que el dueño del gimnasio le dijo e indirectamente le sugirió que quizás sería bueno utilizar otros atuendos para evitar accidentes de ese tipo. A partir de ese día utilizaba pantalonetas holgadas y no llevaba los tops sino franelas grandes, sin embargo siempre había alguno mirándola de reojo, era muy difícil “esconder” sus abundantes encantos a pesar de la ropa que llevara.
Bridgette no era ignorante de sus encantos, siempre había sido consciente de que era mucho más llamativa que la mayoría de las muchachas, y en su adolescencia se vio acosada varias veces por estudiantes mayores e incluso por profesores, pero ella se lo contaba a su madre y su padre iba al colegio a reclamar y de inmediato cesaban las molestias para ella.
Lo que no entendía era por qué, algunos de ellos, después de los reclamos de su padre parecía que le tenían pánico, porque apenas la veían venir en los pasillos, o en los patios, inmediatamente cambiaban el rumbo y se alejaban de ella lo más rápido que les permitían sus temblorosas piernas.
Bridgette, “Bri”, como la llamaba cariñosamente su madre, pensaba que iba a quedarse soltera de por vida. No parecía que existiera un hombre en el cual ella pudiera ver “algo”, esa sensación que describían, con tanta pasión, en las películas y novelas románticas.
Hasta que conoció al maduro y bien formado Steve Lonergan, quien la había salvado de ser atacada por algunos tipos con pinta de facinerosos o bravucones de barrios bajos. EL sujeto se veía que estaba más allá de los cuarenta, pero tenía un físico envidiable, era alto, fornido y con una virilidad que le rezumaba por los poros.
Después de haberlo conocido, y tras varias veces de compartir, se dio cuenta de que no sólo era un hombre fuerte y varonil, sino que al mismo tiempo era un hombre culto y con una personalidad que la hacía sentirse atraída por él (aunque al principio se negara a admitirlo) Y la hacía sentir cosas que no había sentido antes.
Sabía que él era un hombre diferente, y a pesar de que no se veía muy sociable, tenía una conversación inteligente y entretenida. Además, casi todas las mujeres, aún las que estaban acompañadas, no podían dejar de notarlo. Alto y musculoso, aunque no exagerado, de porte elegante y finamente vestido, Steve no pasaba inadvertido en ningún lugar, y para ella, ahora que lo estaba reconociendo, era el hombre que siempre había estado esperando.
—¿Desea algo más, señorita? —le dijo la dependiente de la elegante tienda donde había entrado para proveerse de ropa apropiada para la conquista que estaba planificando.
—No —dijo sonriendo con amabilidad— Creo que llevo todo lo que necesito.
No pudo evitar una nota de picardía en su voz al decir eso. Luego se dirigió a la caja para pagar, segunda de la eficiente joven que la había atendido.
Lo que no sabía Bridgette Reynolds, era que el endurecido corazón de Steve Lonergan era un amasijo de cicatrices que lo habían destrozado varios años atrás, dejándolo vacío y sin deseos de acercarse a nadie, nunca más.
Antes del inicio…Robert Landon luchó por abrir los ojos, acababa de despertarse pero le costaba trabajo abrir los párpados, que recordara, no había bebido ni una gota de licor la noche anterior. El cuarto estaba frío, pensó que revisaría la calefacción esa misma mañana después de levantarse antes de que su esposa se enojara con él, siempre le reclamaba que su trabajo de policía le dejaba muy poco tiempo para encargarse de las reparaciones de la casa.Lucy, su esposa, era una mujer tan hermosa. Le extrañó no sentir su calor al lado de él en la cama, quizás se había levantado antes porque el niño se hubiera despertado. Pero no escuchó nada, ¿Sería que estaba perdiendo facultades? Un policía que durmiera como una piedra era hombre muerto con toda seguridad.Pero, ¿Por qué no podía abrir los párpados?Trató de levantar los brazos pero sentía que pesaban como si los tuviera metidos en un envase lleno de cemento… ¿¡Qué demonios!? se sentía desconcertado, a pesar de que estaba despierto ten
Cuando finalmente pudo entrar en la central su jefe estaba asomado a la puerta de la oficina y le hizo una seña para que se acercara.Landon caminó rápidamente hasta allí escoltado por O’Malley y Hu.—Hola, jefe —saludó a su superior.Raymond Arnold, era comisario de la policía por mérito propio, tenía una carrera sobresaliente en la policía y era muy eficiente en todo lo que hacía, muchos esperaban que llegara a comisionado en poco tiempo. Medía casi un metro noventa y era de constitución bastante robusta.—Vengan acá, muchachos —les dijo sin mucha ceremonia, cosa que extrañó a los tres policías, pero entraron sin hacer ningún comentario, sabían que cuando el jefe tenía ese rostro adusto y severo era por alguna razón valedera.Cuando estuvieron todos adentro sentados, menos O’Malley que quedó parado al lado de la sargento Hu porque solo había dos sillas para visitantes en la oficina.—Primero que todo quiero felicitarlos por el logro que han alcanzado, en especial tú, Landon —lo dij
El doctor Jones estaba revisando los análisis de sangre que le habían hecho al paciente en la mañana, aunque había tenido un intento de despertarse al parecer todavía no estaba completamente restablecido.Sabía que el teniente Landon era sensible a la anestesia, pero no había tenido más remedio que usarla y en cantidades ingentes para poder operarlo con cierto margen de seguridad, porque cuando el Teniente Robert Landon llegó a la sala de urgencias del Hospital Metropolitan, donde estaba trabajando esa noche era solo un poco más que un cadáver.Solo supo que estaba muy mal herido y que el Comisario Arnold lo llamó para avisarle que estuviera pendiente de él, pero nunca se imaginó que éste estuviera tan mal, tenía tantas heridas de bala que era difícil identificar cuál era la que más comprometía su vida.Tenía dos heridas rasantes en la cabeza, y una herida en el cuello que había pasado a milímetros de la arteria carótida así que no representaba mucho peligro, pero de allí hacia abajo
Robert Landon estuvo investigando las últimas cuatro horas para saber si había alguna noticia de Palmer o de Mac, pero todo había sido infructuoso, esperaba que O’Malley, o la sargento Hu, hubieran tenido mejor suerte.Llegó al precinto después del mediodía y antes de entrar se metió en el pequeño restaurante donde comía muchas veces, después de comer entró para ir a su pequeña oficina.Al entrar uno de los oficiales de guardia entró a su oficina.—Teniente, O’Malley acaba de llamar —dijo de inmediato— Consiguieron a Palmer con varios tiros en la cabeza y tiene señales de que lo torturaron antes de matarlo, el forense salió para allá con su equipo.—¿En dónde fue eso?—Por detrás de los almacenes abandonados en la 43, Teniente.—Gracias, oficial.Se levantó y salió para ir a la oficina del comisario, cuando llegó entró sin llamar como acostumbraba. Éste le miró y dijo:¿Qué ha sucedido? —preguntó de inmediato.Landon le dijo lo que le habían informado.—Esto no me gusta para nada, dil
Diez años después…Steve Lonergan estaba tendido sobre una cobija en Playa Venecia, San Francisco. Acariciaba suavemente el cabello de la hermosa mujer que estaba recostada en su varonil pecho.Bridgette Reynolds jugueteaba pasando sus suaves dedos por el pecho masculino, cuando pasó su mano por el corazón sus dedos tropezaron con una cicatriz que estaba casi encima del corazón, se detuvo allí un rato y luego los dedos se deslizaron hacia otra cicatriz que estab un poco más abajo.—¿No piensas contarme nunca como te hicieron estas cicatrices, mi amor? —Su voz era un poco gruesa, pero aterciopelada, lo que le daba unos matices que hacían su voz muy sensual.—¿Y para qué quieres saber eso? Ya te conté que me atracaron en una ocasion en mi tienda para tratar de robarme —le contestó con su voz varonil mientras seguía acariciando los suaves rulos de color castaño.—¿Y estás seguro de que no querían matarte más bien? —le preguntó— Porque parece que hubieras estado en la guerra más bien. Sí,
…Diez años antes…El doctor Jones, después de hablar con los periodistas entró directamente al cuarto donde el detective Landon estaba acostado, cubierto de vendajes, mangueras y cables que lo unían a los soportes de vida y al monitor de signos vitales.Revisó con cuidado cada uno de los datos que el aparato colocaba en la pantalla, con una variación de segundos. Sonrió satisfecho, tal parecía que la fama del teniente Landon no era falsa, le decían el hombre de hierro y eso estaba bien justificado, cualquiera que hubiera recibido esa cantidad de proyectiles en su cuerpo hubiera muerto.Había llegado casi exangüe al hospital por lo que tuvieron que ponerle transfusiones, una tras otra y de manera inmediata, esa fue la única manera de salvarlo, la otra había sido su particular fortaleza y resistencia.El doctor tomó su teléfono móvil y realizó un par de llamadas rápidas, cuando colgó la llamada salió afuera y llamó a Aura, una de sus enfermeras de absoluta confianza, ella vino de inmedi
—Todo eso es muy triste —dijo el doctor— Va a ser muy difícil ocultarlo, comisario, aunque lo hayamos dado por muerto.—Por ello tendremos que darle un rostro nuevo, ¿no? —dijo el comisario.—¿Quiere usted que le cambiemos las facciones? —preguntó el galeno algo sorprendido.—Así es, ustedes tienen de todo, los equipos, los especialistas y la tecnología, ¿no?—Cierto, tenemos todo eso, pero eso tiene algunas implicaciones.—¿Legales?—Así es.—Usted proceda, doc —le dijo el comisario con voz firme— De las implicaciones legales me encargaré yo, mi primo trabaja en el FBI, su nueva personalidad será perfectamente legal en menos de cinco días.—Está bien —contestó el doctor Jones lanzando un suspiro resignado— Lo haremos, ese hombre merece una nueva vida, pero debe saber que las consecuencias psicológicas también serán fuertes.—Me lo imagino, doc —asintió el comisario Arnold— Eso se lo dejo a usted, la parte legal me encargaré yo.El comisario se levantó de la silla en la que se había s
Landon la miró y reconoció a la enfermera que lo había atendido también hacía cosa de un año cuando lo habían intervenido quirúrgicamente.—Bue…nos dí…as, en.. fe..fermera —su voz le sonó un poco extraña, pero lo atribuyó a la anestesia, todavía se sentía amodorrado y con la cabeza llena de tinieblas. También sentía la lengua pastosa y le costaba un gran esfuerzo hablar.—No se esfuerce, teniente — le dijo ella al ver la dificultad que tenía para hablar— El doctor Jones ya viene para acá y el comisario llamó diciendo que viene también en camino.En ese preciso momento el doctor Jones estaba entrando en la habitación con una de esas carpetas metálicas donde tenían la historia del paciente, aunque no tenía papel alguno, como pudo notar, porque era más bien una especie de tablet electrónica donde se veía todo el trayecto del paciente así como su tratamiento y resultados.—Buenos días, mi querido teniente —le dijo con voz alegre y haciéndole un saludo con la mano también— Trate de calmars